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25/12/2001
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El Crimen de Barbados

¿Y la justicia qué?

ORLANDO ORAMAS LEON

"Muy pronto atacaremos aeronaves en vuelo". Así anunciaba un supuesto parte de guerra publicado en Miami en agosto de 1976, en el que se informaba, con toda impunidad, sobre la explosión de un coche-bomba frente a la Embajada de Cuba en Colombia y la destrucción de las oficinas de Air Panama.

Aquel diabólico augurio de muerte había tenido ese año más de un antecedente. A principios de 1976 varias organizaciones de la contra habían creado en Costa Rica el Comando de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), integrado por elementos que en su mayoría habían trabajado para la Agencia Central de Inteligencia, la cual les había adiestrado en acciones de sabotaje.

En abril dos barcos pesqueros, Ferro-119 y Ferro-123 son atacados por lanchas piratas procedentes de la Florida, causando la muerte del pescador Bienvenido Mauriz y graves daños a las embarcaciones. Ese propio mes es colocada una bomba en la Embajada cubana en Portugal, donde mueren dos compatriotas y varios más resultan heridos.

La Misión de Cuba ante la ONU es objeto, el 5 de junio, de un atentado con explosivos, con importantes pérdidas materiales. Cuatro días después otra bomba estalla en el vagón que cargaba los equipajes del vuelo de Cubana en el aeropuerto de Kingston, Jamaica. Por pura casualidad la explosión no ocurre en pleno vuelo.

Al mes siguiente la oficina de la British West Indies de Barbados, que representaba los intereses de Cubana, es blanco de un atentado terrorista. El 23 de julio el funcionario de la pesca, Artagnán Díaz Díaz es asesinado en un intento de secuestro al cónsul cubano en Mérida, México.

Pocos días después, dos funcionarios de la Embajada de Cuba en Argentina son secuestrados sin que se haya vuelto a saber de ellos. Y el 18 de agosto otro explosivo virtualmente destruye las oficinas de Cubana de Aviación en la capital panameña.

El próximo ataque sería preparado desde Venezuela, donde Luis Posada Carriles había sido jefe de operaciones de la Inteligencia de ese país, gracias a las recomendaciones de la CIA. Desde Caracas organizó el viaje clandestino de un viejo compinche de sus tiempos en la Agencia: Orlando Bosch, quien ya traía cargos probados de terrorista ante un tribunal estadounidense. Ambos planificarían el atentado del 6 de octubre de ese año, para lo cual contrataron los servicios de dos mercenarios venezolanos.

La voladura del vuelo 455 de Cubana resultó el más horrendo de los crímenes cometidos contra la Patria, cuyas heridas siguen abiertas esperando la hora de la justicia. El destino posterior de Posada y Bosch volvía a explicar la complicidad de Estados Unidos, que desde el principio alentó, financió, armó y amparó los actos de guerra y terror contra Cuba.

Ya a principios de los 80 existía la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), cuyo jefe, Jorge Mas Canosa, había compartido con Posada los entrenamientos en Fort Benning. La FNCA, desde entonces, fue la fuente de pago a los ataques contrarrevolucionarios y terroristas. El capo de la Fundación envió a su propio hermano a llevar el dinero de su fuga.

Posada Carriles continuó sirviendo a los intereses de la administración Reagan en Centroamérica. En el aeropuerto militar de Ilopango, El Salvador, coincidió con Luis Orlando Rodríguez, quien tenía un alto cargo dentro del grupo de asesores militares del ejército norteamericano al régimen represivo de ese país. Se trata del mismo sujeto que junto a Carriles intenta asesinar a Fidel en República Dominicana, años después. En el Irán-contra se reunieron personajes de la peor calaña.

Fueron las autoridades norteamericanas las que pusieron a Orlando Bosch en libertad y lo enviaron de vuelta a Miami, el cubil donde fraguó más de uno de sus crímenes. Después de que un tribunal venezolano se negara a reconocer su participación en el crimen de Barbados, Bosch regresó a Estados Unidos, donde tenía cuentas pendientes con la justicia. Presiones de la mafia miamense lograron su excarcelación, luego que 31 países negaran el pedido oficial norteamericano de acoger al terrorista.

Panamá, país que también había sido víctima del terrorismo de la mafia miamense, fue el blanco escogido para uno de los más de 600 atentados contra la vida del Presidente Fidel Castro, en ocasión de la X Cumbre Iberoamericana. La carga, de alrededor de 35 kg de explosivos plásticos, era suficiente para provocar una verdadera masacre.

No fue casual la composición de la banda terrorista presidida por Luis Posada Carriles. Gaspar Jiménez Escobedo, Pedro Remón y Guillermo Novo Sampol son también responsables directos de numerosas acciones delictivas contra nuestro país y otras naciones. Asimismo de la muerte de ciudadanos cubanos, como el diplomático Félix García Rodríguez, ametrallado en Nueva York, del técnico pesquero Artagnán Díaz Díaz, ultimado por el terrorista Gaspar Jiménez Escobedo, prófugo de la justicia mexicana, y de los dos diplomáticos desaparecidos en Argentina.

Los cuatro criminales no han sido ni juzgados ni extraditados. Entre sus víctimas están no pocos de los 3 478 cubanos que durante cuatro décadas murieron como consecuencia de agresiones y actos terroristas.

Cuba se ha defendido contra el terrorismo. Pero esas muertes podrían haberse evitado si hubiera existido una política responsable desde las propias fuentes emisoras del terror. La tragedia del 11 de septiembre en Estados Unidos debería marcar un punto de viraje en el enfrentamiento al flagelo que tanto dolor y luto ha ocasionado a los cubanos. Sería como un primer acto de justicia, que aun hoy demandamos por el crimen de Barbados.

Publicado: 4-10-2001

25/12/2001

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