En sus tres salas: Fausto, América y Mella, el Festival
humorístico Aquelarre cerró sus cortinas tras diez días de programación. Con
frecuencia anual, la sexta entrega corroboró, una vez más, que el humor no necesita
promoverse tanto para atraer público y en esa misma realidad se basa el esquema de
autofinanciamiento, por concepto de taquilla, puesto en marcha hace algún tiempo por la
institución organizadora de estos Festivales.
Es cierto que la recaudación deja importantes dividendos también para las salas de
teatro, pero habría que ver a qué costo. En primer lugar, salvo pocos espectáculos que,
por cierto, resultaron exactamente los premiados, la calidad artística tiró de regular
para mal. Nos referimos no solo al hecho histriónico, sino además a los contenidos, a
muchos textos tan poco imaginativos que cabría preguntarse si no existe otro pretexto que
la realidad nacional para hacer humor.
Incluso, remontándonos a los tiempos del teatro bufo y del genial Abela, aquellas eran
obras realistas y críticas, pero con un nivel creativo altísimo que no salían de otra
sustancia que de la propia tradición popular. No por gusto el jurado central del recién
finalizado Aquelarre invitó a los humoristas, en el acta de premiación, a emprender una
búsqueda de temas nacionales que no sean tan simplistas y en esa misma medida se podrá
llegar a un humor más universal.
Entonces uno se pregunta por qué diez días de Aquelarre si lo realmente riguroso no
da para tanto.
Otro de los aspectos negativos observados en esta edición es el comportamiento de
cierta zona del público que va a los teatros a molestar a los demás, a burlarse del
artista y en definitiva a "matar" el tiempo. Habría que estudiar más a fondo
este fenómeno social, pero no caben dudas de que como mismo el hábito hace al monje, el
artista y las instituciones competentes hacen al público.
Y un festival de humor escénico es un hecho teatral, no una verbena como parecía a
veces botellas de ron en manos.
No obstante lo dicho, vale destacar la participación de talentos jóvenes que, siendo
algunos no profesionales del mundo del teatro, mostraron un alto nivel de elaboración en
sus representaciones.
De Santiago de Cuba, el grupo Ruido promete un sólido camino en la actuación y en el
desarrollo de ideas para sostener un argumento; Miguel Moreno, de Guantánamo, demostró
dominio del unipersonal e inteligencia en el manejo de la crítica; y el dúo Caricare, de
Holguín, luego de habernos dejado curiosos unos años atrás con aquella historia de
Drácula, ahora se llevó la mayoría de los premios por su excelente asimilación de los
géneros teatrales y su economía de recursos en un espectáculo inmensamente atractivo:
Ciudadanos del espacio II.
Rigoberto Ferrera, egresado del ISA, ya no sorprende a nadie. Es un artista completo
-escribe, actúa, dirige- y por su amplitud de registros histriónicos algún día lo
tendremos más a menudo en las carteleras; teniendo en cuenta su juventud. Es una pena que
el espectáculo de creación colectiva Sabor Bohemio, en el que tomó parte junto a
Antonio Berazaín y Ariel Mancebo, no cuaje del todo por su ausencia de dramaturgia y de
dirección, así como por los desniveles semánticos del texto y los desbalances de
actuación. Ferrera, en buena medida, sostiene esta obra de 1 hora y 20 minutos que no
deja de ser una idea interesante.
PREMIOS DEL VI AQUELARRE
Espectáculo Humorístico: Cinésica, grupo Humore Mío (Santiago de Cuba).
Espectáculo Teatral: Ciudadanos del espacio II, Caricare; (Holguín). Espectáculo
Unipersonal: No hay tren hacia la dicha, Miguel Moreno (Guantánamo). Monólogo:
Psiquiatra cultural, Ricardo Cabrera (Ciudad Habana). Sketch: Dinero Fácil, grupo Ruido
(Santiago de Cuba). Parodia: Dos monedas, Rigoberto Ferrera, Ciudad Habana. Canción
Original: Los pájaros, dúo Caricare (Holguín). Actuación femenina: Mireya Abreu, dúo
Caricare; y masculina: Rigoberto Ferrera por Sabor Bohemio. Guión en escena: Ciudadanos
del espacio II, Caricare. En Literatura a Laritza Camacho por Cuento de hadas, y en guión
inédito, quedó desierto.