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DEPORTES |
Alarcón será inhumado hoy
Sigfredo Barros
Nunca podrá escribirse la historia de la pelota cubana sin mencionar el nombre de Manuel Alarcón, el mitológico cobrero, nacido el 11 de octubre de 1941 en Granma y fallecido ayer en La Habana, y cuyo cadáver será inhumado hoy en su provincia natal.
Y quizás a partir de ahora -cuando ya es imposible seguir disfrutando de sus anécdotas, salpicadas siempre de cubanísimo humor-, todos los que amamos el béisbol caigamos en cuenta de lo que le debemos a este lanzador de personal estilo, cuyo coraje y amor a la camiseta hicieron posibles llenar estadios y convertir los años 60 en una década de oro de la pelota nacional.
A través de todo ese período, Alarcón fue el ídolo indiscutible de la afición, avalado por 41 victorias, de ellas doce por la vía de la lechada, 528 ponches y promedio de 1,75. Y estoy seguro que este Dios de Cobre de los orientales -como lo calificaran Leonardo Padura y Raúl Arce en su libro-, no estuvo jamás a mayor altura que aquella tarde dominical del 12 de marzo de 1967, cuando dejó en blanco al Industriales y convirtió a Santiago de Cuba en una gigantesca conga.
Su última aparición en un montículo ocurrió otro domingo, el 13 de febrero de 1972. A partir de ahí, Alarcón cambió el box por el escenario y la disciplina por la vida bohemia. Pero siguió amando intensamente el deporte que lo convirtió en figura. Y hoy, fallecido prematuramente a los 56 años, Manuel Alarcón dejó de ser un ídolo para convertirse en una leyenda.