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NACIONALES |
Manuel Sanguily
Contra la dominación
extranjera
PEDRO A. GARCIA
Si nos dejáramos llevar por el maniqueísmo -el análisis del hombre en blanco y negro, sin matices-, condenaríamos a Manuel Sanguily por sus frases peyorativas sobre Martí entre 1893 y 1894, en momentos que el Apóstol preparaba la Guerra Necesaria mediante el Partido Revolucionario Cubano; o por su ataque despiadado a Máximo Gómez en 1899, desde la prensa escrita y la tribuna en la Asamblea del Cerro, donde su prédica fue determinante para la destitución del Generalísimo, lo que por triste ironía provocó el unánime repudio popular a la Asamblea y la inmediata autodisolución de esta.
Sergio Aguirre nos alertó más de una vez que la Historia de Cuba no se asemeja a un filme de John Ford, donde sabemos que John Wayne es el bueno porque va en un potro blanco; y Anthony Quinn, el indio maloso, porque monta un corcel negro. En la Historia de Cuba, reiteraba el profesor, los hombres cabalgan en caballos grises.
No pretendamos, por tanto, convertir a Sanguily en un héroe o villano del celuloide. Contradictorio como pocos, fue injusto y escrutador, analítico y arbitrario, tan temperamental como enérgico e indoblegable. Como suele decir otro maestro, Rafael Cepeda, obviemos sus manchas porque su luz es mucho más intensa.
Nacido el 26 de marzo de 1848, se enroló con apenas 21 años en la expedición del Galvanic y se incorporó al Ejército Libertador. Ocho años anduvo por la manigua a pie y descalzo; participante heroico en más de 50 combates, le fueron otorgadas las estrellas de coronel. Calificó al Zanjón de infame.
Durante la tregua fecunda, no ejerció como abogado para no jurar fidelidad a España. Impartió clases privadas; fue pasante de bufete, así como corrector de pruebas y articulista en importantes publicaciones. Su quehacer como crítico resultó tan polémica en su época como hoy día: se aplaude su alabanza a José María Heredia como se disiente de su ataque despiadado a Plácido, injusto en más de un aspecto.
Más allá de lo polémico, lo relevante en Sanguily es su intencionalidad política. Miguel Angel Carbonell subrayó su papel en la divulgación de la doctrina revolucionaria: "Señalaba a su pueblo el único camino que podía conducirle a la conquista de sus derechos".
De ahí que Sanguily se dedicara a destacar el independentismo de Heredia, a quien llamó la voz, la conciencia y el canto de un pueblo entero, pues representaba "los intereses y las aspiraciones de la Isla de Cuba".
Al cesar la dominación española en nuestro país, tuvo que enfrentarse a otro peligro mayor: los intereses hegemónicos de EE.UU. Ya instituida la república neocolonial, presentó un proyecto de ley prohibiendo la venta de tierras a los extranjeros. Alertaba entonces en sus discursos: "El predominio y la dirección de la esfera política, en todas partes, corresponden a los dueños y señores de la tierra".
También alertó sobre lo poco recíproco del Tratado de Reciprocidad Comercial firmado entre Cuba y EE.UU. en 1903. Previó que dicho convenio consolidaba al coloso del Norte como la metrópoli económica de la Isla. Este tratado, razonaba, "no resuelve problemas económicos de Cuba, al menos, como nos convendría a nosotros (los cubanos)".
Septuagenario, siguió fustigando vicios y trazando rutas salvadoras a la realidad nacional. Describió como nadie a la república neocolonial: "La industria y el comercio no están tampoco en manos de cubanos, a quienes apenas les quedan, como signos de su periclinante soberanía, la bandera nacional y los empleos públicos".
Aún en la vejez, no careció de visión lejana. "Si el siglo XVIII fue el de la Revolución y el XIX, el de las nacionalidades, el de ahora parece que será el siglo del socialismo", afirmaba. Curiosa premonición, pocos años antes del triunfo de la Revolución de Octubre, cuando pocos pudieron prever que dos décadas después una generación haría que Cuba entrara en revolución y que lo más preclaro de su vanguardia comenzaba a aplicar el marxismo a la solución de los problemas nacionales.