El Crimen de Barbados
¿Y la justicia qué?
ORLANDO ORAMAS LEON
"Muy pronto atacaremos
aeronaves en vuelo". Así anunciaba un supuesto parte de guerra
publicado en Miami en agosto de 1976, en el que se informaba, con toda
impunidad, sobre la explosión de un coche-bomba frente a la Embajada de
Cuba en Colombia y la destrucción de las oficinas de Air Panama.
Aquel diabólico augurio de
muerte había tenido ese año más de un antecedente. A principios de 1976
varias organizaciones de la contra habían creado en Costa Rica el Comando
de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU), integrado por elementos
que en su mayoría habían trabajado para la Agencia Central de
Inteligencia, la cual les había adiestrado en acciones de sabotaje.
En abril dos barcos pesqueros,
Ferro-119 y Ferro-123 son atacados por lanchas piratas procedentes de la
Florida, causando la muerte del pescador Bienvenido Mauriz y graves daños
a las embarcaciones. Ese propio mes es colocada una bomba en la Embajada
cubana en Portugal, donde mueren dos compatriotas y varios más resultan
heridos.
La Misión de Cuba ante la ONU
es objeto, el 5 de junio, de un atentado con explosivos, con importantes pérdidas
materiales. Cuatro días después otra bomba estalla en el vagón que
cargaba los equipajes del vuelo de Cubana en el aeropuerto de Kingston,
Jamaica. Por pura casualidad la explosión no ocurre en pleno vuelo.
Al mes siguiente la oficina de
la British West Indies de Barbados, que representaba los intereses de
Cubana, es blanco de un atentado terrorista. El 23 de julio el funcionario
de la pesca, Artagnán Díaz Díaz es asesinado en un intento de secuestro
al cónsul cubano en Mérida, México.
Pocos días después, dos
funcionarios de la Embajada de Cuba en Argentina son secuestrados sin que
se haya vuelto a saber de ellos. Y el 18 de agosto otro explosivo
virtualmente destruye las oficinas de Cubana de Aviación en la capital
panameña.
El próximo ataque sería
preparado desde Venezuela, donde Luis Posada Carriles había sido jefe de
operaciones de la Inteligencia de ese país, gracias a las recomendaciones
de la CIA. Desde Caracas organizó el viaje clandestino de un viejo
compinche de sus tiempos en la Agencia: Orlando Bosch, quien ya traía
cargos probados de terrorista ante un tribunal estadounidense. Ambos
planificarían el atentado del 6 de octubre de ese año, para lo cual
contrataron los servicios de dos mercenarios venezolanos.
La voladura del vuelo 455 de
Cubana resultó el más horrendo de los crímenes cometidos contra la
Patria, cuyas heridas siguen abiertas esperando la hora de la justicia. El
destino posterior de Posada y Bosch volvía a explicar la complicidad de
Estados Unidos, que desde el principio alentó, financió, armó y amparó
los actos de guerra y terror contra Cuba.
Ya a principios de los 80
existía la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), cuyo jefe, Jorge
Mas Canosa, había compartido con Posada los entrenamientos en Fort
Benning. La FNCA, desde entonces, fue la fuente de pago a los ataques
contrarrevolucionarios y terroristas. El capo de la Fundación envió a su
propio hermano a llevar el dinero de su fuga.
Posada Carriles continuó
sirviendo a los intereses de la administración Reagan en Centroamérica.
En el aeropuerto militar de Ilopango, El Salvador, coincidió con Luis
Orlando Rodríguez, quien tenía un alto cargo dentro del grupo de
asesores militares del ejército norteamericano al régimen represivo de
ese país. Se trata del mismo sujeto que junto a Carriles intenta asesinar
a Fidel en República Dominicana, años después. En el Irán-contra se
reunieron personajes de la peor calaña.
Fueron las autoridades
norteamericanas las que pusieron a Orlando Bosch en libertad y lo enviaron
de vuelta a Miami, el cubil donde fraguó más de uno de sus crímenes.
Después de que un tribunal venezolano se negara a reconocer su
participación en el crimen de Barbados, Bosch regresó a Estados Unidos,
donde tenía cuentas pendientes con la justicia. Presiones de la mafia
miamense lograron su excarcelación, luego que 31 países negaran el
pedido oficial norteamericano de acoger al terrorista.
Panamá, país que también
había sido víctima del terrorismo de la mafia miamense, fue el blanco
escogido para uno de los más de 600 atentados contra la vida del
Presidente Fidel Castro, en ocasión de la X Cumbre Iberoamericana. La
carga, de alrededor de 35 kg de explosivos plásticos, era suficiente para
provocar una verdadera masacre.
No fue casual la composición
de la banda terrorista presidida por Luis Posada Carriles. Gaspar Jiménez
Escobedo, Pedro Remón y Guillermo Novo Sampol son también responsables
directos de numerosas acciones delictivas contra nuestro país y otras
naciones. Asimismo de la muerte de ciudadanos cubanos, como el diplomático
Félix García Rodríguez, ametrallado en Nueva York, del técnico
pesquero Artagnán Díaz Díaz, ultimado por el terrorista Gaspar Jiménez
Escobedo, prófugo de la justicia mexicana, y de los dos diplomáticos
desaparecidos en Argentina.
Los cuatro criminales no han
sido ni juzgados ni extraditados. Entre sus víctimas están no pocos de
los 3 478 cubanos que durante cuatro décadas murieron como consecuencia
de agresiones y actos terroristas.
Cuba se ha defendido contra el
terrorismo. Pero esas muertes podrían haberse evitado si hubiera existido
una política responsable desde las propias fuentes emisoras del terror.
La tragedia del 11 de septiembre en Estados Unidos debería marcar un
punto de viraje en el enfrentamiento al flagelo que tanto dolor y luto ha
ocasionado a los cubanos. Sería como un primer acto de justicia, que aun
hoy demandamos por el crimen de Barbados.
Publicado: 4-10-2001
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