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NACIONALES |
75 años
La Protesta de los Trece
LUIS SUARDIAZ
Los cintillos, los rótulos pocas veces logran expresar las esencias de los fenómenos que los motivan. Este es el caso del Grupo Minorista -un grupo sin presidente, sin reglamento y sin local social- que en rigor representaba el sentimiento mayoritario de intelectuales que accedían al escenario nacional con un ímpetu inexistente en los primeros años -que José Martí habría calificado de sometimiento infructuoso- de la república mediatizada.
Martínez Villena, no solo encabezó la Protesta de los Trece, sino que fue el líder natural de los intelectuales de su generación.
Lo mismo puede decirse del acontecimiento que marcó la irrupción de los escritores y artistas en la vida pública cubana y, entre otras cosas, propició el surgimiento del Minorismo: la Protesta de los Trece que tuvo lugar hace ahora setenta y cinco años.
La década del veinte, crítica, en un sentido dialéctico, como la caracterizó un lúcido intelectual de nuestro tiempo, Juan Marinello, se inicia con huelgas obreras, movimientos de reivindicación femenina, fraudes electorales, creación de organizaciones estudiantiles, obreras, políticas, que demandan urgentes transformaciones. En abril de 1922 se celebra el Primer Congreso Obrero de La Habana; en julio mientras los próceres encabezados por Alfredo Zayas, electo presidente de la república en discutidísimas elecciones, siguen robando todo el tiempo, son lanzados a la calle quince mil empleados públicos.
En enero de 1923 los universitarios, que ya habían rechazado la idea de concederle un doctorado honoris causa al procónsul yanki Enoch Crowder, estremecen las aulas con sus demandas de reformas, bajo la dirección de un joven gallardo que pronto desbordaría el ámbito docente: Julio Antonio Mella. En ese clima el chino Zayas, quien según Raúl Roa era más ladrón que el propio Caco, da un paso más en el camino de la corrupción al comprar el casi ruinoso Convento de Santa Clara, nada menos que en tres millones de pesos y como secretario de Hacienda, el coronel Despaigne, se niega a firmar el decreto que lo suscribe Erasmo Regüeiferos, titular de Justicia.
El domingo 18 de marzo de 1923, el mismo día en que Carlos Baliño y sus compañeros fundan la Agrupación Comunista de La Habana, Rubén Martínez Villena, líder natural de su generación literaria y artística, participa junto a una larga treintena de intelectuales en un almuerzo de homenaje a tres dramaturgos y músicos que acaban de estrenar una exitosa obra. Al terminar el ágape quedan unos quince rezagados y alguien propone que acudan a la Academia de Ciencias en cuyo paraninfo le tributan honores a la escritora uruguaya Paulina Luissi, porque en el acto hablará el frustrado teatrista y ministro Regüeiferos y es una buena ocasión para patentizarle su repudio. Así lo hacen en la persona de Rubén que increpa al venal y azorado ministro, enseguida se retiran y van hacia El Heraldo de Cuba, con el propósito de publicar un manifiesto que explique su conducta y sobre todo sus propósitos cívicos. Trece de los quince lo firman -dos no lo hacen, uno por ser extranjero, lo cual significa deportación y otro por ser masón igual que el ministro- entre ellos Rubén, Marinello, Mañach, Fernández de Castro, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta, Ichaso y Lizaso.
En manifiestos, cartas al Club Femenino que auspiciaba el acto a la intelectual uruguaya, y declaraciones públicas redactadas principalmente por Rubén, precisan que les ha tocado iniciar un movimiento de renovación contra los que envilecen la Patria, añaden que están dispuestos a adoptar idéntica actitud cada vez que sea necesario y solicitan el apoyo y la adhesión de todos los que piensen que ha llegado la hora de castigar a los gobernantes delincuentes. Rubén subraya que él y sus amigos son partidarios de una religión que para algunos había caído en desuso: el patriotismo.
Pocos días después, Martínez Villena y Marinello encabezan a los firmantes -los trece protestantes, más Enrique Serpa, Roig de Leuchsenring y Luis A. Baralt- de la proclama que anuncia el surgimiento de la Falange de Acción Cubana, cuyo lema -tomado de Martí- resulta una definición: Juntarse es la palabra de orden.
Pero la Falange, a pesar de las buenas intenciones de sus líderes, así como el heterogéneo Movimiento de Veteranos y Patriotas, al que Mella le ofrece el entusiasmo combativo de tres mil estudiantes, no consiguen sus propósitos.
Con la agudización de la lucha de clases se imponen las definiciones. Y con la llegada al poder de Gerardo Machado, no solo corrupto como Zayas sino torturador y asesino, Mella, Martínez Villena y varios de sus compañeros pasan de la protesta al bregar clandestino, a la militancia en nuestro primer Partido marxista, fundado apenas dos años después de la Protesta, y a la insurrección revolucionaria.
Así pues el hecho que ahora recordamos marcó un hito, porque, desde entonces, como escribió Marinello, nuestros escritores y artistas han sentido sobre sí la responsabilidad de su postura política.
Y es con ese acendrado sentimiento del patriotismo, señalado por Rubén, que los intelectuales cubanos de hoy, los que no se dejan engatusar, ni les ríen las gracias al enemigo, ni se deslumbran ante las migajas que cínicamente les ofrecen, enfrentan los retos de la época: agresiones, bloqueos, leyes injustas, injerencias, intentos de comprarnos y de rendirnos. Sabedores que no hay fortuna mayor que la honradez, ni mayor premio que la oportunidad de luchar por una causa justa.