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El niño de la tragedia
JOAQUIN RIVERY
LA INCONMENSURABLE masa cálida se movió desde Australia, a lo ancho del Pacífico, hasta alcanzar con su terrorífico poder las costas sudamericanas en su latitud ecuatorial. Su traslación fue silenciosa, pero desde el principio los que trataban de medirla se asustaron.
Los meteorólogos comenzaron a hacer siniestros pronósticos sobre el evento porque lo consideraban el mayor de este siglo.
El fenómeno El Niño/Oscilación del Sur (ENOS), que cada número incierto de años se produce en el Océano Pacífico, estaba amenazando de nuevo meses antes de que terminara 1997. Se desató en diciembre y todavía está causando muerte y destrucción sobre la Tierra, aunque se ha dicho que ya está en retirada.
Hasta el momento, el ENOS más destructivo había hecho su aparición en los años 1982-83 con un total de más de 2 000 muertos y de 13 000 millones de dólares en pérdidas a nivel global. El de 1997-98, se afirmó, sería peor.
En estos momentos es sumamente difícil calcular mundialmente el daño causado, entre otras cosas porque no ha terminado y, además, se requiere de mucho tiempo para ir reuniendo los datos que aportan los diferentes países afectados de una forma u otra por el terrible hecho meteorológico.
Si de imágenes se trata, las agencias cablegráficas y las estaciones de televisión han destacado bastante lo ocurrido y se suceden las tragedias en países como Ecuador y Perú, tal vez los más golpeados por estar exactamente en las costas pacíficas donde se desencadena esta fuerza de la naturaleza.
Aldeas enteras borradas del mapa por los aludes de los Andes, una buena parte de la red vial de las zonas costeras casi destruidas, daños enormes en las plantaciones de banano, ríos que se desbordaron una y otra vez con su carga de aguas turbulentas arrastradoras de vidas, sequías de pavor y las economías golpeadas tan fuertemente que los resultados verdaderos se verán únicamente con el paso del tiempo.
En Perú se estiman en alrededor de 300 los muertos, mientras en Ecuador son más de 200, siempre en informaciones no oficiales que deberán crecer cuando la situación se calme y el conteo de las víctimas sea más efectivo.
Solamente en Ecuador los daños eran cifrados preliminarmente a principios de abril en unos 2 000 millones de dólares.
En ambos territorios los problemas mayores fueron causados por las torrenciales lluvias, pero no lejos de ellos la sequía hacía su aporte contrastante a la destrucción, sirviendo de vehículo ideal a un incendio devastador provocado inicialmente por el ser humano en la Amazonia brasileña, que arrasaba decenas de miles de kilómetros cuadrados de selva virgen, en el mayor daño ecológico que se recuerde en la zona.
En Paraguay hacían estragos las lluvias y la sequía y en el norte argentino las crecidas de los ríos dejaban decenas de muertes y desguaces irrecuperables en las cosechas (las pérdidas ya se estiman en 3 000 millones de dólares) y decenas de miles de evacuados que engrosaban la lista millonaria de los damnificados de El Niño.
Sólo en las seis provincias del noreste de Argentina las inundaciones de los últimos días han provocado hasta ahora 130 000 damnificados y la pérdida casi completa de las cosechas de algodón, soya, tabaco y arroz.
El Canal de Panamá se vio seriamente afectado por una terrible sequía que bajó el nivel de la vía acuática y hubo que limitar el peso de las naves que se trasladaban hacia el Atlántico, mientras el resto de Centroamérica sufría otros ataques por la misma causa y hasta en las costas de California, Estados Unidos, los embates de inusuales tornados realizaban su labor de destrucción en tanto que el mar enfurecido roía las costas hasta dejar casi sin basamentos a numerosas viviendas, construidas cerca de la orilla para aprovechar la vista al océano.
En el otro extremo del continente, en Florida, las tormentas severas y los tornados dejaban caer su carga de devastación y muerte.
En América solamente, los cálculos preliminares e incompletos arrojan un total de más de 700 muertos, centenares de desaparecidos y daños que se acercan a los 7 000 millones de dólares en total.
En la ribera contraria del Pacífico, en Filipinas, la brutal sequía en la región de Cotabato había causado 36 muertos a la altura del 13 de abril pasado y había millón y medio de personas en estado de desnutrición. La mayoría de los muertos eran niños que se intoxicaban al comer cualquier cosa, en particular raíces mal lavadas, en una región donde las consecuencias del fenómeno de El Niño se miden en centenares de miles de hectáreas con cosechas totalmente perdidas.
Tanto en un lado como en otro del Pacífico, los efectos de los golpes meteorológicos se potenciaron por la pobreza extrema -agravada por las prácticas del neoliberalismo- en que vive una buena parte de la población, y la falta de recursos para hacer frente a los males.
La mayoría de las viviendas afectadas eran casas muy precarias de personas muy pobres, entre las cuales las enfermedades también hacían su aporte de luto, como los 5 000 casos de cólera que se reportaban en Perú a principios de marzo y achacados a las malas condiciones sanitarias imperantes en el norte del país como consecuencia del exceso de lluvias.
Añádase a ello que los problemas con la distribución de la ayuda internacional han sido agudos. En Ecuador, por ejemplo, hubo fuertes denuncias de corrupción con envíos destinados supuestamente a los damnificados y en Argentina se desató un escándalo nacional por la desorganización para distribuir la ayuda de Organizaciones No Gubernamentales y la estatal.
En resumen, el evento de El Niño ha sido una catástrofe natural con daños similares a los de un terremoto fuerte desperdigados en todos los continentes, agravados por la injusta distribución de las riquezas en sistemas sociales desequilibrados y cuyos efectos totales tardaremos todavía en saber.