CULTURALES

Son de la loma
en un teatro pequeño


Jorge Ignacio Pérez

El guiñol de los Matamoros, la nostalgia y la simpatía de un creador.

A la par con el año nuevo, el joven Rubén Darío Salazar (oriundo de Santiago de Cuba, pero radicado hace algunos años en Matanzas) abre su teatro de títeres para estrenar una obra que no pocos comentarios dará en el transcurso de 1998: El guiñol de los Matamoros (o postales de antaño), presentada por primera vez al público, en el Teatro Sauto, la pasada semana.

Miembro del emblemático grupo Papalote y alternante con la tarea de dirigir el nuevo equipo Teatro de las Estaciones, Rubén tuvo en 1997 un año de confirmaciones estético-creativas con la versión que realizó sobre el texto lorquiano La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, puesta merecedora de disímiles premios por su singular manera de asumir el modo de actuar unipersonal: destreza en la manipulación de títeres con la técnica de bastón, independencia del retablo sin dejar a un lado, por momentos, la función separadora de este recurso escénico; cómodo dominio de la expresión corporal y vocal.

Ahora, digamos, el artista vuelve a trabajar sus potencialidades, pero no desde la intimidad de La niña que riega la albahaca..., sino con las pretensiones que supone un homenaje a la música popular cubana que, como bien se ha dicho incontables veces, significa buena parte de nuestra historia nacional (Matamoros es un pretexto en la obra, eso quedó claro).

De manera que la banda sonora, apoyada por la danza, desempeña uno de los roles protagónicos en la puesta, y la escenografía otro tanto: ¿acaso es un simple retablo ese cortinaje que viaja de Santiago a La Habana con el solo cambio de un telón?

Más de quince muñecos (El Gallego, El Chino, la mujer de Antonio, los pregoneros, las beatas) conforman la galería de personajes que el realizador incorpora al ambiente, montados en dos planos de acción paralela que llegan a cruzarse y el espectador casi ni percibe el cruce: ¿todo no podía resolverse detrás del retablo, o sin retablo?

Sí, pero una opción excluye a la otra y Rubén Darío Salazar quiere presentar títeres, actores visibles y la simultaneidad de ambos recursos. Maité y Miguel, los personajes principales de esta historia, salen airosos porque se ha cuidado no enturbiar la narración, y porque el propio director, junto a Fara Madrigal y la apoyatura detrás del retablo del joven Arneldy Cejas, son excelentes actores y "manipuladores".

A partir de la observación de esta puesta, una vez más hay que señalar a la producción matancera de obras para títeres entre las punteras nacionalmente hablando. Y no sería así sin el imprescindible diseño de muñecos a cargo de Zenén Calero.


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