Reflexión de inicio de curso

Ronal Suárez Rivas
Estudiante de Duodécimo Grado del IPVCE Federico Engels Pinar del Río.

Se inicia un nuevo curso, la litera desnuda espera por la sábana que he de ponerle, mientras el bullicio va dando vida al albergue hasta ahora silencioso. Vamos a comenzar el tercer año lejos de casa, del agua tibia para el baño, de la dependencia de papá y mamá, mas, ¿qué ha ocurrido en este tiempo de intenso estudio, de disciplina, de duchas frías y obligaciones que cumplir?

¿Por qué ir a estudiar a muchos kilómetros de la casa, pasando necesidades y sin tener en todos los casos la seguridad de una carrera universitaria? ¿Por qué "desaprovechar" parte del tiempo trabajando en el campo cuando siempre oímos que el principal deber de un estudiante es precisamente estudiar? Preguntas como éstas nos asaltaron alguna vez; pero con el tiempo pudimos entenderlas y responderlas.

Para quien ha vivido siempre bajo la tutela de los padres no es fácil adaptarse a la convivencia interna, a vivir prescindiendo de las comodidades del hogar, a la alimentación muchas veces sin la calidad y cantidad deseadas y a las nada agradables duchas en invierno.

Pero dos años de beca son mucho más; sin darnos cuenta nos hemos convertido en hombres y mujeres mucho más útiles, menos dependientes, más responsables. Hemos aprendido a valorar el cariño infinito de los padres, la amistad, la solidaridad del compañero que nos auxilió en algún momento de malestar o fue capaz de compartir con nosotros su escasa merienda. A no ver en el profesor solo a un profesional, sino también a un ser humano, un amigo.

No creo que por ello se haya relegado el papel de la familia; ella ha sido esencial para ir adaptándonos a las nuevas condiciones de vida; su autoridad no se ha resquebrajado, como alguien pudiera pensar, yo diría que cuando los padres son consecuentes con la situación, y no se desentienden de sus hijos porque se encuentran en un centro de régimen interno, sino que aumentan su atención, el vínculo familiar se hace más fuerte.

Así lo veo en esta escuela, donde pueden haber excepciones, pero la inmensa mayoría de los padres vive pendiente de sus muchachos, de las notas que sacaron en la última prueba, de sus inquietudes y aspiraciones; no en balde una deserción escolar está casi siempre relacionada con un desajuste en el hogar.

A los que critican nuestro sistema de enseñanza interna, donde se cumple un precepto martiano de estudio y trabajo, pudiéramos preguntarle: ¿dónde existen más problemas sociales: aquí donde el joven tiene todo el tiempo ocupado en cosas útiles, o en otros países donde asiste a la escuela unas horas, algunas veces, y después holgazanea y está sometido a las peores influencias de la calle?

Por los mayores he conocido que obtener una beca fue siempre el sueño de su juventud, de aquellas generaciones cuyos mejores talentos se perdieron por no tener acceso, dadas sus reducidas posibilidades económicas, a una universidad, una escuela técnica, un preuniversitario e incluso una secundaria básica.

Hoy esto ha dejado de ser sueño para convertirse en realidad inobjetable y, aunque nuestro sistema educacional no ha estado ajeno a los problemas económicos que ha afrontado el país, seguimos contando con lo principal: el aula, el maestro, la voluntad para aprender y el deseo de seguir adelante. Algo que, aunque parezca modesto, continúa siendo el sueño irrealizado de millones de jóvenes en el mundo.

Después de dos meses de soledad la escuela recobra su alegría; los estudiantes, su única razón de ser, han regresado para seguir engendrando, con amor, la maravilla.

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