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Por la verdad, todas las huellas

PEDRO DE LA HOZ

En una ocasión, cuando le preguntaron al maestro Santiago Alvarez cuáles eran los documentales que nunca hubiera querido filmar, con la intención acaso de que se remitiera a aquellos materiales con los que no estaba satisfecho, sorprendió al auditorio con su respuesta: Ciclón, Hanoi martes 13 y Morir por la Patria es vivir. Sus razones fueron contundentes: ojalá que los hechos que inspiraron esas filmaciones —el desvastador huracán Flora, la agresión imperialista contra Viet Nam y la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana, en el que perdió a su esposa— nunca hubiesen ocurrido.

Pero para el artista y el comunicador, que con frecuencia y para suerte nuestra, coinciden en un mismo ejercicio, uno de los desafíos cruciales, cuando existe un compromiso con la promoción de los valores humanistas, está en traducir el horror y las miserias en denuncia y alerta, memoria y clarinada.

Veinticinco años después de que Santiago plasmara con urgencia y fervor su irrepetible documental sobre el crimen de Barbados, una joven realizadora y periodista de la Televisión Cubana nos ha conmovido por estos días con la serie Por la verdad, las huellas, título tomado de un intenso poema del salvadoreño universal Roque Dalton.

Ivón Delofeu rastreó antecedentes, reconstruyó acontecimientos, confrontó testigos y nos hizo dirigir la mirada hacia las heridas aún abiertas de una de las páginas más infames del terrorismo en el siglo XX, impune todavía por obra y desgracia del cordón umbilical que la CIA y las administraciones norteamericanas les han tendido a la mafia anticubana y a sus cómplices.

Con pasión investigativa, la realizadora develó cómo hay quienes se empeñan todavía en encubrir a los culpables directos e indirectos, en anacrónica y vergonzante actitud de Pilatos. Pero ante evidencias tan claras es imposible no recordar a Lady Macbeth: ni toda el agua del tiempo podrá lavar las manos y las mentes ensangrentadas

La sensibilidad aflora en el reflejo testimonial de quienes padecieron —y padecen aún— la secuela de la barbarie. El drama quedó nuevamente al desnudo.

Debe hacerse notar el equilibrio y la fluidez de la narración episódica, el uso adecuado de la documentación disponible y la sobriedad y eficacia de una realización que contó, entre sus valores, la cuidada y, a la vez, creativa edición y concepción de la banda sonora de Yudier Laffita, y la integralidad en el tratamiento de la imagen aportada por Ovidio Luis Machín.

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