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 Una página poco conocida
de la vida del Titán de Bronce
Maceo y la deuda extranjera
ROLANDO ALVAREZ ESTEVEZ
Doctor en Ciencias
COMO es conocido, después del Pacto del Zanjón sucedieron numerosos
acontecimientos vinculados con nuestros principales patricios en las naciones donde
buscaron un refugio transitorio.
En Honduras, que junto a Guatemala, se vanagloriaba con orgullo y
razón de haber sido el territorio común donde existió el Imperio Maya, y de manera
particular Copán, uno de los principales centros de difusión de la cultura maya, nuestro
Antonio Maceo y Grajales fue uno de los cubanos más queridos y respetados por la
población hondureña. Diríamos que más que por los altos cargos que ocupaba en el
ejército de dicho país centroamericano, sí por su aval incuestionable como
revolucionario inclaudicable y destacado jefe revolucionario que luchaba por la
Independencia de su pueblo.
Hasta pocas semanas antes de partir definitivamente de Honduras,
Maceo continuó recibiendo incontables muestras de entusiasmo provenientes de otros
revolucionarios cubanos sumidos en la diáspora de la emigración y que mantenían la
decisión de reiniciar la guerra independentista. Sin embargo, la sombra artera de los
círculos gobernantes de Estados Unidos no dejaba de estar presente, en función, siempre,
de hacer frustrar los justos anhelos cubanos.
La carta de junio 13 de 1884, fechada en San Pedro Sula y firmada
por Maceo fue, tempranamente, uno de los llamados de atención más importantes y
enérgicos dado -después del Pacto del Zanjón- a los patriotas de adentro y fuera de
Cuba que podían pecar de ingenuidad en cuanto a los reales propósitos del vecino del
Norte con respecto a la causa cubana. En su misiva, Maceo rechazaba cualquier
intervención extranjera en el conflicto cubano-español, y mucho más de aquellos que se
inmiscuyeran para alargar o perpetuar los sufrimientos de su pueblo.
Nunca creyó que la postura política norteamericana se inclinara a
favor de la independencia de Cuba: "Me parece que con alguna discreción se
conservaría neutral en nuestros asuntos, si no indiferente como hasta ahora...",
decía refiriéndose a Estados Unidos.
La histórica carta a la que hacemos mención fue dirigida a José
Dolores Poyo, director del periódico El Yara, de Cayo Hueso, y contiene una de las
sentencias de más honda reafirmación revolucionaria, de tanta vigencia, que posterior al
1 de enero de 1959, nuestra Revolución la ha tenido que enarbolar, muchas veces, frente a
los numerosos intentos de agresión y anexión norteamericanas.
Esa sentencia, escrita en tierras hondureñas, dice: "Pero
quien intente apropiarse a Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no
perece en la lucha, Cuba tiene muchos hijos que han renunciado a la familia y al
bienestar, por conservar el honor y la Patria. Con ella pereceremos antes que ser
dominados nuevamente..."
Eran tiempos en que entre Tegucigalpa y San Pedro Sula se
estableció una dinámica relación revolucionaria por vía de correspondencia o de
visitas a esta última ciudad donde se hallaba el General en Jefe Máximo Gómez. No
fueron pocas las veces en que Maceo fue al encuentro de su compañero de armas. Tanto uno
como el otro siempre fueron consecuentes con los principios que defendían: "Me
preparo a marchar y cumplir mi palabra empeñada", decía Gómez el 15 de mayo de
1884. Maceo, por su parte, reconoció en Gómez al jefe de los proyectos revolucionarios
que se preparaban.
Si bien en Maceo fue una característica aprovechar cuanto momento
se presentara para intensificar la reorganización de los revolucionarios en la
emigración, ello no fue obstáculo para adentrarse en la realidad hondureña. Actuaba
como un hondureño, con altas responsabilidades y con un gran amor por ese pueblo, lo que
nunca ocultó. Por ello, preocupado por la situación económica que atravesaba Honduras
propuso al Presidente de esa República Luis Bográn, un proyecto "para redimir a la
Nación de su deuda extranjera", lo cual consta en carta del 21 de enero de 1883,
redactada en Tegucigalpa.
En aquella oportunidad -que puede indicar el nivel de sus
conocimientos en materia financiera- Maceo se mostró dispuesto a integrar la delegación
hondureña, junto al Embajador de ese país en Londres y otra persona designada por el
Gobierno, para discutir dicha deuda con los bancos acreedores europeos sobre la base de
que estos invirtieran capitales en la construcción de un ferrocarril interoceánico en
Honduras.
Esta información, contenida en la obra "Papeles de Maceo"
de la Academia de la Historia de Cuba, es posible que refleje por primera vez, los
criterios de aquel sobre la problemática de la deuda externa llamada entonces deuda
extranjera, lo que demuestra su amplia inteligencia, además de su dominio del arte
militar.
De que Maceo se había introducido en los problemas financieros
vinculados al desarrollo de Honduras, se demuestra también en su constancia, numerosos
análisis, y notas, para demostrar la conveniencia de construir el referido ferrocarril
interoceánico, de Puerto Cortés, en el Atlántico, a Amapala en el Pacífico, por ser de
suma importancia para la economía del país. Todas sus ideas al respecto siempre las hizo
saber al Presidente de la República.
Si quisiéramos localizar otros antecedentes sobre los conocimientos
financieros de Maceo, podemos acudir a la visita que realizara a Honduras, en 1946, el
doctor Emilio Roig de Leuchsenring quien en aquella oportunidad conoció que aquel
recibió, durante su permanencia en dicho país, lecciones privadas de francés, historia,
geografía, táctica militar, pero también de Administración Pública que abarcaba
materias relacionadas con la contabilidad y los negocios.
A aquella altura de los acontecimientos Maceo había sido reclamado
por las autoridades españolas que lo acusaban de ser el instigador de cuanta
manifestación independentista se realizara en la emigración. Esas reclamaciones se
hicieron ante los gobiernos de Jamaica, Haití, Santo Domingo, Saint Thomas, Gran Turca y
en Honduras. Como él decía, "mi vida pública ha sido siempre de constantes
peripecias."
Su obsesión siempre estuvo vinculada a la independencia de su
tierra, por ello, no se debe ver extraño que una de sus visitas frecuentes fuera a las
alturas de El Picacho o del cerro Juana Lainez, desde donde observaba a Tegucigalpa y al
estar en las montañas es de suponer que recordaba la topografía oriental, como añorando
un pronto reencuentro. |