Aniversario 40 de la Campaña de Alfabetización

Recuento de cómo fue

A propósito de celebrarse el pasado 8 de septiembre el Día Internacional de la Alfabetización, un encuentro entre protagonistas de la hazaña cubana en el museo sobre esa temática

Iraida Calzadilla Rodríguez

LIBORIO NOVAL   

Luisa Campos tiene el buen don de regalar alegrías. Y de ellas hizo gala este lunes en la mañana cuando trajo a la salita de reuniones el viejo libro de expedientes de los alfabetizadores, y mostró a hombres y mujeres en plena madurez el rostro de sus adolescencias apenas despegadas del vórtice de la niñez.

El Museo de la Alfabetización que ella dirige se ha convertido desde hace mucho en espacio para el recuento de una historia que no se aparta del hacer nacional y que cobra bríos en este 2001 cuando se cumple el aniversario 40 del asalto al cielo de la educación cubana, como alguien lo definiera.

El pie forzado en esta ocasión fue el 8 de septiembre, Día Internacional de la Alfabetización, un sueño todavía lejano en este universo que no alcanza a los más de 800 millones de personas que no saben leer y escribir, derecho que sigue repartido muy desigualmente entre las distintas sociedades y constituye fruto prohibido para aquellos cuyos niveles de pobreza, exclusión y marginación lo hacen imposible, como señala el mensaje que envió al mundo con motivo de la fecha, Koichiro Matsuura, director general de la UNESCO.

"...no cabe imaginar progresos fundamentales con miras a la erradicación de la pobreza si al mismo tiempo no se avanza sustancialmente por el camino de la alfabetización", consigna el referido documento.

Y tan clara estuvo la Revolución desde sus mismos albores, que un año bastó para erradicar el analfabetismo y dar paso después a la continuidad de la enseñanza: "El ejemplo de Cuba es irrepetible, porque fue voluntad absoluta del gobierno, respaldada a su vez por un movimiento totalmente voluntario", como dijo Jaime Confús, de la pléyade de maestros voluntarios, hoy doctor en Ciencias Pedagógicas, experimentado en campañas de ese tipo en otros países tercermundistas y el primero en hacer una tesis de doctorado sobre la Campaña.

El 22 de diciembre de 1961, ya alfabetizados más de 700 000 cubanos, el ejército de pueblo dijo en el multitudinario desfile en la Plaza de la Revolución: "¡Fidel, Fidel, dinos qué otra cosa tenemos que hacer!". Y a la vuelta de cuatro decenios, aquí está Lilia Pino recordando sus travesías en mulo por la montaña, ahora que es profesora del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona; al guatemalteco Alvarado, agente de la seguridad cubana durante 22 años, confesando el honor de haber pertenecido al ejército de liberación más joven del siglo pasado, pues a libertar iban al transmitir educación y cultura; o Nancy Moliné, con apenas 13 años desandando por zonas intrincadas de Oriente y Matanzas, para finalmente ser una estudiosa de la Química.

Rosa Hondal casi no pudo hablar al recordar el asesinato de Delfín Sen y José Taurino; Manuel Moro evocó los trabajos de propaganda revolucionaria en aquellos días difíciles; José Ramón Marcos calificó la Campaña como un timbre de gloria que marcó a su generación.

Por eso, porque cada jornada en el Museo se vuelve un mensaje de esperanza, María Luisa Fernández, representante de la UNESCO en Cuba, dio su seguridad de que cuando se evalúen los grandes logros del siglo XX, la Campaña de la Alfabetización será uno de ellos: "La opción de la Revolución puso el dedo en la llaga de lo que sucede en muchos otros países. Ustedes son un estímulo para ellos".

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