Una Pradera de amor y solidaridad

ELSON CONCEPCION PEREZ

Tres niñas venezolanas, Mishel (4 años), Gabriela (2 años) y Sharon (9 años), junto a sus madres, ocupaban una de las salas de rehabilitación en el Centro Internacional de Salud La Pradera, al oeste de la capital cubana.

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JORGE LUIS GONZALEZ

Mishel, con su mamá, en los ejercicios de rehabilitación.

Las menores forman parte de los 304 pacientes venezolanos que han sido atendidos en Cuba por servicios médicos especializados de forma totalmente gratuita, mediante un plan integral entre ambos países.

Pero ninguna de estas niñas sabe de dónde vinieron y dónde están. Mishel padece de una Mielomeningocele, Gabriela, del Síndrome de Wesst, y Sharon, de Parálisis Cerebral Infantil.

Sus vidas inciertas, sin embargo, parecen florecer ante tanta ternura de madres, médicos, fisioterapeutas, técnicos y demás personal especializado que a tiempo completo dedican conocimientos científicos, experiencia médica, voluntad, paciencia y —sobre todo— amor, mucho amor, en esta labor humana y extremadamente solidaria.

Milexa Torres, la mamá de Mishel me cuenta: "La rehabilitación en Venezuela es poca y muy cara, a 20 dólares la hora. Imagínese que aquí se dan cinco horas diarias de rehabilitación física, una hora de logopedia y una hora de defectología, de lunes a viernes y los sábados tres horas de rehabilitación física. La cuenta es clara, serían en mi país más de cien dólares diarios. ¿Quién puede pagar eso? Solo los ricos, los demás a morirse".

Sobre lo que se le hace a su hija explica: a la niña hay que tratar de estabilizarle el tronco para luego operarla de la cadera. ¡Que Dios quiera y la Virgen sea aquí, en Cuba!

Thais Huerta, la mamá de Gabriela, de Maracaibo, en el estado de Zulia, relata que la niña, con el síndrome de Wesst, fue traída al CIREN cuando le daban un promedio de cien convulsiones diarias, que a los 20 días fueron controladas. Había llegado sin ningún movimiento, sin respuesta. Allí estuvo cinco meses. "Regresé a Venezuela y estuve esperando un año sin poderle hacer nada a la niña, porque allí haría falta todo el dinero del mundo para lograr esto que se hace con mi hija y demás niños aquí en Cuba".

Por su parte, Saily, la mamá de Sharon Dacrema, orgullosa de pertenecer al Estado de Barinas, "la tierra del Presidente Chávez", agradece que en el CIREN hubiesen logrado que la parte motora de su hija aumentara un 60 por ciento.

AMOR, MUCHO AMOR

Junto a estas tres madres que colaboran en la rehabilitación de sus hijas, está la técnica Marlene Figueras, de 30 años, quien define su oficio como "un trabajo muy lindo, precioso, muy extenso, el que hay que asumir con mucha paciencia".

Graduada en 1994, Marlene explica que su mayor motivación es cuando uno de esos pacientes recupera algún movimiento que puede incorporar a su vida.

Así es, y se aprecia cuanto amor dedica esta muchacha a una tarea tan humana como tierna.

Y lo explica con sencillez: también les estamos haciendo entrenamiento a los padres para que sepan cómo enfrentarse a la enfermedad de sus hijos, cómo atenderlos, que incluye, desde saber de qué color debe estar pintado su cuarto hasta el lugar donde deben situarse los juguetes para que los movimientos que hagan con ellos, contribuyan a su rehabilitación.

UN PADRE POBRE, PERO ¡QUE PADRE!

Por toda La Pradera, impulsando el sillón de ruedas donde su hija Guadalupe con su muñeca "rubia y peluda" recorre la consulta médica, el salón de rehabilitación o cualquiera de las otras áreas dedicadas a la salud, un padre — ¡qué padre!— es conocido por todos: si, el padre de la niña Guadalupe, es aquél, el de la camisa a cuadros.

Frente a mí, Ramón Ramírez, un hombre callado que no puede ocultar dos cosas: la tristeza de saber que su hija, de tres años, tiene una patología de Fallot (malformación en el corazón); y la satisfacción de que él, una persona pobre, pueda ver como a su niña la atienden médicos, científicos y ahora la preparan para hacerle una operación que en su país no podría pagar nunca.

"Tendría que trabajar toda la vida, con buen salario, y aún así nunca hubiese acumulado el dinero necesario para operar a mi hija en Venezuela", enfatiza este hombre que cada día, en cada comida, dedica con paciencia hasta dos horas para poner la cucharada en la boca de su niña.

ALGO MAS QUE SOÑAR

El Centro Internacional de Salud La Pradera es una instalación cuyas condiciones "parecen un sueño para quienes acompañamos a nuestros familiares enfermos", me dice una de las madres que ayuda a su hijo en el rigor de cinco horas de rehabilitación.

El porqué me lo explica luego el doctor Pedro Llerena, director general del centro:

"Un grupo multidisciplinario, integrado por fisioterapeutas, defectólogos, médicos fisiatras, psicólogos, doce de ellos plantilla del centro y otros 100 profesores que colaboran en este plan, constituyen la garantía de la atención debida a cada paciente.

"Hay 19 centros científicos y hospitalarios vinculados al plan Venezuela, y ya se han realizado 79 operaciones quirúrgicas, que van desde el corazón, urología, ortopedia y otras".

La Pradera cuenta para este servicio con 130 habitaciones para el alojamiento de enfermos y acompañantes, además un centro de Medicina Física y Rehabilitación, toma de muestras de laboratorio, atención odontológica; y la vinculación con el Complejo Científico cubano permite garantizar estudios del sistema nervioso y otros como ultrasonidos, y Rayos X.

Añade el doctor Llerena que el sistema de rehabilitación está dotado de tecnología de punta, con personal altamente calificado y consagrado a lo que hacen, y así se ve en la zona de hidroterapia para el trabajo con el paciente en el agua, el gran gimnasio, la sala de electroterapia, la de terapia ocupacional, y un recién inaugurado salón de juegos pasivos.

En medio de aquel mundo, de amor y solidaridad, una hermosa batalla por la vida libran hombres, mujeres y niños, no importa que los pacientes sean venezolanos y los que atienden y curan sean cubanos: todos somos humanos y vivir es nuestro principal derecho.

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