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25/12/2001
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Enemigos

ROLANDO PEREZ BETANCOURT

Desde su mismo nacimiento, el cine norteamericano se preocupó por otorgarles un papel preponderante a los enemigos de moda.

Drew Barrymore: "Lo que quiero es irme a casa"

El recurso era tan viejo como los antiguos cantos de combate, mediante los cuales los poetas pertenecientes a las hordas vencedoras se encargaban de enaltecer la imagen de sus titanes.

Recurso dialéctico si se quiere: para que existan héroes tiene que haber antagonistas aplastados.

David Griffith, ese genio del silente que le dio forma a una parte importante de los recursos más conocidos en el cine (plano corto, fundido-encadenado, flashback) puso la técnica al servicio de un concepto social racista.

Una y otra vez no se cansó Griffith de machacar que el blanco era muy superior al negro. Si se piensa en algunos de sus primeros planos, se verá cómo hay en ellos un énfasis dramático de luces y ángulos para hacer aparecer a "sus negros" como seres estúpidos o tenebrosos, mientras que el blanco, ah, el blanco...

El cine de Hollywood se encargó de revolver en un mismo saco de discordias y venganzas a indios de Norteamérica y mexicanos de Texas luchando por sus tierras, vietnamitas patriotas, comunistas y fascistas alemanes, marcianos y otros extraterrestres, chinos y japoneses, latinoamericanos y africanos, indios de la India temblando ante las cargas de caballería y árabes traicioneros pulsando invariablemente una daga bajo el sucio ropaje.

Recordar el Tarzán de Johnny Weissmuller nos ahorraría algunas disquisiciones en cuanto a la supremacía blanca propugnada por Hollywood.

Aunque nunca ha faltado el papel de la crítica ante tales maniobras, lo cierto es que la combinación imagen-drama-propaganda ha sido mucho más fuerte, en niveles de influencia cuantitativa, que los razonamientos teóricos.

La prueba está en que gradualmente, y apoyándose de manera significativa en esas historias de héroes vs. enemigos de turno, el cine se convirtió en uno de los negocios más lucrativos en los Estados Unidos y antes del nefasto 11 de septiembre pasado eran unos cuantos los artistas que pedían 20 millones de dólares, o cifras muy cercanas, por un papel protagónico.

Un mes después de la hecatombe, sin embargo, esa situación ha cambiado y es de dudar que una buena parte de los ostentadores de la cifra récord –-vinculados a papeles de vengadores justicieros— aspiren a repetirla, entre otras razones porque el cine, al igual que otras esferas del mundo económico estadounidense, parece tener los tobillos en un lodazal.

Las recaudaciones en taquilla de días recientes se han convertido en las más desastrosas en los últimos años y no solo por el miedo de los espectadores ante las amenazas de nuevos ataques terroristas, sino a que a esta altura del drama psíquico que vive la nación del norte, muchos no saben lo que quieren ver en pantalla.

Drew Barrymore, una de las estrellas de Los ángeles de Charlie, irrumpió en sollozos en una conferencia de prensa celebrada en un hotel de Los Angeles donde debía presentar su más reciente filme, dirigido por Penny Marshall:

"Creo que a nadie le interesa lo que pueda decir hoy —expresó—, lo que quiero esta mañana es irme a casa".

En otra conferencia, Johnny Depp, protagonista de una cinta sobre Jack el Destripador, reconoció que no estaba muy seguro si ese tipo de película era lo que quería ver el espectador norteamericano. "Para todos es difícil sentarnos y hablar de filmes en medio de lo que está pasando", dijo.

Sabido es que los directores y actores en los Estados Unidos tienen una obligación de contrato de salir a promocionar sus películas una vez terminadas las filmaciones. Pero no son pocos los que se niegan a abordar un avión, alegando que no es correcto hacer trabajos de promoción "en momentos como estos".

Los estrenos de películas siguen teniendo cifras irrisorias de recaudación.

Ante tal situación, el maestro Scorsese decidió aplazar para la primavera boreal del 2002 el ya anunciado estreno de su superproducción Gans, con Leonardo Di Caprio y Cameron Díaz en los papeles principales.

En cuanto al enemigo de moda, este no se encuentra en las salas de cine, sino en la pequeña pantalla de los hogares, frente a la cual se contempla cada día el ataque a Afganistán. Un hogar donde también se agazapa otro enemigo, hasta ahora desconocido e instalado masivamente en el sistema nervioso de cada uno de esos espectadores.

Hoy día no habría guión en el mundo capaz de superar el suspenso con que vive el público norteamericano: el miedo al Antrax, las colas para comprar el antibiótico requerido, las largas filas en los aeropuertos, los chequeos antiterroristas, las amenazas de nuevos ataques, los peligros provenientes del cielo, los tranquilizantes consumidos frente a la ansiedad y el insomnio...

Temas para un Hitchcock resucitado, pensarían algunos.

Pero lo cierto es que ni el Mago del Suspenso pudiera estar a la altura de esta trama tan increíble, como nada imaginativa.

25/12/2001

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