Cuba en el contexto histórico de las relaciones de Estados Unidos con Europa

ELOY VALDES ESPINOSA
Director del Centro de Estudios Europeos

LA CULTURA española, múltiple en sí misma, constituyó el cimiento de la identidad cubana. Idioma, costumbres e incluso expresiones del carácter español, como el culto al honor y el celo por la integridad y el respeto al suelo natal, las heredaron los cubanos de la Madre Patria. Lo cubano se complementó con la pasión y espiritualidad innata de los africanos, la influencia de inmigrantes asiáticos, las ideas del iluminismo francés y la asimilación de los avances científicos de ingleses, alemanes y norteamericanos.

Ubicada en la puerta del Nuevo Mundo, la historia cubana ha estado marcada por acontecimientos internacionales fuera de su control y las disputas de las grandes potencias respecto a su futuro. A Cuba le tocó el triste papel de haber sido la última colonia española y la primera neocolonia de Estados Unidos. En tierra cubana, durante las contiendas de 1898, se definió el futuro de la hegemonía europea en América y la emergencia del que sería poder dominante en el mundo a fines del siglo XX.

Estados Unidos surge como nación en un escenario caracterizado por las contradicciones intereuropeas; Francia y España, enfrentadas al poder inglés, juegan un papel decisivo en el advenimiento de la nueva república. Inspirados por las ideas de libertad y democracia que propugnan los fundadores de la nación norteamericana, los sectores más progresistas de América Latina celebran el acontecimiento y lo toman como ejemplo. Sin embargo, una desenfrenada voluntad expansionista, vinculada a criterios de seguridad, prejuicios raciales y "designios" de la Naturaleza, caracterizan, desde sus orígenes, al nuevo actor americano.

Esta expansión fue realizada a costa del exterminio de la población indígena, la explotación del trabajo esclavo, la enajenación de los territorios vecinos y el desplazamiento gradual de los países europeos de sus mercados tradicionales. En 1829, ya Simón Bolívar, según sus propias palabras, pronosticaba que Estados Unidos estaba destinado a plagar a América de miserias en nombre de la libertad.

Cuba no era sólo un territorio importante por su riqueza. Su situación geopolítica podía decidir el equilibrio de fuerzas entre los contendientes. Por diferentes razones y en momentos históricos diferentes, el tema cubano continuó siendo una constante en las diferencias entre Estados Unidos y Europa. De hecho, los documentos que con mayor claridad fijan en cada etapa la visión de Estados Unidos respecto a Cuba, a saber, la Doctrina Monroe, la Enmienda Platt y la Ley Helms-Burton constituyen las bases de una política dirigida a enajenar a los europeos del mercado y la sociedad cubana.

EL PROBLEMA CUBANO NUNCA HA SIDO AJENO A LOS EUROPEOS

A causa de estas disputas, el problema cubano nunca ha sido ajeno a los europeos. Las relaciones de Cuba con el Viejo Continente forman parte de un triángulo, el cual incluye los vínculos de la Isla con su vecino del Norte y las propias relaciones de Europa con Estados Unidos.

En determinado momento, Inglaterra trata de llegar a un acuerdo multilateral de no intervención respecto a Cuba, pero los norteamericanos no aceptan sacrificar lo que interpretan como un interés estratégico. Este es el origen de la famosa Doctrina Monroe, reconocida por analistas de probada filiación pronorteamericana, como Henry Kissinger, como la primera decisión de ese país tendiente a excluir a Europa de los asuntos americanos.

Aplicada con múltiples variaciones, en correspondencia con los intereses circunstanciales de Estados Unidos y de su capacidad para imponerla, la Doctrina Monroe establece algunos principios básicos para el desarrollo ulterior de la política exterior de ese país.

A partir de ese momento el concepto de seguridad nacional adquiere, para Estados Unidos, una dimensión supranacional. Este criterio no se concreta a plenitud hasta la firma del Tratado de Río de 1947, cuando la nación norteamericana emerge como primera potencia capitalista de la posguerra. En el caso de Cuba, sin embargo, ya es una realidad con la intervención y posterior ocupación de la Isla en 1898.

La Doctrina Monroe también incorpora una nueva dimensión al reparto territorial del mundo. Para Estados Unidos, la Europa fragmentada y dividida del siglo XIX constituye una sola. A los efectos de los planes expansionistas norteamericanos no se establecen diferencias nacionales, políticas o ideológicas, es el Océano Atlántico quien fija las líneas de demarcación entre dos mundos aparentemente distintos. Sólo esta distinción, exclusivamente geográfica, justifica la supuesta compatibilidad norteamericana con el resto de un Continente diferente en sus orígenes, raza, idioma, historia, idiosincrasia, cultura e intereses.

De esta manera, como resultado de artificios lingüísticos y de su relación con el poder político, Estados Unidos se convierte en "América" y los estadounidenses devienen -hasta para sí mismos- "los americanos". Por lo que Europa termina siendo casi extraña en un mundo, en el cual, para bien y para mal, está presente su impronta fundacional.

La "promoción de la democracia", entendida según los cánones norteamericanos y aplicada con máxima laxitud tanto dentro como fuera de sus fronteras, justifica todas las empresas expansionistas, purifica de sus pecados el accionar de Washington y convierte en enemigos de la civilización a los contrarios de su política. La Doctrina Monroe satanizó a Europa, como hoy es satanizada la Revolución Cubana.

La aplicación de esta Doctrina obligó a los revolucionarios cubanos a enfrentar totalmente solos al colonialismo español. Estados Unidos intervino en Cuba cuando la contienda independentista estaba decidida y se sintió suficientemente fuerte para desafiar poderes europeos incapaces ya de detenerlo. De esta manera rompió un balance de fuerzas que abrió las puertas al desarrollo de su hegemonía continental.

Como de costumbre, la intervención fue adornada de atributos civilizadores. El presidente McKinley expresaba en su mensaje al Congreso, en abril de 1898, que la intervención en Cuba se justificaba en nombre de la humanidad, en nombre de la civilización y en bien de los intereses americanos amenazados.

Bolívar había previsto que la independencia de Cuba era vital para la seguridad requerida por las repúblicas latinoamericanas, pero la intención se trunca debido a que las presiones norteamericanas y las divisiones entre los países latinoamericanos conducen al fracaso del Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826.

José Martí retorna la idea, percibe los nuevos riesgos y vincula los fines últimos de la revolución cubana, con la necesaria contención de la expansión norteamericana sobre el resto del Continente. Llega a decir que las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor, ya dudoso y lastimado, de la América inglesa y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo.

LA ENMIENDA PLATT: EL CONTROL NORTEAMERICANO SOBRE CUBA

La primera ocupación militar norteamericana en Cuba alentó las divisiones entre cubanos para desmantelar al Ejército Libertador y los cuerpos políticos representativos de la revolución, lo que le permitió consolidar un predominio económico y político que no requería de la Enmienda Platt para dejar sentado el control estadounidense sobre la Isla. El verdadero propósito de esta ley fue hacer explícita la condición subordinada del país frente a los poderes europeos y sentar un precedente hegemónico en el continente americano.

El texto de la Enmienda, incorporada como apéndice a la Constitución de la República de Cuba y al Tratado Permanente entre los dos países, no oculta la intención de entorpecer las relaciones de Cuba con Europa, único competidor posible de Estados Unidos.

La condición de primera neocolonia de la historia confiere a Cuba una cualidad que influirá de manera decisiva en los procesos políticos domésticos y la conducción posterior de sus relaciones internacionales. Esta realidad asfixiará las posibilidades de desarrollo de una legítima burguesía nacional y sumirá al país en la más absoluta dependencia, limitando sus relaciones económicas, políticas y culturales con el resto del mundo, especialmente con el resto de América Latina y Europa.