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![]() Pequeña pantalla Historias humanas Entre los sueños lunares y la memoria de un mito, momentos agradecidos en la TV PEDRO DE LA HOZ Cuando en la pantalla doméstica se cumple la siempre deseable y muchas veces esquiva trinidad de informar, instruir y entretener, al telespectador le parece que el tiempo vuela y se le escurre entre los dedos. Por estos días un par de momentos saltaron de la rutina de sus presentaciones habituales —buena rutina, en general, sistemática y rigurosa, no como otras lamentables, pedestres y, por desgracia, abundantes— para regalarnos agradecidos espacios de excepción en Pasaje a lo desconocido (Reinaldo Taladrid) y Cine de Nuestra América (Frank Padrón). Para introducir, debatir y complementar la proyección del material Sueños lunares, que como la mayoría de las producciones norteamericanas de este tipo transitó desde las más válidas anticipaciones científicas hasta las frivolidades consumistas de quienes ven en la Luna un negocio turístico multimillonario, Taladrid convocó, entre sus invitados, al cosmonauta Arnaldo Tamayo. Su comparecencia fue interesante no solamente para las generaciones emergentes en los años posteriores a su hazaña sino también para quienes vivimos dos décadas atrás el fervor de contar por primera vez con un compatriota en el cosmos, en tanto pudimos asomarnos a esa pequeña y grande historia del día a día de un ser humano fuera de la gravedad terrestre y enterarnos de aspectos que siempre hubiéramos querido saber y no nos atrevíamos a preguntar. La última respuesta de Tamayo fue una lección de confianza en el futuro al apostar por la ilimitada fe en el hambre de saber y explorar de nuestro género, por encima de las más terribles contingencias. Cine de Nuestra América
centró su última entrega en la cinematografía nacional, con motivo de
la jornada por el Día de la Cultura Cubana. Además de tener la
oportunidad de asistir a la puesta en pantalla de un breve material sobre
Celina González, con el que el sello discográfico Bis Music inaugura una
nueva y promisoria línea de producción, y de uno de los deliciosos e
ingeniosos episodios de Elpidio Valdés —esta vez el personaje de Juan
Padrón fue trabajado por el también experimentado Tulio Raggi—,
afloró al final el documental de Rebeca Chávez, Con todo mi amor,
Rita,
lo cual le dio una dimensión especial al espacio no solo por la esencial
cubanía del tema, sino por el manejo conceptual y dramatúrgico de un
mito de la escena musical cubana, válido como indagación fílmica que
restituye la dimensión de un género que nunca debemos perder. Todo
televidente avisado hizo votos porque los espíritus tutelares de Aldo
Martínez Malo, a quien fue dedicado el programa y ejerció con honestidad
ejemplar la crítica de cine, Santiago Alvarez y Oscar Valdés, maestros
sobre los cuales Rebeca ha cimentado su propia maestría, insuflen su
aliento a este empeño. |
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