NACIONALES

El 98

La decisiva participación mambisa
en la campaña de Santiago


ROLANDO RODRIGUEZ GARCIA

EL 20 DE JUNIO de 1898 arribó a la costa meridional de Oriente la flota que conducía al 5to. cuerpo del ejército norteamericano. El día anterior, el Lugarteniente General Calixto García había llegado a El Aserradero, al oeste de Santiago de Cuba, donde poco después recibiría al general William Shafter, jefe del cuerpo expedicionario, y al vicealmirante William Sampson, jefe de la fuerza naval que bloqueaba el puerto de la capital oriental y, por tanto, a la escuadra del contraalmirante Pascual Cervera. De acuerdo con las instrucciones del gobierno mambí -Estrada Palma había escrito al presidente McKinley y ofreció subordinar el ejército cubano al mando norteamericano, y el gobierno aceptó el hecho consumado-, García debía seguir los planes de los militares estadounidenses pero, hecho curioso, fueron estos quienes aceptaron los del cubano para el ataque a Santiago de Cuba.

Si durante los días del caótico desembarco de la expedición en las playas de Daiquirí y Siboney, no se produjo el menor ataque del adversario, se debió a que el ejército cubano se había encargado de tomar aquellas playas y cuidar sus accesos y, a la par, porque el general Agustín Cebreco se había acercado a Santiago de Cuba, por el oeste, para atraer sobre sí a las tropas españolas. Después, el general Arsenio Linares, jefe del sector, reconocería que, sin la ayuda de los insurrectos, los estadounidenses no hubieran podido desembarcar. El coronel Zhilinski, observador militar ruso agregado a las tropas españolas, apreció que el papel de las fuerzas cubanas había sido inestimable para esa operación, y gracias a ella, los norteamericanos pudieron llevarla a cabo sin pérdidas de ningún tipo.

Entretanto, otras tropas cubanas, también de acuerdo con órdenes de Calixto García, se habían dislocado en los accesos lejanos de Santiago de Cuba para evitar que refuerzos españoles pudieran acudir en auxilio de esa plaza. Esto se hizo de forma tan efectiva que el Capitán General de la isla, Ramón Blanco, al comunicar a Madrid el desembarco, precisó que haría cuanto le fuera dable por ayudar al general Linares, a pesar de la "absoluta incomunicación" en que este se encontraba.

A todas estas, la exploración mambisa se volvía esencial para el ejército y la marina estadounidenses y las primeras tropas que llegaron a tierra avanzaron bien resguardadas a establecer sus campamentos, porque a la vanguardia iban unidades del ejército insurrecto al mando del coronel Carlos González Clavel. Si se produjo un descalabro, no fue culpa cubana. Con el deseo de celebridad atenazándolos, algunos jefes norteamericanos se dispusieron a adelantarse a la vanguardia, y Joseph Wheeler, un brigadier sureño de la Guerra de Secesión, conocido por Fighting Joe, convertido en mayor general de voluntarios, cometió el desaguisado de atacar con sus fuerzas, sin disponer de información exacta referente al adversario y sin mucha organización, a un destacamento español aposentado en unas alturas, en Las Guásimas.

En poco tiempo el adversario les hizo 16 muertos y 51 heridos. Para justificar el lamentable resultado, Wheeler se quejaría de la falta de disciplina de González Clavel, por su negativa a participar en la acción. Tal imputación resultaba del todo incierta, porque las órdenes del mambí eran las de obedecer solo al general Henry Lawton, jefe de la división. Calixto García felicitó por su actitud al joven oficial cubano. En realidad, el indisciplinado había sido Wheeler, porque como escribiría el secretario de Guerra, Russel Alger, de manera reiterada se le había ordenado no entrar en combate hasta que Shafter hubiese reunido suficientemente medios en tierra. El general Lawton restableció la verdad con un hecho: a partir de Las Guásimas, hizo que su división se limitara a seguir las tropas de González Clavel hasta la línea Sevilla-El Pozo.

En los últimos días de junio, Calixto García y Shafter terminaron de preparar el plan de operaciones para el ataque a una ciudad defendida por unos 12 mil regulares y algunos miles más de hombres, entre marineros, voluntarios y guardias civiles. Calixto García, el 27 de junio, pocos días antes de iniciarse las operaciones, al recibir noticias de que una fuerza española numerosa avanzaría desde Manzanillo para reforzar la plaza asediada, y comprender que en este sector disponía de las fuerzas más débiles, le propuso a Shafter ordenarle al general Jesús Rabí que tomara 2 mil efectivos y se desplegara en el río Contramaestre, de manera de cerrar allí el paso. Pero Shafter desestimó la propuesta. El brillante general cubano, empeñado en no crear fricciones, aunque lleno de preocupaciones, acató la decisión.

LA BATALLA POR SANTIAGO DE CUBA

Al amanecer del 1ro de julio se inició la batalla por los accesos inmediatos a Santiago de Cuba. Shafter había dividido en dos alas sus tropas, y ordenó el asalto casi simultáneo de las fortificaciones de El Viso, aledañas al poblado de El Caney, y el fuerte de la loma de San Juan. A Calixto García y fuerzas bajo su mando directo se les pidió quedaran en un lugar intermedio, Marianaje, como cierre entre las dos alas norteamericanas y para enfrentar cualquier refuerzo español que intentara avanzar desde Santiago de Cuba. Presuntuosamente, el general Lawton, al frente de 7 mil hombres, aseguró que tomaría el fuerte de El Viso y los blocaos que lo resguardaban, antes de las 9:00 de la mañana. Lawton se equivocó por completo al medir la probable resistencia de los valerosos soldados españoles. Aguantaron a pie firme todos los disparos con que los insultó la artillería y cuando los atacantes, también de manera bizarra, se desplazaron en orden cerrado por el repecho, los disparos del medio millar de soldados del brigadier Joaquín Vara del Rey, jefe del emplazamiento, los trituraron.

El combate de El Viso fue de una violencia indescriptible, y la defensa de los militares españoles pareció tan inquebrantable que, hacia las 4:00 de la tarde, Shafter recomendó a Lawton que eludiera la posición y se posesionara en la línea de Santiago de Cuba.

Por fin, los consejos aplomados del Lugarteniente General cubano, conocedor hasta la saciedad de los modos de combatir del ejército español, quien aconsejó a Lawton variar la forma de atacar, y la actuación denodada de las tropas del comandante Víctor Duany, incorporadas a las fuerzas norteamericanas, trajeron otra situación. El batallón de Baconao resultó el primero en penetrar en el fuerte de El Viso. La toma de las fortificaciones de Las Tunas, diplomaba a los cubanos en la tarea. No puede olvidarse que el mambí era un soldado experto, fogueado, con una moral de combate muy alta y habituado a enfrentarse al español. Fueron también cubanos los primeros en llegar al poblado de El Caney, el que a poco se tomó. Lo que debía durar, según Lawton, dos horas, había tomado medio día.

De igual suerte que en El Caney, la participación de los cubanos en el asalto de San Juan constituyó un factor decisivo para el éxito de la operación, la cual también revistió una gran rudeza. En esta acción se distinguieron González Clavel -felicitado por Calixto García en medio del campo de batalla- y sus hombres, quienes lograron mantener la línea de fuego cuando un batallón del regimiento 71 de Voluntarios de Nueva York salió en estampida ante las contundentes descargas españolas y sin que sus jefes pudieran detenerlos. Sin embargo, hay que decir que, si en no pocos casos estuvieron mal dirigidos, los voluntarios estadounidenses mostraron una gran voluntad de lucha. Al coronar esa tarde la loma de San Juan, defendida por otros 500 valientes soldados españoles, aunque casi a un precio pírrico (1 650 bajas en total), se habían ganado las posiciones que resultaban la llave de Santiago de Cuba.

Calixto García anotaría ese día una pérdida de un centenar de mambises, aunque parece referirse solamente a quienes cayeron en Marianaje, resultado de que se les ordenara dislocarse en lugar muy expuesto.

LAS INJURIAS DE T. ROOSEVELT

A pesar del comportamiento de los mambises en aquellas acciones, Theodore Roosevelt, segundo jefe del regimiento Rough Riders, escribiría: "Los soldados cubanos eran casi todos negros y mulatos y estaban vestidos con harapos y armados con toda clase de fusiles antiguos. Resultaban totalmente incapaces para enfrentar un combate serio o sostenerse contra un número muy inferior de tropas españolas (...) Ellos no desempeñaban literalmente ningún papel, mientras que se volvían una fuente de problemas e impedimentos, y consumían muchas provisiones". No podían pedirse injurias más rotundas y falaces al cacumen de tan destacado imperialista, con las cuales intentaba disminuir a los cubanos, y desconocer su participación en la lucha. De todos modos, no resultaba nada raro, porque de tanto acordarse de su propio papel en la campaña borraría de la historia hasta a sus mismos compañeros. En Estados Unidos se diría que el libro que escribió en relación con ella, The Rough Riders,, debió haberlo titulado Solo en Cuba.

Los muertos y heridos de El Caney y San Juan, constituirían también los convenientemente olvidados por McKinley, en su mensaje del 5 de diciembre de 1898 al Congreso, o en obras, como las de Alger, y hasta en las de modernos historiadores de Estados Unidos. Sin embargo, los caídos hicieron que aquellos combates también fueran cubanos.

A todas estas, Shafter, obeso, mortificado por la gota, agobiado por el severo calor de Oriente que pareció enfermarlo, estuvo postrado todo el día 1ro de julio en su tienda adonde su ayudante le llevaba las noticias. Pero, más enfermo pareció estar cuando le trajeron el computo de las bajas de las acciones. Por eso, a la mañana siguiente de un consejo militar celebrado la noche del 2, cursó un cable al secretario de Guerra Alger en el cual informaba que estaba considerando seriamente la posibilidad de retirarse a la costa. Washington le respondió desesperadamente que no lo hiciera.

La retirada propuesta llenó de amargura y desolación a los generales norteamericanos. Algunos visitaron a Calixto García, y, luego de comentarle lo sucedido, le pidieron su criterio en relación con qué debía hacerse. El enérgico militar cubano, percatado del estado de depresión que invadía a sus aliados, les aseguró: "Si él [Shafter] no ataca, ataco yo", y añadió que podían irse tranquilos porque ellos no conocían a los españoles como él y podía garantizarles que el éxito ya era seguro. Cuando los altos oficiales se retiraban, pudieron contemplar, al fondo, cómo la hilera de buques de la escuadra española comenzaba a abandonar la rada santiaguera.

Esa misma tarde, los generales norteamericanos visitaron otra vez a García. Lawton, Chafee y Ludlow seguían pesimistas. De nuevo, el general de tres guerras tuvo que apelar a todas sus artes disuasorias para levantarles la moral. Derrotarían al enemigo, les aseguró. Mas, no habían pasado muchas horas cuando, tal como Calixto García había temido, se produjo la entrada en Santiago del audaz coronel Federico Escario con las fuerzas de Manzanillo. Entonces, el jefe norteamericano convocó un nuevo consejo militar y, en el cónclave, totalmente desmoralizado, escudado en su enfermedad, planteó su dimisión y entregar el mando a Lawton. En medio de la crisis, uno de los militares norteamericanos halló una solución: dejar la jefatura de la empresa a Calixto García, en tanto el gotoso general estuviese enfermo.

De inmediato, solicitaron la presencia del cubano, pero este se negó a aceptar la propuesta. No obstante, tranquilizó a los inciertos militares estadounidenses: la entrada de Escario no variaba las circunstancias ni le servía para nada a los defensores de la plaza; por el contrario, les complicaba la situación, pues a Santiago había llegado una tropa raleada por las bajas hechas por las emboscadas cubanas del camino, agotada y maltrecha. En realidad, solo resultaban unos cuantos miles de bocas más a alimentar. Desde todo punto de vista, Santiago de Cuba estaba irremediablemente perdida. Como resultado, ese día Shafter cablegrafió a Alger que mantendría sus posiciones.

Todavía, poco después, cuando ya se negociaba la capitulación de Santiago, el jefe mambí tuvo que oponerse a que se dejasen unir las tropas de Santiago de Cuba con las de Holguín, lo cual se valoraba en el cuartel general del 5to. cuerpo.

Por fin, Santiago de Cuba se rindió y a Calixto García se le prohibió que entrara en la ciudad con su tropas. En Estados Unidos se dijo que se temía cometieran represalias contra los españoles. Sin duda alguna, esa decisión se tomó en la Casa Blanca, no en el cuartel del incapaz Shafter. La crítica de la medida, que hizo el general Nelson A. Miles, jefe del ejército de Estados Unidos, evidencia que los militares de ese país, aún necesitados de la alianza con los mambises, no querían entrar en malas relaciones con estos. El general holguinero envió una carta de protesta a Shafter, con la cual dejó muy en alto la dignidad cubana y, de inmediato, dimitió para no tener que cumplir más órdenes del mando norteamericano.

Omitir el papel de los mambises o denigrarlo tenía una explicación: de acuerdo con la estrategia trazada por los círculos imperialistas de tratar de apoderarse de Cuba, debían reducir el papel y la fuerza del independentismo, tanto a los ojos del pueblo cubano, como de buena parte de la sociedad norteamericana, en la cual la lucha insurrecta despertaba una gran simpatía, y también del mundo. Pero hay una sola verdad: sin la participación cubana el curso de las acciones pudo haberse modificado muy sensiblemente.


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