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Crónica para EMERIO
JOSE ANTONIO FULGUEIRAS
EMERIO REYES Ventura sintió que al aire frío de la madrugada se le sumó un vaporcito que le vino por dentro y lo hizo estremecerse desde el sombrero a las botas humedecidas. Trató de cerciorarse de lo que creyó haber visto en uno de los gajos de la matica, pero la luna -admiración de su exis-tencia- no le cedió la mano de luz que él necesitaba.
Entonces pegó lo más que pudo la mirada escasa a la rama enana y pretendió identificar en la penumbra aquellas dos ampollitas sobre la corteza. "¡Coño, serán o no serán!" se dijo para sí y para el viento. Luego maldijo a aquel herpes zoster que estuvo a punto de cegarle el ojo, salvado a duras penas por la pericia del médico de Cienfuegos.
"Tengo que esperar a que salga el sol", razonó.
Era la primera vez que le disgustaba la presencia de la luna, porque Emerio Reyes Ventura, nacido hace 63 años en esta propia finca Caridad del Barrio Sabana, en Camajuaní, no le da ya la menor pena decir que el guajiro y el médico deben tener presentes los cambios de la luna para sembrar u operar. Y eso no es superstición, lo sentenció Hipócrates, a quien por algo le pusieron el Padre de la Medicina.
Caminó hacia el arroyo que culebrea a unos 50 metros de la casa. Hoy quería surcar desde temprano, pero su arado integral -el aplaudido y premiado en el Forum Nacional de Ciencia y Técnica -lo tiene prestado a otro guajiro colindante. "¡Le zumba el mango!, así es que yo hago esos equipos para refrescarme en el trabajo y otro viene y me lo quita".
Después se sonrió burlón de sí mismo, pues es él, precisamente, a quien le encanta prestarlo por dos cosas: demostrar la solidaridad y la amistad como campesino y divulgar y acrecentar en la sitiería la ciencia y la técnica.
De la misma forma le han pedido el surcador-aporcador y el cultivador de plantas jóvenes, dos arados que se ajustan y regulan buscando más o menos profundidad y evitando siempre dañar las plantas.
Escuchó el murmullo del agua cuando se dio de frente con el buey Resplandor: "Así que fajarme a mí, maldito, yo que con los arados y los yugos regulables he logrado que no hagas tanta fuerza. Mira que eres ingrato, carijo, en vez de buey debieras ser un gato, que cierra los ojos para no agradecer".
Luego miró al cielo y murmuró: "Al mediodía voy a releer el libro que me mandaron de Chile sobre el injerto de los mameyes y la manera de adelantar su fecundación, porque yo nunca voy a aceptar que haya que esperar 25 años para ver parir a una mata. Si yo hubiera sido ingeniero, ya lo habría logrado, lo que pasa es que yo no tengo más que un sexto grado".
De poco o casi nada le satisfacía lograr vainas de frijoles de hasta nueve granos, o alcanzar siete u ocho libras de yuca por cangre, o construir un nivel rústico para sembrar con eficiencia en el lomerío.
El 3 de julio de 1997, alumbrado por la luna nueva, injertó su última esperanza. Desde ese instante, día por día había ido hasta el pequeño bosquecito y nada...
El cantío de un gallo lo sacó de la meditación y de repente se dio cuenta que la penumbra iba en fuga. Le pareció que presenciaba por primera vez una alborada y enfiló los pasos hacia el alero del portal.
Emerio Reyes Ventura sintió que el corazón se le quería salir del pecho, cuando dos bolitas carmelitas, perfectamente formadas, lo saludaron desde el tallo eufórico. Fue a llamar a la vieja, pero se viró hacia el buey Resplandor que pastaba a unos cordeles y le gritó: "Ya me puedes matar si quieres..." y la alegría surcó veloz el aire.