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El objetivo final de Carlos Marx
RAUL VALDES VIVO
EL ESPARTACO con cabeza de sabio que nació hace hoy 180 años y dio a los esclavos modernos, los trabajadores asalariados, la conciencia de la misión emancipadora de sí mismos y de la humanidad, tuvo por cuna, no un pesebre, como Jesús, sino la propia de una familia alemana burguesa.
Desde la Comuna de París de 1871, primer asalto proletario al cielo, como dijeron él y su gran compañero en sabiduría y pasión, Federico Engels, la prensa burguesa empezó a llamarlo "el doctor terrorista rojo".
Terrorista nunca fue, a doctor llegó con una tesis singular que dejaba entrever su espíritu en eterna rebelión.
Para adquirir en la Universidad de Jena el título de Doctor en Filosofía, el estudiante de 23 años redactó una tesis sobre las diferencias entre Demócrito y Epicuro, viejas cabezas materialistas de Grecia. Ambos, miles de años atrás, creían que nada existe fuera de los átomos y el vacío del espacio. Pero mientras Demócrito planteaba la caída perpendicular de los átomos al vacío, para deducir la necesidad fatal de todo cuanto acontece, Epicuro postulaba que los átomos declinaban al caer, lo que conducía a realzar la voluntad humana, en rebeldía contra el gruñido de los dioses y los rayos de la naturaleza, como destacó Marx. Es decir, ciego determinismo contra libre albedrío.
El joven Marx prefirió a Epicuro. Después comprendería que la historia sintetiza las dos posturas, pues el hombre se propone solo aquello que mediante la lucha puede alcanzar, al existir o estar creándose condiciones materiales para ello.
En esa época ya empezaba a discrepar de su maestro Hegel, sin dejar de ser idealista, pensando todavía que las ideas forman la base de la sociedad. Más tarde, vuelto el padre del materialismo dialéctico, descubrió que la base o estructura social está constituida por las relaciones en la actividad indispensable para la vida humana, la producción, que son fundamentalmente las relaciones de propiedad sobre los medios de producción. Tales relaciones están determinadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y cuando dejan de corresponderse llega el tiempo del cambio social. Por eso mismo a Marx le deslumbraba cada descubrimiento científico o tecnológico que ayudara a revolucionar las fuerzas productivas.
En El Capital, el libro que es su propio monumento, Marx revela la ley especial de la asfixiante sociedad capitalista: la plusvalía, de la que salen todas las riquezas de los explotadores. Más que el hecho de que el obrero, en esclavitud disfrazada, entrega sin retribución parte de su trabajo al propietario privado de los medios de producción, le interesaba que el lugar histórico del capitalismo es servir de peldaño para ir revolucionariamente hacia el comunismo, cuya primera fase es el socialismo, todavía con rasgos del pasado.
Consecuentemente Marx se entregó de lleno a organizar la fuerza llamada a derrocar el capitalismo. Su obra de mayor audacia (Martí lo reconoció) fue la Internacional.
Engels resumió aquella vida pletórica de tenacidad diciendo que la lucha era su elemento. Tanto era así que en un momento amargo Marx se rebeló contra la adulonería de algunos que poco o mal luchaban por la emancipación de los trabajadores y que, sin embargo, posaban de teóricos y fieles discípulos suyos. En tono de burla exclamó: "Todo lo que yo sé, es que yo no soy marxista".
Con ello rechazaba a quienes parecían ganados por el determinismo económico, al no comprender que si bien para la concepción materialista de la historia la causa primera son las condiciones materiales de vida, eso no impide que la esfera ideológica reaccione a su vez sobre ellas.
La pregunta: ¿luchar para qué?
El objetivo final de Marx, exaltado por el más eminente de sus continuadores, Lenin, es el logro de una sociedad libre de cualquier forma de esclavitud, formada por seres humanos enteramente libres, dueños de lo mejor de la cultura, la sociedad sin clases sociales ni Estado.
Esto permitiría borrar gradualmente la vieja división del trabajo, entre el trabajo manual y el intelectual, entre la ciudad y el campo, y elevar la productividad social del trabajo a escala universal a tan alto grado, dentro de la justicia social más plena, que sea capaz de darles a todos lo necesario para una existencia con bienestar, educación, salud, dignidad. ¡La victoria completa de los derechos humanos!
Marx fue el primero en demostrar que detrás de las manos de Fidias, el escultor cimero en la democracia aristócrata griega, estaban millones de manos esclavas. Igual ocurría con los filósofos que enseñaron al mundo a pensar. Demostró que cada Estado tiene un contenido clasista y llamó a instaurar el de los trabajadores.
La globalización neoliberal ahonda la división del trabajo en forma demencial. Tiende a dividir a los trabajadores entre simples apretadores de botones y los superfluos, los que nunca podrán trabajar, mientras apela ignominiosamente al trabajo masivo infantil y pretende hacer de los pueblos del Tercer Mundo algo similar a bestias parlantes, como los poderosos de la Roma imperial denominaban a sus esclavos, mientras los caballos eran los instrumentos semiparlantes y los arados, los mudos.
Para el capitalista el trabajar es simplemente una especie de instrumento para la producción de plusvalía, riquezas, dinero, al que se mantiene separado (enajenado) de los medios de producción por él también producidos.
Los ideólogos de la globalización neoliberal sostienen que buscan una sola humanidad, pero es la más cínica mentira. Por dentro continuaría el desgarramiento en clases sociales antagónicas. Por encima estaría el gobierno mundial con el poder ilimitado de las transnacionales de los ricachones y los Estados a su servicio. Fidel acaba de rechazar de nuevo semejante globalización sin solidaridad precisamente por irracional y antihumana.
Marx llegó a ser Marx, amado por los trabajadores, odiado por los explotadores, a causa del objetivo final que concibió y por el cual luchó como el que más en la historia. Fue el pionero en prever la necesidad y descubrir la posibilidad de conquistar el mundo de la fraternidad, vencedor del dios dinero. Martí, que desde otra visión filosófica aspiraba a ese supremo sueño, llamó a Marx veedor profundo en la razón de las miserias humanas y hombre comido del ansia de hacer bien. Tenía razón.