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![]() Lecturas Rogelio Riverón Conformar un estilo requiere de un aprendizaje que a muchos, aunque parezca raro, no les resulta. Es un juego peligroso, qué duda cabe, pienso mientras recuerdo libros truncos por el empecinamiento en repetir procederes demasiado extáticos como para seguir siendo arte. Tratar de que el estilo rebase la costumbre, de que, sin carecer de rostro, constantemente se transforme, es una tarea difícil, pero un escritor no tiene más remedio que cumplirla, so pena de hacer el ridículo. Ena Lucía Portela, hasta ahora, parece dueña de una manera de escribir en que las fórmulas se hallan tan bien resueltas, que uno sigue creyendo en la originalidad. Me refiero a ello puesto que su estilo —ya que de eso hablamos— se regodea en el lenguaje para amasar una atmósfera casi siempre cargada, como nubes bajas. A partir de ese detalle alguien pudiera pensar que a sus textos les sobran palabras, pero otros creemos que las usa con una precisión en la que no faltan la parodia y una superstición precisamente lexical, promisoria. La sombra del caminante (Ediciones Unión, 2001) es una novela en la cual la meticulosidad consigue una bella exaltación del texto literario. Ena Lucía Portela se vale de una historia de homicidios para desarrollar una tesis sobre los estados del alma, que pasa de ser un catálogo de ansiedades, por obra, quizás, de la irrupción de un sutil discurso ensayístico y de su propensión a la irreverencia. El lenguaje reclama nuevamente un rol más digno que el de mensajero. Contar la historia importa tanto como la historia misma, y para conseguir su fin Ena Lucía pasa de ser escueta a ser puntillosa, inserta con alegre precisión en el discurso vocablos de la jerga, se finge displicente en el uso de los pronombres, desafía a los cazadores de diminutivos, es onomatopéyica cuando menos lo esperamos y nos ofrece, al fin y al cabo, una inteligente recreación del habla popular. Para sus personajes que viajan del mundo hacia sí mismos la Portela guarda una especie de misericordia literaria que los exime de parecer caricaturas. Debe ser gracias a una peculiar sensibilidad que ronda todos los pasajes de esta novela sobre la violencia, que el que la lee se reconoce a salvo de tantos lugares comunes establecidos por quienes recurren al tema. Y por el sentido de totalidad, tan bien diseñado en La sombra del caminante, una especie de ópera que hace guiños burlones a la cultura pop, y a la tradición cultural más o menos rancia. La novela cubana del
presente se mueve por una diversidad que debiera alentarnos. Es cierto que
algunas se dan por satisfechas con haberse planteado ciertos
desbordamientos, antes de ver sus efectos en esa suerte de estética
nacional, panorámica, que sería nuestra narrativa. Pero hay otras, no
pocas, que acarrean la gota verdadera al torrente, gracias a que consiguen
significar más allá de lo que es evidente. La sombra del caminante
resulta, por su polisemia y por su envidiable ambigüedad, una de esas
auténticas gotas. |
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