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La parte oscura
LEYLA LEYVA
Un anciano corroído por la melancolía de la existencia y por sus voces íntimas, solitario y fantasmal, es el protagonista de una conmovedora novela escrita por Francisco de Oraá, La parte oscura, que publica la editorial Letras Cubanas.
Apenas rebasa las cien páginas este relato confidencial de un hombre en el umbral de la muerte. Texto que en el camino de los círculos concéntricos va a dar con aquella misma voz inicial y agónica que confirmara una filosofía del vivir en plena armonía con las supuestas mitades del hombre: luz y oscuridad del ser.
Estoy buscando algo cuyo nombre no sé, cuya forma no he visto... ( ) A veces pienso que esa búsqueda no es otra cosa que una huida de mí mismo... ( ) No se crea que esa noción de no ser nada me conturba; por el contrario, produce en mí una alegría que me hace comenzar a ser precisamente algo, como esa certidumbre que es la soledad de ser apenas una oscura sensación de sí mismo.
( ) ...Abrí los ojos dentro del sueño porque era muy grande el resplandor. Y vi en el agua del aljibe un toro negro del que sólo aparecía la parte oscura, alrededor de sus lomos la gran luz de unas alas./ En el aljibe del sueño abrí los ojos porque la sombra era muy grande. Y en el espejo me miraba un hombre del que sólo aparecía la parte oscura, y quemaba sus ojos una gran sombra cortada por dos astas.
Eso dice a la manera de una confesión el protagonista del libro de Oraá, que se ha labrado una naturaleza en perenne pesquisa, por gusto propio y con un fervor que asusta.
Pero visto así, un primer acercamiento a La parte oscura sería demasiado simple y lo que realmente no regala el autor, Premio Nacional de Literatura en 1996, es obviedad y sencillez en este libro. Aquí toda imagen, ademas de bella, resulta cierta, pesada en la conciencia en una medida no contable. Resonancias de pensamiento sobre todo el pensamiento.
La interminable reflexión de un hombre desarraigado, de un lúcido loco que presagia su fin por el interior de un sueño, consigue ser revelación; metáfora del individualismo y la existencia con un sentido de lo poético que nunca logra desligarse de la intención reflexiva del discurso, a veces arrebatado e impresionante siempre. Y, resulta entonces, que un señor de historia estructural epidérmica (niñez, vecinos en la memoria, amor, sacerdocio) no interesa más que como puerta hacia otros estados del conocimiento.
Libro este, sin embargo, que tendrá sus especiales lectores, esos devotos de la escritura maestra y el rastreo de los fondos humanos, nunca masivos, pero sí leales a la mejor literatura nacional.