Un jurado internacional presidido por el laureado
artista cubano Manuel Hernández e integrado por otras personalidades de Italia, Estados
Unidos, España, Irán y Cuba decidió entregar los galardones a: Tomás Rodríguez
(Tomy), de Cuba, por la obra Milenium, en sátira política; Juan Francisco Aloy (Cuba),
por Reflejos traicioneros, en humor general; José A. Herrera (Calarcá), de Colombia, por
la pieza Cantinflas, en caricatura personal; Janler Méndez (Cuba), por la obra s/t, en
historieta, mientras que en fotografía quedaron desiertos los tres primeros premios.
El segundo y tercer lauros en sátira política de esta
duodécima edición fueron para Angel Boligán (Cuba), por La trampa, y para el ruso Pyotr
Kulinich, por su pieza s/t, respectivamente; en humor general correspondieron a Julio A.
Ferrer (Cuba), por Me llaman La ley de ajuste, el segundo, mientras que el tercero fue
compartido entre Vladimir Kazanevsky, por la serie Descabezados, y el colombiano Raúl
Fernando Zuleta, por su trabajo s/t. En caricatura personal se lo adjudicaron a David
Pugliese (Argentina), por Jimmy Hendrix, y Angel Boligán (Cuba), por Fox,
respectivamente; mientras que en historieta recayeron en Alfredo Martirena (Cuba), por Ironía,
y en Raimundo Rucke (Brasil).
UN RECORRIDO POR LA MUESTRA
El tiempo ha pasado, y aquel proyecto de la villa del
humor, a pesar de las dificultades, se ha podido sostener gracias al esfuerzo del
Gobierno, el Partido de la región, de la UPEC y el propio pueblo de San Antonio. Hay, en
primer lugar, que aplaudir su contiuidad, pero es necesario reflexionar si esta Bienal es
una ceremonia reedificada que se repite como un hábito, o un encuentro que crece.
Una mirada por la muestra-concurso, abierta nuevamente
en el Museo del Humor de San Antonio primera institución de su tipo en Cuba y en
América Latina, deja ver sin ningún chouvinismo, la abrumadora participación de
los creadores cubanos en ese mar de humor. Aunque más allá de la factura técnica de la
mayoría de estas obras que destacan en el envío, no siempre los temas abordados son los
más interesantes. Hay incluso, escasez de temáticas importantes de sucesos acaecidos en
este período.
La Bienal convoca irremediablemente a recordar
encuentros anteriores, principalmente en la década de los 80. Hay que caminar y
"registrar" exhaustivamente el Salón para encontrar esa pieza extraordinaria,
en la que vibre el verdadero concepto del humor. Las obras llegadas de los otros países
socialistas casi son inexistentes, y sus temas inocuos. Abundan los chistes de almanaque y
hasta trabajos triviales, de pobre realización que no debieron ser seleccionados en un
encuentro de renombre internacional, además de que son evidentes las ausencias de firmas
reconocidas en este terreno salvo raras excepciones.
Tampoco faltan los trabajos de destacado valor, en los
que salen a flote soluciones y metáforas gráficas, donde saltan a la vista la relación
contemporánea del humor con formulaciones de la pintura, la artesanía, el diseño
gráfico, el grabado y hasta el séptimo arte. Sumando las exposiciones abiertas en
diversos puntos de la capital, los ciclos de humor en el cine, los talleres
internacionales, las conferencias de los jurados y los espectáculos humorísticos se
conforma el rostro de una Bienal de pueblo y única en el continente que debe mantenerse
viva.