El saldo del neoliberalismo

Argentina y la crisis sin fin

JOAQUIN RIVERY

La varita mágica que creía poseer Domingo Cavallo, el ministro de Economía vapuleado por la realidad, ha fracasado, los estremecimientos argentinos conmueven una y otra vez al país, la economía en lugar de recuperarse se hunde y las repercusiones alcanzan más allá de las fronteras.

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Cada vez proliferan más los sin techo en las ciudades argentinas.

Las medidas tomadas hasta el momento muestran una ineficacia en toda la línea, incluyendo el famoso "megacanje" de la deuda y la devaluación disfrazada del peso. A la mitad de esta semana, la bolsa de Buenos Aires se había hundido nuevamente, la valoración del riesgo-país se elevaba sin cesar y las nuevas medidas fondomonetaristas para continuar reduciendo el gasto estatal presagiaban toda una tormenta política y social.

(El riesgo país es un índice que señala la sobretasa pagada por un Estado por los títulos —valores oficiales— respecto a los similares de Estados Unidos; indica que se duda de la capacidad económica de una nación).

No se trata solamente de un día malo, sino de la secuencia persistente de malas noticias, la falta de perspectivas de mejoría y una inseguridad inevitable que se extiende por el país, por las mentes de los inversionistas, por toda la población y cuyos latigazos llegan a Chile, Brasil y hasta España, sin excluir a otros países.

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El presidente De la Rúa y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, conducen al país hacia un callejón sin salida.

El problema mayor para Domingo Cavallo y su viceministro Daniel Marx radica en la inutilidad de las medidas tomadas desde que prometió reanimar una economía con tres años de recesión. Ninguna ha surtido efecto y los países vecinos no han podido evitar las fuertes olas de la crisis.

Todo lo contrario, cuando se produjo el "megacanje" (cambio masivo de bonos de deuda por otros a más largo plazo con mayores intereses, que al final hipotecan el futuro de la nación), al decretarse la reducción de los impuestos a la importación de bienes de capital o en otros pasos de los ajustes, la reacción nacional y extranjera siempre ha sido negativa.

El último anuncio hecho se refiere a un recorte del gasto público del orden de los 1 500 millones de dólares desde ahora hasta junio del 2002, a distribuir entre el aparato central y las provincias.

En general, existe bastante aprehensión internacional con el comportamiento argentino, debido a la ausencia de resultados a pesar de las promesas. Las reacciones negativas se sienten incluso en las bolsas europeas, sobre todo la de Madrid, que sufre un pequeño colapso cada vez que Buenos Aires se tambalea debido a las fuertes inversiones españolas en el país austral.

La confianza en la economía argentina no se vislumbra por ningún lado. Parece generalizarse el temor a una incapacidad de pagos de la deuda, a pesar de todo lo hecho por Cavallo y su equipo para demostrar lo contrario, incluso después de que Brasil, posiblemente compulsado por sus vínculos estrechos con Buenos Aires, decidiera bajar el tono a la disputa bilateral provocada por las decisiones de Cavallo.

La desconfianza obligó hace unos días al gobierno de Fernando de la Rúa a pagar mucho mayores intereses para colocar en el mercado sus Letras del Tesoro (sumas nuevas para la deuda), lo que significa un costo más alto para la captación de dinero fresco y una dificultad mayor para la cuentas argentinas, pues pagar 14 por ciento de interés a papeles pagaderos en 90 días es un precio para insinuar moratoria o devaluación de la moneda, mientras nace la amenaza de un retiro masivo de inversionistas extranjeros a causa de la inseguridad, algo que sería completamente catastrófico.

Directamente sufre las consecuencias todo el Cono Sur latinoamericano, donde las divisas locales bajan de valor como una respuesta natural ante los males de un vecino enfermo al que el médico no le adivina la cura. La situación es tal que los especialistas comenzaron a preguntarse si la crisis terminará algún día.

Ante la incapacidad de recuperación y la extensión del hambre, los estallidos sociales, las huelgas y las marchas han estado a la orden del día, y es de suponer que aumenten cuando los golpes lleguen directamente a los ya precarios ingresos de la mayoría de la población.

El mismo presidente De la Rúa, al exponer el nuevo mazazo sobre los argentinos, declaró que ya los gobiernos neoliberales habían privatizado todo lo que había para vender en el país y que la deuda y las altas tasas de interés condenaban al país a la recesión. Lección a tomar: la privatización no resuelve.

De nada valió tampoco el famoso blindaje financiero por el cual De la Rúa recibió 40 000 millones de dólares para tratar de salir de la crisis.

Desde que el presidente Carlos Menem asumió el gobierno a fines de 1989 y se comenzó a aplicar en Argentina la línea neoliberal del Fondo Monetario Internacional, la nación austral solamente ha vivido la política de los ajustes como una novela en episodios, que se repite cada cierto tiempo sin que llegue el desarrollo.

Fernando de la Rúa asumió el poder hace año y medio y se mantuvo el mismo desempeño neoliberal, pero sus resultados han sido nulos.

De toda la historia argentina de los últimos 12 años, lo único verdaderamente cierto es el naufragio total de las teorías neoliberales. Entre los eufóricos anuncios de Menem de que la nación entraría en el primer mundo y el descalabro actual corre una historia que siempre han pagado las mayorías argentinas... y siguen pagándola, pero hay una lucha en lontananza.

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