 Cazador de ciclones
El paso de un físico nuclear a meteorólogo en el radar de La Bajada. La obra de un colectivo atento a la furia de los huracanes Roger Ricardo Luis Dice el sabio y viejo proverbio que a quien Dios no le da hijos, le da sobrinos... Y todo parece indicar que en el campo de las profesiones y la vocación también sucede lo mismo.
El funcionario solo atinó a ponerse las manos en la cabeza. Nunca había tenido un caso así en sus manos: ¡Ubicar un graduado de Física Nuclear en un puesto de trabajo en los confines de Pinar del Río! Algo semejante como encontrarle empleo a un lechero en el medio del desierto.
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ALBERTO BORREGO |
Lázaro Márquez, sentado, junto a otros compañeros. Corría entonces 1991 y Lázaro Márquez Llauguer regresaba al terruño con el título de la Universidad de Lomonosov y los ecos premonitorios del estrepitoso desplome soviético se sentían en la isla.
Después de algunas vueltas, el responsable de la ubicación laboral le dijo con toda la honestidad del mundo en sus labios a su interlocutor:
—Esto es Cuba y vives en los remates de Guane. La única plaza que tengo para tí es en la estación del radar de La Bajada, en la puerta de Guanahacabibes, donde los perros ladran y no los oye ni la perra madre que los parió, y mucho menos, ahora, con el Período Especial.
Con un optimismo insuperable, el flamante físico nuclear se echó a la espalda prejuicios y el fatalismo geográfico de vivir en una de las regiones más inhóspitas de la
Patria. Pensó que su presencia en la estación meteorológica sería, precisamente, una estación de paso en la vida profesional.
Pero, ¿qué vínculos había entre la Física Nuclear y la Meteorología?, porque ni las nubes radiactivas, ni las tormentas al descomponerse un átomo... Pues la modulación matemática, responde dejando el desconcierto en quien lo escucha.
A esa tabla salvadora se aferró psicológicamente en los inicios. Lo demás lo aportó el deseo de trabajar y servir a la sociedad desde un puesto de labor cuyo alcance es nacional e internacional, en especial para el área del Caribe occidental. Así comenzó la fascinación por su nueva profesión.
PARTE EN EL TIEMPO En 1973, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) impulsó una red de estaciones de radar en el área del Caribe, con el interés de darle un seguimiento más efectivo a los sistemas tropicales, es decir, tormentas tropicales. De esta forma fueron instalados tres de estos equipos en Cuba: el de La Bajada, en Pinar del Río; Punta del Este, en la Isla de la Juventud; y Gran Piedra, en Santiago de Cuba. Otros también fueron instalados en la región como en Barbados y Jamaica.
Este de La Bajada barre con sus 500 kilómetros de alcance la mitad occidental del mar Caribe, el Golfo de México, el Estrecho de Yucatán y parte de la península del mismo nombre bajo un régimen de 24 horas, emitiendo un parte cada tres horas cuyos destinatarios son el Centro Provincial, el Instituto de Meteorología, en Casa Blanca, La Habana, y la red regional con sede en Washington, señala Lázaro.
Para tener una idea de la eficiencia con que trabaja este equipo, en los 28 años de servicio
solo ha tenido una interrupción por tres horas el pasado año como consecuencia de una avería técnica.
El seguimiento a los sistemas tropicales, que van desde las depresiones a los huracanes, contempla la dirección en que se desplazan, la posición del ojo (latitud y longitud), velocidad de traslación, área de lluvias intensas y estimado de la velocidad de los vientos.
DE HURACANES Y OTROS DEMONIOS La identificación con su
"reciclada profesión" es tal que Lázaro desempolva historias como si las hubiera vivido en carne propia:
"Para los vecinos de La Bajada, el paso del huracán Gilbert, en 1988, con vientos sostenidos superiores a los 300 kilómetros por hora, fue el más fuerte de todos cuantos pasaron el pasado siglo por esta región, así consta en los registros del puesto meteorológico", recuerda.
Cuentan los más veteranos que la sólida construcción del radar albergó a vecinos del caserío, como es usual en tales contingencias; y mientras el mundo se acababa afuera y los demás especialistas ayudaban a los evacuados, el equipo de turno se mantenía atento a su labor haciendo abstracción de los destrozos que ocasionaba el huracán por las inmediaciones, absortos en cada dato que emitía el radar para conformar la información para seguir el curso caprichoso del huracán.
El Lily, en 1996, fue otro visitante indeseado. Para entonces, Lorenzo ya estaba de lleno en la pelea. Relata que la exploración por el radar fue de 23 horas consecutivas y se lograron datos muy precisos acerca de la trayectoria, lo que permitió pronosticar con todo éxito el cambio de ruta de ese organismo.
"Otro tanto ocurrió con el Irene (1998)", expresa. La información suministrada por nuestra estación, permitió saber hacia dónde dirigir los esfuerzos principales, tras brindar una predicción muy acertada de cual sería la ruta definitiva del ciclón que puso rumbo con dirección al sureste, es decir, hacia las provincias habaneras y no para Pinar del Río, como inicialmente se pensaba.
LA FIESTA EMPIEZA EN OCTUBRE "Cuando llega octubre, el de mayor actividad ciclónica históricamente en la región, aquí se redobla la vigilancia. El personal de la institución se mantiene bajo permanente localización o en el inmueble", expone Lázaro. Laboran tres equipos trabajando en turnos de 24 por 72. Todo el mundo sabe que aquí hay que atrincherarse, pues por lo aislado de la zona la incomunicación terrestre, por mar y aire suele ser frecuente ante una contingencia de este tipo.
Garantizar la vitalidad del equipo es indispensable. De ahí la presencia de los técnicos encargados de la planta eléctrica de emergencia, por ejemplo. Otro tanto ocurre con las comunicaciones, con alternativas que van desde el teléfono hasta el radio por onda corta.
"Sin ellas nuestro trabajo sería nulo, pues no podríamos informar".
Ante el ojo de cíclope del radar, el mundo de las tormentas se devela con increíble nitidez, sus más leves movimientos, la masa de nubes, el ojo del ciclón. Bajo la aguja que barre el área de vigilancia, aparecen dibujados los contornos irregulares de un mapa atrapado entre las finas líneas que demarcan latitud y longitud. En ese reducido espacio cada coordenada emite un dato que debe traducirse con rapidez y absoluta fiabilidad.
Frente a la pantalla del radar, al menor vestigio, se comienza a brindar un seguimiento las 24 horas en la recogida de datos que permite hacer una interpretación de
estos y confeccionar un parte cada media hora.
"Desde aquí observamos la periferia del Mitch", apunta Lázaro. Estuvimos brindando información, aún cuando se pasaba del radio de los 500 kilómetros.
Rememora la comunicación con radioaficionados de Centroamérica trasmitiéndoles la información que iban disponiendo sobre los movimientos del huracán para que a su vez lo hicieran saber a las autoridades y medios de comunicación para el alerta a la población, pues en esos países no hay una red meteorológica como la desarrollada por Cuba.
METEOROLOGO DE OFICIO Y DE CIENCIA Basta escuchar a Lorenzo para darse cuenta que es un conocedor de su nueva profesión nacida como él mismo dice "...a pie de obra, a puro oficio cotidiano", que transparenta amor por la labor que desempeña. Los años de trabajo, el autodidactismo, una maestría en meteorología y los resultados de su labor avalan su autoridad profesional hoy día en que es director de la estación y su colectivo es Vanguardia Nacional del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Ciencia.
"Ahora estamos luchando por lograr la digitalización de nuestro servicio", afirma el joven meteorólogo y físico nuclear. Y al decirlo, le brillan los ojos como quien espera a una novia que viene desde lejos.
No hay nada de qué arrepentirse. Es la meteorología la pasión de este hombre. La vida impone derroteros que hay que saber caminar con inteligencia perseverancia y un poco de amor.
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