 El Ballet Nacional y Alicia nos muestran que lo mejor
de la intelectualidad cubana, a lo largo de la historia, ha militado siempre en las filas
del pueblo

Palabras de Carlos Lage en la ceremonia de apertura del 16 Festival
Internacional de Ballet de La Habana
Distinguidos invitados;
Queridos compañeros del Ballet Nacional de Cuba;
Compañeras y compañeros:
Resulta innecesario esclarecer que no es como crítico especializado
ni como avezado conocedor de la danza que estoy ante estos micrófonos. Soy solamente,
asistente a este teatro como a otros y más de una vez admirado espectador de las
actuaciones del Ballet Nacional de Cuba.
Sin embargo, dos poderosas razones determinaron que aceptara, con
mucho placer, hacer uso de la palabra en la inauguración del Festival Internacional de
Ballet de La Habana; en primer lugar, el cariño e infinito aprecio que, como todo cubano,
siento por el Ballet Nacional de Cuba y por Alicia Alonso y, en segundo lugar, el honor
que significó para mí que personalmente Alicia me lo pidiera.
Si hiciera falta una razón más, pudiera acudir a José Martí:
"Para rendir tributo ninguna voz es débil".
Cuando buscamos en los símbolos nacionales la savia que nos
alimenta, encontramos junto al himno y la bandera, junto al escudo y la palma real; el
tocororo y la mariposa, otros emblemas palpables de la Patria, de nuestro orgullo de
pertenecer a una nación asombrosa. Entre esas personificaciones de lo cubano está con
toda justicia Alicia Alonso.
El 28 de octubre de 1948, hace exactamente 50 años en el Teatro
Auditorium de La Habana -años después y dentro de muy poco, otra vez Amadeo Roldán-, se
produjo el debut de la naciente compañía del Ballet que Alicia había constituido junto
a Fernando Alonso. En aquella hora, quizás muy pocos avizoraron que estaban en presencia
del inicio de una larga andadura y que esa Institución se fundiría para siempre en la
cultura cubana hasta volverse necesaria y propia.
Mi época de estudiante en la Universidad de La Habana, me viene
esta noche a la memoria. Era la década del 70 y el nombre de Alicia Alonso ya estaba
enraizado en la Federación Estudiantil Universitaria y de aquella figura y su elenco se
hablaba a menudo entre nosotros con sano orgullo de jóvenes plenos de amor a la Patria.
Porque 20 años antes los valerosos combatientes de la Colina, en una de sus épicas
batallas, se habían sumado a los defensores de la cultura y al esfuerzo tesonero del
Ballet de Alicia Alonso que entonces, por sus medios, presentaba pleito por la libertad y
la dignidad de nuestro pueblo.
La causa del homenaje de la FEU fue la retirada de una exigua
subvención del Gobierno, por no plegarse a servir sus intereses propagandísticos.
Aquella medida, en lugar de castigo devino sello de honor para la institución.
Después, Alicia no volvió a bailar en Cuba mientras la Patria no
fue libre. El triunfo de la Revolución en enero de 1959, constituyó una hora de
auténtica fiesta de la danza en que resurgió la Compañía como Ballet Nacional de Cuba.
Digamos que la grandeza del Ballet Nacional de Cuba y de su
Directora está en la creación de una Escuela Cubana de Ballet, en la formación de
extraordinarias figuras de la escena danzaria, en la incorporación a la cultura de
nuestro pueblo del gusto por el ballet, en constituirse en matriz de otras compañías y
en fuerza aglutinadora de otras manifestaciones, en su tradición de patriotismo, y en la
conjugación de la más alta realización individual con la definición misma del ideario
cultural de la Revolución.
Solo la pasión consagra. Solo perdura lo que tiene raíces
profundas. Alicia es raíz, la escuela, uno de sus frutos perdurables.
El Ballet Nacional y Alicia nos muestran una vez más que lo mejor
de la intelectualidad cubana, a lo largo de la historia, ha militado siempre en las filas
del pueblo y hecho latir su corazón junto a las batallas más dignas y patrióticas de la
nación. Alicia misma nos ha expresado en claro y comprometido mensaje: El arte no tiene
Patria, el artista sí.
La política, se ha dicho, es el arte de lo posible; en Cuba la
política es el arte de realizar lo imposible. Imposible parecía mantener abiertas las
escuelas para la educación de nuestros hijos, y hemos sido capaces, aun con
extraordinarias limitaciones, de mantener también abiertas las aulas de la enseñanza
artística, de asegurar -a lo largo y ancho del país- que las vocaciones se encaucen, que
los talentos sin distinción de procedencia puedan desarrollarse; con satisfacción
apreciamos que las primeras figuras, desde hace ya años son frutos de esas escuelas y
crecen inspiradas en el ejemplo de sus fundadores tenaces.
Hoy, la obra nos enorgullece a todos y Alicia es un clásico vivo.
Ella ha encarnado de manera excepcional en los escenarios del mundo a Giselle, Carmen,
Julieta y muchas más y ha sido maestra de generaciones.
Una hermosa manera de conmemorar este cincuenta aniversario, es la
presencia de prestigiosas compañías y figuras que desde las más variadas latitudes han
llegado para compartir, en el universal idioma de la danza, este momento singular de la
historia del arte.
Más que expresarles nuestra bienvenida prefiero agradecerles el
respeto, la admiración y la simpatía que sienten por Alicia, y la obra realizada y por
subir a nuestros escenarios para danzar en homenaje a cincuenta años de tesón, a
cincuenta años apasionadamente vividos en un estrecho compromiso con el arte y la
belleza.
El Ballet Nacional de Cuba ha desarrollado la sensibilidad y ha
alimentado la vida espiritual de los cubanos. Cada vez más hemos de favorecer el
enriquecimiento de esa espiritualidad cuya significación se constata con particular
nitidez en momentos difíciles y complejos como los que nos ha tocado vivir.
El mundo de hoy está dominado por una creciente y acelerada
globalización sustentada en maravillosos avances tecnológicos, pero también
caracterizada por la pasividad del hombre ante un amenazante mercado. En esas
circunstancias su rumbo como el del huracán Mitch resulta imposible alterar, mientras se
ahondan desigualdades sociales que laceran ya la condición humana, y se producen daños
ecológicos que pudieran llegar a ser irreversibles.
En la medida que el hombre es más culto, más consciente actúa,
más libre es a la hora de decidir sobre su vida y menos espacios cede a las fuerzas
ciegas a las que se quieren entregar la conducción del devenir.
La cultura, es decir, la obra creadora y transformadora del hombre y
la huella de las civilizaciones a través de milenios, está llamada a ser el freno
necesario a lo irracional garantizando la preservación de los valores que más enaltecen
a los hombres y a las naciones.
Y, ahora, al redactar estas líneas sobre los problemas de nuestro
planeta, recuerdo que hace unos días leí en la prensa que Alicia había declarado que le
faltaba bailar en la Luna para ser completamente feliz. Ustedes coincidirán conmigo que
si ella se lo propone, lo logrará.
Muchas gracias. |