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 Lino Dou, mambí de machete y tribuna PEDRO A. GARCIA Solía caminar diariamente por la calle Zulueta, desde su casa, casi frente al mar, hasta el hotel Plaza, y por todo Obispo hasta la bahía. Se detenía en cada librería y venta de libros de uso para hojear las novedades. Si se encontraba con un conocido, Lino Dou improvisaba en cualquier esquina una tertulia, salpicada de anécdotas de juventud, recuerdos del General José y algún que otro chiste o historieta vulgar, a la que recreaba con risueña filosofía.
Así lo recordaba Nicolás Guillen: "Ancho de cuerpo, corto de piernas, de continente sólido y macizo, cubríase la cabeza poderosa con un sombrero de pajilla que dejaba escapar en forma de discretísima melena suaves mechones de pelo gris (...) En el rostro de canela clara, los ojos pequeños y móviles brillaban maliciosos tras los espejuelos de finas patas de carey".
"Dialogar con él era una fiesta para el alma, tal fue su inteligencia, su ingeniosa malicia y su alta cultura", decía de él un ensayista tan agudo como José de la Luz León. A lo que añadía el historiador José Luciano Franco: "Para muchos mediocres que temían los sarcasmos de su crítica certera pero mordaz e implacable, era un criollo de una especie rara. Les molestaba que tuviera la audacia y el coraje de defender en público los valores en ascenso de lo que llamara Don Fernando Ortiz la cultura mulata".
Rara especie debió parecerles a algunos de sus contemporáneos este criollo universal, ñáñigo y masón, popular y culto, tan temible machete en mano en la manigua, al lado del General José, como en la tribuna o en la trinchera periodística, pluma en ristre.
EN LA MANIGUA Nació en Santiago de Cuba, el 23 de septiembre de 1871, hijo de un español, Lorenzo Dou Calderón, y de la criolla Bárbara Ayllón, a quien sus coetáneos describieron como "un fino tipo de belleza negra". El padre, hombre de instrucción y lecturas, lo hizo estudiar, primero en el colegio El divino maestro, de Don Juan Portuondo, y después, el bachillerato en Ciencia y Letras.
Ya bachiller en 1891, vino a La Habana. Los cubanos de su época se debatían por tres opciones: servir a España, tomar el partido del Autonomismo o la línea intransigente de la independencia. Lino Dou optó por La Demajagua y Baraguá.
Trabajó en el ingenio San Carlos, un central azucarero en la zona de Guantánamo, y allí, en 1895, se incorporó a las tropas del General José Maceo. Al lado de este y como su Ayudante, dicen que José le quería como a un hijo, participó en más de una carga hasta Loma del Gato. Después combatió bajo las órdenes del General Castillo Duany. Terminó la guerra como teniente coronel.
EN LA NEOCOLONIA Al cesar la dominación española volvió al periodismo. Jefe de Redacción de La República Cubana, fundado y dirigido por Juan Gualberto Gómez, combatió las concesiones a monopolios extranjeros que menoscaban la soberanía nacional. El Partido Conservador lo llevó como candidato a representante a la Cámara en 1908 y salió electo. En los debates parlamentarios resultó ser más liberal que los propios Liberales, que no lo eran tanto.
Sus dos grandes pasiones, que lo llevaron a enzarzarse en más de una polémica, fueron la historia patria y el drama del negro cubano en el contexto económico social cubano.
Enalteció a los próceres de la independencia en sus artículos y ensayos periodísticos. Trató de llevar a las nuevas generaciones la más completa imagen de la vida y obra de Antonio Maceo, su hermano José, Guillermón, e incluso de héroes poco conocidos como el brigadier González Planas.
Al polemizar, usaba una prosa muy mordaz y sarcástica, a veces demasiado hiriente. Como todo apasionado, cometió excesos en algunos de sus juicios, pero cualquier balance objetivo tiene que llegar a la conclusión de que sus aciertos superaron con creces a sus deslices.
Como señalara José Luciano Franco, se destacó en el combate perenne contra el racismo y por la elevación material y cultural de las masas populares. Subrayó más de una vez y en más de una polémica, que la supuesta inferioridad del negro no era una cuestión étnica ni biológica sino social. "La instrucción intensiva, la educación, la idea de la justicia y la equidad no borrarán nuestra inferioridad sino el prejuicio", apuntó brillantemente al disentir de un amigo.
En sus últimos años, a pesar de estar aquejado de un terrible mal, no perdió el humor y sus conversaciones nunca carecieron del chiste y la ocurrencia oportunos. Retirado como periodista activo desde 1935, siguió colaborando con publicaciones casi hasta el momento de su deceso, dos días antes de que terminara 1939. Se fue acercando cada vez más hacia posiciones radicales y como dijera Guillén, cuando cerró los ojos, ya los había abierto al marxismo. Mantuvo hasta el final una indoblegable divisa: "para todos los buenos, la patria no es escabel sino agonía y deber".
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