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UNEAC hacia el VI Congreso

Cultura y Sociedad

Luis Suardíaz

Uno de los documentos que se debatirán en el VI Congreso de la UNEAC es Cultura y Sociedad asunto que no solo es del interés de los trabajadores intelectuales sino de todo el pueblo. Entre las efemérides relevantes, el documento destaca el sesquicentenario del Manifiesto Comunista, y la vigencia de sus principales planteamientos, aun cuando los guardianes del imperio capitalista quieren pasar gato por liebre con su muy divulgado fin de la historia.

En la época del dominio de la inmensa mayoría de los medios de comunicación por parte de los imperialistas, cualquier bazofia originada en las oficinas del gran capital consigue disfrutar de una monstruosa difusión, esto es lo que hace posible que esa expresión sin asideros científicos resulte muy conocida, aunque también muy criticada, en todo el planeta.

Fin de las historias, fin de las ideologías -como no sea, claro está, la del capitalismo dominante- términos que pueden ser incluidos sin dificultad alguna en el catálogo de miserias de la filosofía, marcado con irónico fuego dialéctico por el propio Marx.

Sin embargo, no debemos minimizar el efecto que esas drogas ideológicas ejercen en los desprevenidos y en aquellos que se quedaron sin aliento en medio del camino, y se conforman con los mendrugos teóricos, se apresuran a borrar todo vínculo con el comunismo y niegan tres, o diez veces si fuera necesario, su pasado reciente.

El documento cita un fragmento de la conferencia magistral que pronunciara el Comandante en Jefe Fidel Castro en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, el pasado 24 de agosto, cuyas dos líneas últimas constituyen todo un programa patriótico y revolucionario: ¿Qué es patria sino una cultura propia? ¿Qué es identidad sino una cultura propia? Porque si estamos dispuestos, como lo estamos, a resistir hasta la victoria, no podemos poner en peligro nuestra vida espiritual, llama y aliento de las grandes transformaciones sociales.

En las espeluznantes estadísticas, aunque no todo el drama termina en los números, se refleja la crisis total que azota al planeta, y en especial a los países esquilmados de un mundo que ha sido llamado tercero y ahora ya no sabemos qué lugar ocupa en la escala de las desigualdades. Ochocientos millones de personas han sido condenados al hambre, y a pesar de las espléndidas conquistas de la ciencia y la técnica, crece por día el número de los desposeídos, y no pocos se preguntan ¿habrá tiempo y ánimo para otra cosa que no sea sobrevivir en los países superexplotados? Sí. Y no solo para sobrevivir sino aun para prevalecer, como hace más de cuatro décadas anhelaba William Faulkner.

En Cuba, donde somos los dueños de nuestros recursos, imaginación y planificación se juntan para vencer los numerosos obstáculos del período especial y la inhumanidad del bloqueo yanki, y se hace necesario enfrentar y resolver cada día necesidades elementales. Aun así no podemos posponer para un hipotético futuro el arte, la literatura y toda la trama cultural que demanda nuestra época, ni congelar en estudios, archivos y gavetas obras que solo florezcan en los siglos venideros, sino hacer ahora la cultura de hoy -simiente de la cultura del porvenir- y desarrollar todos los mecanismos que permitan su pleno disfrute popular.

Al revelar algunas claves de su proceso creador, Emilio Ballagas afirmaba en 1937 que el artista capaz de impresionarse con la fina arquitectura de una rosa ha de serlo también para sufrir, con más intensidad que ningún otro hombre, la injusticia social. Y esa ha sido la divisa de generaciones de creadores desde que comenzó a forjarse la nación cubana: luchar contra la injusticia sin renunciar a la belleza, elevar cada vez más el arte sin olvidar sus deberes sociales, como se viene haciendo ahora, aun bloqueados, hostigados por la mayor potencia de la historia, y en esas condiciones, como también lo señala el documento de Cultura y Sociedad, toda actitud que menoscaba nuestra cultura es una actitud antirrevolucionaria.

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