NACIONALES

Nueva falsedad sobre Cuba


NICANOR LEON COTAYO

EL DEPARTAMENTO de Estado norteamericano presentó un informe donde señala a Cuba entre los países que en su criterio el año pasado estuvieron vinculados al terrorismo internacional, aun cuando el documento reconoce que "no existen pruebas que demuestren que Cuba haya patrocinado acción terrorista alguna en 1997".

Cada año, a manera de un gran juez mundial que nadie ha nombrado, Washington circula una lista de naciones a las que acusa de estar mezcladas en esa actividad, algo parecido a cuando dice quiénes se portan bien o mal en el tema de los derechos humanos o del narcotráfico.

En primer lugar, las autoridades norteamericanas carecen de un mandato legal para identificar a los que sobre el planeta están o no vinculados al terrorismo, y por otro lado no tienen la moral suficiente como para hacerlo.

Serían necesarios varios libros para abordar las numerosas ocasiones en que gobernantes de ese país han practicado el terrorismo de Estado, pero algunos ejemplos ayudan a proporcionar una idea al respecto.

En detalle ha sido divulgada la forma en que la CIA derrocó a gobiernos progresistas de Irán y Guatemala, en la década del 50, y lo que hizo para acabar en 1973 con el gobierno de Salvador Allende, en Chile, así como lo que ha hecho a través de los más sucios recursos para imponer sus objetivos.

En la década del 70 la comisión Church informó al Senado de Estados Unidos sobre los múltiples intentos de asesinato contra Fidel Castro, auspiciados por la CIA, y recientes documentos desclasificados de esa agencia de espionaje demuestran, aún más, cómo organizó y llevó adelante la invasión de Girón que tuvo lugar en 1961.

¿Qué sugiere todo lo anterior? Que los autores de esos acontecimientos, así como de otros posteriores de igual envoltura, deben estar incluidos en una lista de ejecutores de terrorismo de Estado y ser enjuiciados moral y jurídicamente por ese delito.

Washington miente de nuevo al señalar a Cuba como involucrada en el terrorismo internacional, precisamente cuando en Estados Unidos no es detenida la expansión de grupos neofascistas que cada vez realizan más actos armados y devienen suministradores de propaganda nazi en otros países.

El 19 de abril último se conmemoró el tercer aniversario del sabotaje que destrozó un edificio gubernamental en la ciudad de Oklahoma, episodio en el que murieron 168 personas, incluidos niños, y resultaron heridas alrededor de 500.

Ese hecho, como se demostró, fue ejecutado por hombres de la milicia ultraderechista de Michigan, y si por aquellos días el Buró Federal de Investigaciones (FBI) andaba detrás de unos cien casos de terrorismo, ahora se informa que casi llegan a mil.

Estos incluyen, entre otros muchos, descarrilamiento de trenes, atentados contra fuentes de energía eléctrica, agresiones en aeropuertos, bombas en clínicas que practican abortos, amenazas de volar en pedazos estaciones de televisión y de obstaculizar el tráfico por carreteras.

Junto a ello, desde hace 39 años, Miami ha sido lugar de residencia y base de operaciones de numerosos terroristas de origen cubano, a los que la impunidad llevó incluso a narrar en conferencias de prensa las actividades subversivas que habían efectuado contra nuestro país.

Como ha sido denunciado muchas veces, en esa urbe floridana tales elementos llegaron a implantar una completa intolerancia ideológica, establecida públicamente a través del chantaje, de la colocación de artefactos dinamiteros y hasta de asesinatos.

Nadie ha olvidado que allí un museo de artes fue víctima de agresiones con bombas debido a que exhibió obras de artistas plásticos cubanos residentes en la Isla, y que se llegó al espectáculo fascista de quemar un cuadro en la plaza pública debido a que el autor no abandonó su patria.

Todo el mundo recuerda que actuaciones de prestigiosos artistas cubanos, como la de Rosita Fornés, fueron impedidas en aquella ciudad con el uso de petardos y de amenazas de ejecutar acciones de mayor alcance en los locales que serían utilizados.

Vale subrayar el caso del periódico The Miami Herald, que por solo discrepar suavemente con el proyecto de ley Torricelli, que endurecía el bloqueo a Cuba, a principios de 1992 fue víctima de una campaña de la titulada Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) que culminó en amenazas de muerte a sus directivos y actos terroristas contra sus equipos de distribución.

A mediados de noviembre del año pasado, y luego de hacer una investigación que se prolongó durante dos meses, ese mismo periódico reveló que las bombas colocadas antes en hoteles de La Habana fueron obra de un complot montado por la extrema derecha de origen cubano de Miami.

Como autor material de esos hechos figuró un mercenario salvadoreño, Raúl Ernesto Cruz León, y como enlace entre éste y la FNCA actuó el terrorista de origen cubano Luis Posada Carriles, prófugo de la justicia venezolana que en su libro Los Caminos del Guerrero, publicado en 1994, narró sus estrechos vínculos con la CIA y con la FNCA.

Posada Carriles tomó parte en el sabotaje contra un avión civil cubano donde murieron 73 personas, en octubre de 1976, actividad en la que también participó el terrorista de igual origen Orlando Bosch Avila, entonces prófugo de la justicia norteamericana que hoy reside en Miami.

La década del 90 también ha sido testigo de la salida de comandos terroristas desde suelo estadounidense que entraron clandestinamente en la Isla, aunque más tarde, de una forma u otra, por lo general fueron neutralizados.

Además en lugares como la ciudad de Los Angeles, estado de California, el FBI ha ocupado arsenales en poder de esas facciones, pero después no hubo condenas, y en las cercanías de costas de la Florida han sido atrapadas embarcaciones con hombres armados y transportando explosivos, rumbo a Cuba, pero los implicados salieron en libertad.

Con este panorama de fondo, la semana pasada el Departamento de Estado norteamericano presentó un informe, como dije al principio, que acusa a Cuba de estar vinculada al terrorismo internacional.

Esa dependencia gubernamental, antes de hablar sobre el tema y de lanzar calumnias sobre otros, como hizo ahora con nuestro país, debería, en primer lugar, poner su casa en orden.

Debe tomar en cuenta que en su propio escenario nacional el terrorismo de inspiración ultraderechista está cada vez más organizado, sobre todo en lo que atañe a sus milicias.

No debiera olvidar que representantes de esas facciones tienen cómodo acceso a medios de prensa, radio y televisión, que tales grupos disponen de un fuerte respaldo financiero y de vínculos en el Congreso, donde algunos piensan igual que ellos.

Uno de los méritos del pueblo de Estados Unidos es haber rechazado siempre el fascismo, y por tanto no merece que por inercia o por un falso concepto de la libertad, a su alrededor crezca de manera impune la serpiente que cobija esa ideología terrorista. Que se emplee el tiempo en frenarla, en lugar de hacerlo en mentir sobre Cuba.

En lo que atañe a los terroristas de origen cubano que radican en Miami baste apuntar que desde hace años son conocidos. Su principal estado mayor se localiza en la denominada Fundación Nacional Cubano Americana y han operado muy activamente.

Que se emplee el tiempo en acabar con esa situación que en nada beneficia la imagen de Estados Unidos frente a la opinión pública internacional, antes que en seguir tratando de desinformar sobre nuestro país.

Entonces, nadie lo duda, existiría más moral para hablar sobre quiénes están y quiénes no están sobre este planeta vinculados al terrorismo internacional, e incluso hasta para delimitar mejor lo que se entiende por tal.

La nueva patraña contra Cuba, esta vez en ese campo, vale tanto como la conocida campaña sobre los derechos humanos que hace poco sufrió un durísimo golpe en Ginebra. Y el camino a seguir por ambas es el mismo.


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