CULTURALES

Teatro

Madre caballo


Jorge Ignacio Pérez

Viendo en la sala Covarrubias Madre caballo, obra teatral llegada ahora a Cuba dentro de la programación del festival La Huella de España, recordamos aquella puesta magistral del grupo colombiano La Candelaria, exhibida aquí en el más reciente Festival Internacional de Teatro: El paso (o Parábola del camino).

Una escena del mundo sórdido planteado por Onetti. Terele Pávez, sentada aquí, es la Madre Caballo.

Una asociación de ideas -también de ciertos componentes visuales- venida a caso por tratar ambos montajes sobre el tema de la marginalidad, las drogas y la violencia, circunstancias de la sociedad contemporánea mundial que aún nos resulta extraño creer desde esta isla. De manera que, más allá de las realidades latinoamericanas en tal sentido, Europa también se ve obligada a mostrar su lado "feo" al poner el arte en función de una denuncia, de la plasmación de realidades a estas alturas prácticamente insolubles.

Madre caballo es la traslación de un texto fundamental de Brecht, Madre coraje, realizada por el joven sevillano Antonio Onetti (1962). El traslada la Alemania de Brecht al Campo de Gibraltar español, y sustituye la guerra por la droga. Compone su argumento a partir de la figura central de la madre que va perdiendo sus hijos por el camino de la dura vida. Una furgoneta familiar será el techo de los hijos y de la droga.

El personaje de Madre Caballo, excelentemente interpretado por Terele Pávez (actriz muy reconocida también dentro de la filmografía española), es de esos tejidos agridulces que, en definitiva, cuesta trabajo aceptar: ¿la conexión con las drogas es la última opción para el salvamento del amor filial? Si Onetti lo quiso así es porque quizá fue a un extremo, pero a un borde que no deja de ser realidad.

Junto a Madre Caballo, la que siempre "tira palante", aparece esa galería de personajes tristemente sombríos unos, y oportunistas otros. Pero feliz ninguno, excepto esa hija muda que, en un vuelo de taconeo reprimido, simboliza el único escape puro y fugaz de ese mundo marginal.

La puesta, a cargo del Centro Andaluz de Teatro y dirigida por Emilio Hernández combina los presupuestos dramáticos de Onetti en un inconfundible estilo brechtiano: distanciar al espectador para que este saque sus conclusiones, realismo y fuertes escenas mediante.

Incluso utiliza luces que a veces entran, en profundidad, hasta mitad de platea. Un coro andaluz -lástima que todas las voces no se escucharon en vivo- recuerda la usanza de los coros griegos omnipresentes como refuerzo de la acción.


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