El fútbol volvió a ser blanquiazul y para ello la selección
capitalina tuvo que cometer dos sacrilegios: uno, protagonizar una estampida espectacular
en el último tramo de esta carrera de largo aliento desde la zaga hasta meterse en la
serie extra. El otro: acabar con la "dinastía" villaclareña en su propio
feudo.
Ciudad de La Habana vuelve a ser campeón nacional después de cuatro años para que
estén de plácemes los que consideran, y no son pocos, que este triunfo de la capital
servirá también a los planes de mejorar la salud del balompié en Cuba.
Cuando al minuto 65 Manuel Bobadilla fusiló la cabaña del arquero Odelín Molina, -de
desafortunada actuación en esta serie extra tras mostrarse imbatible en la temporada-, y
la igualada a uno hizo enmudecer a los más de 10 000 espectadores en el estadio
beisbolero Sandino, el equipo local comprendió que estaba jugando equivocado. Demasiado
tarde.
La formación rojiblanca se fue al descanso con el 1-0 gracias a la resolución del
hábil Ariel Alvarez, un hombre que se echó encima, como en otras ocasiones, la
responsabilidad de su elenco, pero en el complementario apostó por el juego lento,
prematuramente, descuidando el mediocampo y propiciando más confianza a sus rivales que
se hicieron incisivos con la entrada de Zayas por Elejalde.
Fue un partido final con demasiados errores técnicos y tendencia a demoler jugadas
más que a construirlas, en medio del cual hubo destellos de algunas individualidades que
lograron acariciar el balón con virtudes a pesar de las condiciones de la cancha.
Ciudad de La Habana protagonizó lo que parecía una Misión Imposible y consolidó una
nueva figura al escenario en el diecinueveañero Alberto Delgado, uno de los delanteros
más desequilibrantes de la actualidad.
Entre ambos cuadros serán llamados varios jugadores a una preselección cuya nueva
dirección técnica deberá intentar una prominencia del fútbol pensante sobre el fútbol
pulmonar. O al menos, un equilibrio. Los propios resultados de los últimos tiempos
obligan a un mayor tino en la elección y en el esquema.
La plata resultó agridulce para el ex campeón. El oro un maná del cielo para el
retador. Pero, gracias a uno y otro, y a todos los jugadores de este campeonato que
durante tres meses arriesgaron su piel en pobres canchas; que actuaron cada dos días en
un deporte agotador y traumático; que se sobrepusieron a limitaciones variadas..., el
fútbol vive.