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 La estructura del Cuba ¿Tres receptores?...
¡Demasiados! SIGFREDO BARROS Dentro de dos meses exactamente, nuestra selección nacional de béisbol, o simplemente el Cuba, como la llama la inmensa mayoría de la afición, estará en el diamante del estadio principal de la lid, el Tien-Mou, enfrentando su primer compromiso del XXXIV Campeonato Mundial ante una escuadra nada despreciable como sin dudas lo será Canadá.
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RICARDO LOPEZ |
Meriño pudiera ser el nuevo receptor titular de Cuba en el próximo mundial. Sesenta días parecen, a simple vista, un largo período de tiempo. Pero el tiempo es como el viento: se va volando. En un abrir y cerrar de ojos ya Taipei de China será una realidad. Y creo conveniente hacer algunas precisiones sobre lo que considero debe de ser la estructura definitiva de la escuadra que estará en la mira de todos, la actual campeona mundial.
Años atrás, los equipos estaban conformados tan solo por 20 jugadores. Después, ante los constantes reclamos de mentores y federativos
—sobre la base de que el béisbol es un deporte de riesgo, abundante en deslizamientos peligrosos, bruscos encontronazos y pelotazos a granel, algo, por demás, rigurosamente cierto—, motivaron la ampliación a 22 y, posteriormente, a 24, de la cantidad de peloteros por cada equipo.
Complacidos todos los quejosos, de lo que se trata ahora es de saber con la mayor rigurosidad cuántos hombres son necesarios en cada posición. Y, en el caso de la actual preselección, la mayor polémica estriba en si llevar dos o tres receptores y, por consiguiente, nueve u ocho lanzadores. Personalmente, estoy convencido de que la primera fórmula, dos y nueve, es la mejor, sobre todo en un torneo de las características del que tendrá lugar en Taipei.
Me remitiré a los equipos Cuba de los últimos cuatro años. En los Juegos Olímpicos de Atlanta, la receptoría estuvo defendida por dos hombres. Un año después, en la Copa Intercontinental de Barcelona-97, de nuevo una pareja de máscaras. Doce meses más tarde, en el último torneo del orbe, Italia-98, el mismo binomio, integrado por Juan Manrique y Yosvani Peraza. Por último, en Winnipeg-99, Ariel Pestano hizo su debut como titular, con Manrique detrás. Nadie más.
Y no hubo problemas de lesiones. En todos los casos, los dos integrantes de la pareja llegaron al último juego en perfectas condiciones físicas.
La fórmula se alteró en los pasados Juegos Olímpicos de Sydney. A la dupla Pestano-Manrique se sumó el santiaguero Rolando Meriño, convertido, hoy por hoy, en el hombre de mejores resultados en esa difícil posición. Pero la participación de Meriño en la cita australiana se limitó a una salida como corredor emergente. Se me ocurre, parafraseando un viejo refrán, "¡tanto viajar para no jugar!".
Llevar tres máscaras trajo como consecuencia contar con solo ocho lanzadores para un torneo de nueve partidos. Y escribo solo porque Cuba fue, entre los grandes de la lid, el único que arribó a Sydney con esa cantidad de serpentineros. Estados Unidos, el actual campeón olímpico, se apareció en Sydney con un equipo integrado por dos receptores, cinco jardineros, seis jugadores de cuadro y ¡ONCE LANZADORES!. A priori parecía una exageración. Pero los directivos del equipo habían concebido muy bien su estrategia: no contaban con grandes bateadores y, por tanto, la ofensiva no sería su fuerte. Y les salió bien. Sus pitchers trabajaron para un 1,45 de promedio en los siete juegos de la clasificatoria. Dicho de otra forma, podían ganar anotando un par de carreras.
Sí son once los integrantes de la batería cubana (catchers y pitchers), restan entonces trece hombres para defender el cuadro y los bosques. Ocho infielders y cinco jardineros parece ser la combinación ideal, aunque en Sydney
—en aras de formar un staff de 11 lanzadores—, los norteamericanos sacrificaron dos jugadores de cuadro, apoyados en la versatilidad de estos, capaces de desempeñarse en más de una posición.
No es mi intención en este trabajo mencionar nombres ni hablar de posibilidades. Quedan aún dos entrenamientos
—uno en Venezuela, otro en Japón—, y algunos partidos de preparación en la nación asiática. Espero que los técnicos tengan en cuenta la importancia del pitcheo y no repitan la estructura del último torneo elite. Las derrotas no solo sirven para sufrir, sino también para aprender.
Por último, me atrevo a romper una lanza en favor de una idea. ¿Por qué esperar hasta pocos días antes del Mundial para realizar el corte definitivo? Si existen criterios suficientes al regreso de Venezuela, a Japón pudiéramos viajar con el equipo de 24 y allí realizar un trabajo mucho más específico con los jugadores, quienes, conocedores ya de su condición de mundialistas, se liberan de las lógicas tensiones, del inevitable ¿estoy o no estoy? que nos ha caracterizado todos estos años. Es solo una idea...pero creo que vale la pena.
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