CULTURALES

Sariol: la gloria de haber servido


Omar Perdomo

Este año se cumple el aniversario 110 del nacimiento de Juan Francisco Sariol y el 30 de su muerte. Dos efemérides significativas de aquel hombre bueno de sonrisa dulce y ojos tristes, de voz pausada de oriental querencioso -para decirlo con palabras de Nicolás Guillén-, que no deben pasar inadvertidas, más cuando se trata de un creador literario que sacrificó su propia obra en beneficio de la de otros.

La producción en prosa y verso de Sariol se destacó por la sencillez y la mesura en el tono. En ella predominaron las inquietudes sociales, pero también el tema amoroso fue una constante en el conjunto de su obra.

Como ha observado Roberto Castillo Díaz, estudioso de la vida y obra de Sariol, éste no brindó aportes sustanciales en el plano conceptual y formal a la poesía cubana de la época, aunque sí fue receptivo a las tendencias del momento. Se aprecia en sus dos poemarios publicados: Zumo (1935) y Juguetería de ensueños (1966), "un afán de hacer, que brota indiscutiblemente del verdadero poeta que hay en Sariol, pero su poesía no alcanza las potencialidades de un consagrado, su tono es menor, y aunque se nota que esos poemas están hechos por un conocedor del arte, les falta, sin dudas, ese toque de maestría que los haría trascendentes".

Sariol publicó igualmente dos libros de cuentos: La muerte de Weyler (1931), con prólogo de Juan Jerez Villarreal, y Barrabás (1948). Este último remite al escenario de Manzanillo y, a juicio de Castillo Díaz, constituye "una muestra de la progresión literaria de Sariol en cuanto al tratamiento artístico de la realidad social de su tiempo", incluso merecedor de elogiosos comentarios de Max Henríquez Ureña y Juan Ramón Medina.

Cuatro libros publicados podrían considerarse insuficientes para quien alcanzó una larga vida (1888-1968), pero se sabe que Sariol prefirió consagrar sus mayores esfuerzos, sus propios recursos económicos y la mayor parte de su exis-tencia, a la difusión de numerosos escritores cubanos, a los cuales ofreció, desde su Imprenta y Casa Editorial El Arte, de Manzanillo, precios mínimos y hasta facilidades de pago para la edición de sus obras, entre ellas, por solo mencionar algunas, Con el eslabón (Enrique José Varona), Versos precursores (José Manuel Poveda), Poemas mambises (Manuel Navarro Luna) y el primer poemario de Angel Augier.

También fue fundador, editor e impresor -en los mismos talleres de El Arte- de la revista de resonancia continental Orto (1912-1957), "su mayor timbre de gloria", al decir de Salvador Bueno, después de las experiencias de la revista literaria El Pensil, de Santiago de Cuba, y del periódico manzanillero La Defensa, en los que, además, había perfeccionado sus conocimientos de tipógrafo. En Orto colaboraron autores relevantes de otros países e incontables escritores cubanos, entre estos últimos, Ortiz, Carpentier, Guillén, Byrne, Lezama, Brull, Boti, Hernández Catá, Marinello, Ballagas, Regino Pedroso, Portuondo, Roa, Chacón y Calvo, Félix Pita, Luis Felipe Rodríguez, Torriente Brau, Tallet, Mirta Aguirre y Rafaela Chacón Nardi.

Hombre de vida complicada, como él mismo se calificó en uno de sus poemas, Juan Francisco Sariol tuvo una muerte natural y gloriosa como Orto. Al evocarlo ahora, recuerdo unas palabras de Martí que lo retratan de cuerpo entero: "Hay hombres dispuestos para guiar sin interés, para padecer por los demás, para consumirse iluminando".


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