Compatriotas:
Cualesquiera que fuesen las causas profundas, los
factores de orden económico y político y los grandes culpables que lo
trajeron al mundo, nadie podría negar que el terrorismo constituye hoy un
peligroso fenómeno, indefendible desde el punto de vista ético, que debe
ser erradicado.
Es comprensible el estado de irritación unánime por el
daño humano y psicológico causado al pueblo norteamericano por la
muerte sorpresiva e insólita de miles de inocentes ciudadanos, cuyas
imágenes estremecieron al mundo. ¿En beneficio de quiénes? De la
extrema derecha, de las fuerzas más retrógradas y derechistas, de los
partidarios de aplastar la creciente rebeldía mundial y arrasar con todo
lo que quede de progresista en el mundo. Fue un enorme error, una colosal
injusticia y un gran crimen, sean quienes fueren los organizadores y los
responsables de tal acción.
Pero en nombre de la justicia y bajo el singular y
extraño título de «Justicia Infinita», no se debe utilizar la tragedia
para iniciar irresponsablemente una guerra que en realidad podría
convertirse en una matanza infinita de personas también inocentes.
Las bases, la concepción, los propósitos verdaderos,
los ánimos y las condiciones para tal guerra se han ido estableciendo
precipitadamente en los últimos días. Nadie podría afirmar que era algo
no pensado desde hace rato, que esperaba una oportunidad. Aquellos que
después del llamado fin de la guerra fría continuaron armándose hasta
los dientes y desarrollando los más sofisticados medios para matar y
exterminar seres humanos, eran conscientes de que la inversión de
fabulosas sumas en gastos militares les daría el privilegio de imponer un
dominio completo y total sobre los demás pueblos del mundo. Los
ideólogos del sistema imperialista sabían bien lo que hacían y para
qué lo hacían.
Tras la conmoción y el dolor sincero de todos los
pueblos de la Tierra ante el atroz y demencial ataque terrorista contra el
pueblo de Estados Unidos, los ideólogos más extremistas y los halcones
más belicosos, ya ubicados en posiciones privilegiadas de poder, han
tomado el mando del país más poderoso del planeta, cuyas posibilidades
militares y tecnológicas parecieran ser infinitas. Su capacidad para
destruir y matar es enorme; sus hábitos de ecuanimidad, serenidad,
reflexión y contención son, en cambio, mínimos.
La conjunción de factores —donde no están excluidos
la complicidad y el disfrute común de privilegios de otros países
poderosos y ricos—, el oportunismo, la confusión y el pánico
reinantes, hacen ya casi inevitable un desenlace sangriento e
imprevisible.
Sean cuales fueren las acciones militares que se
desaten, las primeras víctimas serán los miles de millones de habitantes
del mundo pobre y subdesarrollado con sus increíbles problemas
económicos y sociales, sus deudas impagables y el precio ruinoso de sus
productos básicos; sus crecientes catástrofes naturales y ecológicas,
sus hambres y miserias, su desnutrición masiva de niños, adolescentes y
adultos; su terrible epidemia de SIDA, su paludismo, su tuberculosis, sus
enfermedades infecciosas, que amenazan con el exterminio de naciones
enteras.
La grave crisis económica mundial era ya un hecho real
e irrebatible que afectaba sin excepción alguna a todos los grandes polos
de poder económico. Tal crisis se ahondará irremisiblemente en las
nuevas circunstancias y, al hacerse insoportable para la inmensa mayoría
de los pueblos, traerá caos, rebelión e ingobernabilidad por todas
partes.
El precio será también impagable para los países
ricos. Durante años no podría hablarse con toda la fuerza necesaria de
medio ambiente y ecología, ni de las ideas, investigaciones realizadas y
comprobadas, ni de los proyectos para proteger la naturaleza, porque su
espacio y posibilidades los ocuparían acciones militares, guerras y
crímenes tan infinitos como la «Justicia Infinita» con cuyo título se
pretende desatar la operación bélica.
¿Puede quedar alguna esperanza después de escuchar,
hace apenas 36 horas, el discurso del Presidente ante el Congreso de
Estados Unidos?
No usaré adjetivos, enjuiciamientos ni palabras
ofensivas para el autor del discurso, que serían totalmente innecesarias
e inoportunas en instantes tensos y graves como estos que requieren
reflexión y ecuanimidad. Me limitaré a subrayar unas breves frases que
lo expresan todo:
«Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea
necesaria.»
«El país no debe esperar una sola batalla, sino una
campaña prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia.»
«Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que
tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo.»
«Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en
alerta, y hay una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en
acción, y ustedes nos van a hacer sentir orgullosos.»
«Esta es una lucha de todo el mundo, esta es una lucha
de la civilización.»
«Les pido que tengan paciencia [...] en lo que va a ser
una campaña larga.»
«Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos
los tiempos dependen de nosotros.»
«No sabemos cuál va a ser el derrotero de este
conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace [...] Y sabemos que Dios
no es neutral.»
Pido a todos nuestros compatriotas que reflexionen con
profundidad y serenidad sobre las ideas contenidas en varias de las frases
mencionadas:
- Están con nosotros o están con el terrorismo.
Ninguna nación del mundo ha sido excluida del dilema,
ni siquiera grandes y poderosos Estados; ninguna ha dejado de ser
amenazada con guerras o con ataques.
Ningún procedimiento, sin importar cuál desde el punto
de vista ético, ninguna amenaza por mortífera que sea —nuclear,
química, biológica u otras— han sido excluidos.
Por último, una confesión jamás escuchada en un
discurso político, vísperas de una guerra, nada menos que en época de
riesgos apocalípticos: No sabemos cuál va a ser el derrotero de este
conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace. Y sabemos que Dios no es
neutral.
La afirmación es asombrosa. Al meditar sobre las partes
reales o imaginarias de esa extraña guerra santa que está a punto de
iniciarse, pienso que es imposible distinguir de qué lado hay más
fanatismo.
El jueves, ante el Congreso de Estados Unidos, se
diseñó la idea de una dictadura militar mundial bajo la égida exclusiva
de la fuerza, sin leyes ni instituciones internacionales de ninguna
índole. La Organización de Naciones Unidas, absolutamente desconocida en
la actual crisis, no tendría autoridad ni prerrogativa alguna; habría un
solo jefe, un solo juez, una sola ley.
Todos hemos recibido la orden de aliarnos con el
gobierno de Estados Unidos o con el terrorismo.
Cuba, con la moral que le otorga haber sido el país que
más ataques terroristas ha recibido durante más tiempo, cuyo pueblo no
tiembla ante nada, ni hay amenaza o poder en el mundo capaz de
intimidarlo, proclama que está contra el terrorismo y está contra la
guerra. Aunque las posibilidades son ya remotas, reitera la necesidad de
evitar una guerra de imprevisibles consecuencias, cuyos autores han
confesado que no tienen siquiera idea de cómo se desenvolverán los
acontecimientos. Reitera igualmente su disposición a cooperar con todos
los demás países en la erradicación total del terrorismo.
Algún amigo objetivo y sereno debiera aconsejar al
gobierno de Estados Unidos que no lance a los jóvenes soldados
norteamericanos a una guerra incierta en remotos, recónditos e
inaccesibles lugares, como una lucha contra fantasmas, de los cuales no
saben dónde se encuentran, ni siquiera si existen o no, y si las personas
que maten tienen o no responsabilidad alguna con la muerte de sus
compatriotas inocentes caídos en Estados Unidos.
Cuba no se declarará nunca enemiga del pueblo
norteamericano, sometido hoy a una campaña sin precedentes para sembrar
odio y espíritu de venganza, a tal extremo que se llega a impedir hasta
la música que se inspira en la paz. Cuba, en cambio, hará suya esa
música, y sus canciones por la paz las cantarán hasta sus niños
mientras dure la cruenta guerra que se anuncia.
Pase lo que pase, no se permitirá jamás que nuestro
territorio sea utilizado para acciones terroristas contra el pueblo de
Estados Unidos. Y todo cuanto esté a nuestro alcance lo haremos para
evitar acciones de ese tipo contra él. Hoy le expresamos nuestra
solidaridad con nuestra exhortación a la calma y a la paz. Algún día
nos darán la razón.
¡Nuestra independencia, nuestros principios y nuestras
conquistas sociales los defenderemos con honor hasta la última gota de
sangre, si somos agredidos!
No será fácil instrumentar pretextos para hacerlo. Y
ya que se habla de guerra con empleo de todas las armas, es bueno recordar
que ni siquiera eso sería una experiencia nueva. Hace casi cuarenta
años, cientos de armas nucleares, tácticas o estratégicas apuntaban
contra Cuba, y nadie recuerda haber visto a un solo compatriota perder por
ello el sueño.
Somos los mismos hijos de ese pueblo heroico, con una
conciencia patriótica y revolucionaria más elevada que nunca. Es la hora
de la serenidad y el coraje.
El mundo tomará conciencia y hará escuchar su voz ante
el drama terrible que lo amenaza y está a punto de sufrir.
Para los cubanos, es el instante preciso de proclamar,
con más orgullo y decisión que nunca:
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!