| CULTURALES | 
Treinta años después
La noche de los asesinos
Jorge Ignacio Pérez
La noche de los asesinos, del cubano José Triana, vuelve a nuestros escenarios.
Quizá el interés que provoca este título en muchos confines sea su complejidad dramática, su fuerte carga existencial girando sobre la relación padres-hijos y también sus potencialidades de lectura.
El próximo viernes 10 habrá una función especial, con entrada libre, que dará pie a un debate con el público.
Desde 1967, cuando Vicente Revuelta la montó, no subía a un escenario cubano esta pieza -en el ámbito profesional-, pero el tiempo resulta el mejor soporte para demostrar su trascendencia: no se trata de un teatro llevadero de la impronta de una época, sino de un discurso sobre ciertas actitudes humanas vigentes, sin el riesgo de hacerse viejo.
La noche de los asesinos ha sido retomada por el grupo Teatro D'Dos, que dirige el también actor Julio César Ramírez, y se está presentando los fines de semana (6:00 p.m.), en una pequeña salita del Museo de Arte Colonial, en la Plaza de la Catedral. Este montaje es, digamos, el segundo capítulo de lo que ellos han dado en llamar La Trilogía de los Hijos, inaugurada el pasado año con La casa vieja, de Estorino, puesta que les valió el Premio Villanueva de la Crítica, y el ciclo cerrará a finales de 1998 con Aire Frío, de Virgilio Piñera.
Teatro D'Dos -que son tres actores- hace una versión de una hora y 15 minutos desde las posibilidades intimistas del teatro de cámara. Sobre el escenario hay una cuerda circular que delimita sicológicamente el espacio donde se mueven tres hermanos, Lalo, Cuca y Beba, angustiados por la incomprensión de sus padres hacia ellos. La ropa que llevan, anuncia la muerte, pero, más que eso, vaticina lo que podría llamarse un "ajuste de cuentas": la muerte física es un hecho simbólico que incluso nunca llega a consumarse.
La puesta, que asume el difícil planteamiento de re-presentar rápidas transiciones de tiempo y de personajes -los propios actores serán hijos y padres: el desdoblamiento es muy exigente-, se pierde en excesos de simbolismo; llega a incomunicarse en algunos momentos por ese sistema de códigos (gestuales, vocales y de utilería) que evidentemente está queriendo decir algo extra pero enturbia el discurso central. (Ya en La casa vieja se utilizaron algunos de estos recursos -el movimiento coreográfico concretamente- pero allí sin llegar a explayarse tanto).
No es fácil, desde una postura ética seria y también de rescate de una obra universal por su tema, quedar en paz con los propósitos artísticos y con la plasmación de un contenido complejo. Pero aquí hubiéramos preferido una partitura más sencilla para estos tres actores (Daisy Sánchez, Yaquelín Rosales y Julio César) que tienen excelente madera.