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Las márgenes del jazz
Danilo, Giovanni, Maraca y Chano Domínguez muestran en La
Habana el poder latino
Pedro de la Hoz
A punto de dar vuelta de página al Jazz Plaza'98 -escribo estas
líneas antes del concierto de clausura que, por su importancia, comentaremos en la
edición de mañana- lo mejor que puede habernos pasado es descubrir cómo el género se
ha afianzado en sus márgenes, es decir, más allá de su corriente principal o mainstream,
a base del aporte decisivo de los componentes hispanoamericanos. Habrá que estar de
acuerdo con Teddy Bautista, presidente de la Sociedad General de Autores y Editores
(SGAE), cuando anticipó, a propósito de la premiación de IBERJAZZ en el Teatro
Nacional, que en el siglo XXI el jazz latino sería una de las corrientes predominantes en
la geografía musical del mundo.
Los aficionados cubanos y los numerosos visitantes que acudieron a
esta cita centraron sus expectativas de fin de semana en la anunciada presencia de Michel
Camilo, uno de los más talentosos pianistas del momento, pero también pudieron
aquilatar, cómo otros representantes de la vertiente latina lo hacen de modo estupendo,
con conceptos diáfanos y creativos.
El panameño Danilo Pérez ha sido toda una suerte para el festival.
En La Zorra y el Cuervo discurrió con intensidad única, lírico y místico. Es uno de
los casos en que la fama precedente se justificó plenamente en sus ejecuciones
pianísticas, en las que se produce una reinvención, desde la perspectiva de la
sensibilidad latina, de la herencia de Thelonius Monk.
Si de descarga antológica se trata, todos coincidirán en la
buenaventura del encuentro del flautista Orlando Valle (Maraca) con los percusionistas
Giovanni Hidalgo y Changuito Quintana en el siempre cálido escenario de la Casa de la
Cultura de Plaza: señorío melódico y explosividad rítmica en una sesión memorable, de
las que una televisión avispada hubiera grabado para perpetuarla.
Del aporte español contaron dos magníficos exponentes: Chano
Domínguez, en el Teatro Nacional, ofreció sus versiones de Paco de Lucía, traspuestas
al piano con sugerencias recreativas admirables, y una manera muy peculiar de fundir el
flamenco, la tradición del canto andaluz y el jazz a distancia del patrón impuesto por
Chick Corea. Escuchándolo, uno se explica por qué en el MIDEM Latino del año pasado, el
mano a mano entre Domínguez y Camilo fue tan bien ponderado por la crítica. Por su parte
el guitarrista Ximo Tebar, en La Zorra..., encontró una justa alianza con un trío de
jóvenes cubanos, encabezados por el virtuoso Roberto Fonseca, y con una voz que debe ser
seguida muy de cerca, Lilian, lo mejor de nuestro último OTI: valió, sobretodo, la
versión del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez, de Rodrigo.
Chucho Valdés, como anfitrión, se hallaba feliz por el festival.
En lo personal, por la Orden Félix Varela de Primer Grado, que le otorgó el Consejo de
Estado, en reconocimiento a su contribución esencial a la música cubana, ceremonia en la
que estuvo rodeado de entrañables amigos, como Bruce Lundvall, quien hizo que Estados
Unidos descubriera a Irakere dos décadas atrás, de la mítica Lorraine, dueña del
Vanguard, algo así como la catedral neoyorquina del jazz, y de Jimmy Early, promotor de
su presencia en la Smithsonian Institution. En su función como presidente de IBERJAZZ,
porque no tuvo que convencer demasiado a sus colegas de jurado de que la mejor obra era la
del cubano José Luis Triana, Reflexión: la calidad se impuso por sí misma en
medio de una serie finalista convincente, de méritos suficientes como para darle relieve
a la competencia. |