Girón, victoria del pueblo

Desde Los Hondones se habla con el mundo

Ignacio López Marrero (servicio especial de la AIN)

Cuando los Beatles cantaban en el corazón de los europeos, los soviéticos vestían el traje de los viajes espaciales y el presidente John F. Kennedy se jugaba la carta sangrienta de Playa Girón, la luz eléctrica y el teléfono eran temas de ficción en la Ciénaga de Zapata.

El suelo prevalecientemente infértil para la agricultura, la dispersión poblacional, plagas, humedad, salinización, un insondable lecho de turba, mala calidad del agua potable y el predominio de los callejones para bestias, no podían ser de modo alguno muy atractivos.

Pero la aventura mercenaria, que costó la vida de 176 personas, con más de 300 heridos, 50 de ellos incapacitados de por vida, solo aspiraba a una cabeza de playa, donde implantar un gobierno provisional y luego reclamar la intervención directa de los Estados Unidos.

En aquella época Los Hondones —límite de las zonas occidental y oriental del agreste territorio de 4 230 kilómetros cuadrados—, caserío situado en una franja imaginaria de monte grueso parecía apto más bien para el heroísmo humano por la subsistencia.

Sin embargo, el 17 de abril de 1961 los jóvenes Ramón Jáuregui Díaz (villareño) , Luis Pérez Iznaga (cienfueguero) y Sandalio Díaz Alfonso (matancero), integrantes de los batallones 339 y 144 de las Milicias Nacionales Revolucionarias, probaron que la lucha en tal medio podía ser también por la independencia, la libertad y el socialismo.

Esos muchachos enfrentaron con fusiles ligeros la embestida de los tanques Sherman artillados con cañones de 76 milímetros y a otras dotaciones blindadas armadas con morteros, bazucas y lanzallamas, a la vera del camino carbonero que conduce al pequeño barrio rural.

Tres obeliscos de hormigón con sus nombres en metal recuerdan la hazaña.

Para entonces, los Chirino Cruz, una de las 56 familias residentes hoy en el asentamiento poblacional de Los Hondones, vivía en un lugar conocido por Cupey, mucho más apartado en el humedal del centro sur cubano.

Hoy en su típico hogar perfumado por la floresta, rodeada de soplillos, júcaros y almácigos, aunque conectado por planta digital con la civilización, Elizabeth no sale del regocijo: en su casa hay refrigerador, televisor y desde hace dos años, un teléfono.

Emocionada, la lugareña narró que el 13 de marzo último un niño vecino de seis años de edad se quemó por accidente doméstico. Rápidamente marcó un número y en menos de media hora llegó la ambulancia con personal médico preparado para el caso, que era de gravedad.

¿Cuantos padecieron, murieron y fueron sepultados en la Ciénaga sin asistencia? Nunca se sabrá.

Ella cuenta que el padre del muchachito se encontraba en Camagüey, lo supo en unos minutos y tan pronto como pudo regresó al lado de la criatura.

"El teléfono público, la electricidad y la radio en casa —comentó— no solo han servido para urgencias médicas, sino a muchos otros objetivos comunitarios. Los cenagueros tenemos lo que antes de la Revolución ni siquiera soñamos".

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