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CULTURALES |
Blanco y Valera: Imprescindibles
Pedro de la Hoz
Los aniversarios son un pretexto: sólo eso. Porque repasar la obra de Juan Blanco y Roberto Valera, como lo hizo hace apenas unas horas la UNEAC, no es cosa que tenga que ver con que uno llegue pronto a los 75 años de edad, aunque no lo parezca, y el otro, como en pacto evidente con un diablo generoso, disimule los 60 que en diciembre cumplirá. Lo importante vive en la fecundidad de sus trayectorias artísticas, en lo que han dejado y siguen aportando a zonas de la música cubana tan relevantes como las más difundidas; tan necesarias como las más visibles; tan de futuro como las que la tradición acuña.
De Juan, él mismo y los demás, han hecho una figura mítica: partícipe activo de la fundación de la Sociedad Nuestro Tiempo, mano a mano con Harold Gramatges; autor de la banda sonora del documental (hoy se diría docudrama) El Mégano, denuncia social acentuada de la miseria de los cienagueros secuestrado por la tiranía batistiana; pionero de la música electroacústica en Cuba, ganado para la vanguardia por Alejo Carpentier, quien lo incitó tanto con las novedades de Schaeffer y Boulez que se atrevió con tres grabadoras y un oscilador de audio a iniciar un camino en el que sigue siendo puntero con sus obras nacidas de la computadora y la síntesis digital.
Valera, creador de obras fundamentales para el sinfonismo, la música de cámara, la creación vocal y la experimentación electroacústica, encarna cubanía, humor y rigor en una intensa cosecha, que comenzó en la frontera entre los 50 y los 60, cuando Leo Brouwer descubrió que el actor que Roberto llevaba adentro podía ser desplazado por un músico que todos necesitábamos.
En la tertulia de memorias y perspectivas, la estatura de Valera se acrecentó con la muestra de canciones interpretadas por la soprano Bárbara Llanes, siempre sorprendente y un par de sus partituras esenciales para nuestro canto coral: en las voces de Exaudi lucieron magníficas No tengo tiempo e Iré a Santiago.
Un verdadero revival fue la audición de una grabación de la Elegía, de Juan Blanco. Antes de la electroacústica, música instrumental de estirpe cubana y audacia constructiva para la época -la de los 50-, el hecho político, un homenaje a Jesús Menéndez y, por extensión, a los mártires de la Patria, se expresa en sustancia épica sin artilugios dogmáticos. Una partitura fresca, como acabada de salir del horno.