CULTURALES

Los papelillos de San Amiplín


LEYLA LEYVA

El humor de Gustavo Eguren, o por lo menos el de Los Papelillos de San Amiplín (La Rueda Dentada, 129 páginas), atraviesa casi todos los estadios del ingenio con una naturalidad que da gusto. Una se sonroja, se sonríe y hasta logra la carcajada con muchas de las sentencias de la condición humana aparecidas en este cuaderno. Algunas corrosivas, otras ingenuas, las más osadas, frisando los límites de la tradicional aceptación estructural, filosófica y ética en materia de comportamiento.

Según explica en la presentación del libro Arturo Arango, el romano San Amiplín debe su "extraña presencia" literaria a La Gaceta de Cuba de 1973. En el recuerdo del prologuista quedó el reconocimiento, en los propios pasillos de la UNEAC, de algunos de los modelos enunciados por Eguren en voz de este personaje. Sólo que el tiempo pasó y las referencias se desvanecieron. Aquellas letras y otras, resultado de nuevas experiencias, se fueron sumando hasta dar cuerpo a este libro de una visión menos sectaria, nada ofensiva ni alarmista, que en su frescura y entre profundas ocurrencias, sólo hace pensar en lo matizado que irá rodando siempre el mundo con sus protagonistas.

Goticas góticas en tacitas tácitas de San Amiplín, Las máscaras más caras de San Amiplín, el romano, conforman la primera y copiosa parte de este volumen que completa una segunda: La quisicosa quiso queso, con los títulos El senador y la calabaza, De actores, reyes y patanes, Mis amigos, El origen de ciertas especies, La familia, Pasan tormentos y paraguas y Del fin del delfín.

Podría pensarse, como alguno ya ha sugerido, que hay en Los Papelillos de San Amiplín un humor demasiado adusto, amargo para el gusto colectivo. No lo creo. Lo que ocurre es que el escritor ha echado mano de una perspicacia humorística un tanto umbrosa, y de todos los temas que le han venido bien, sin censurarse previamente por aquello de estar tocando zonas sensibles del criterio público en asuntos como la vida familiar, los niños, la intelectualidad, la pasión citadina en detrimento de la vida campestre... Y lo ha hecho con un regusto inusual por ese tipo de humor agudo que tampoco lo hará pasar inadvertido.

CXXIX (De Goticas góticas... en Los Papelillos de San Amiplín)

- Quien tiene un amigo lo tiene todo en la vida...

- Le estaba diciendo Cesar a Bruto en aquel justo momento.

CXXXII

Con los años se pierde el pelo, los dientes y el disfrute del sexo. Lo que más se añora son los dientes. Porque aun cuando no interese ni el sumo placer ni la belleza pura, se continúa apreciando el equilibrio entre lo bello y lo útil.

XVI (De Las máscaras más... en Los Papelillos de San Amiplín)

El pecado de escribir Cayo Bassa, lo expías con creces leyendo lo que escribes.

XXI

Dicen que de mí hablas mal y escribes bien, Régulo. Es raro, pues, por lo general, aunque no hables bien, sueles escribir muy mal.

CXXX

En el fondo de un humorista, Catulo, hay un humanista, un idealista y un moralista. Cuando es bueno, hay también un cínico.

CXLII

Caminaba con tanto donaire, que la cojera parecía su mejor virtud.

CXLVII

Por estar pensando en ti, por poco me atropella un automóvil. De haber muerto, hubieras dicho que me habían atropellado por andar pensando, como siempre, en tonterías.


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