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 Santiago
de Cuba
Lo que no podrá volver

ORLANDO GUEVARA NUÑEZ
Creo en la verdad de que para entender lo
que somos y estar conscientes de hacia dónde vamos, es
necesario saber bien de dónde venimos. Y qué cosa
éramos... Por eso, en este aniversario 45 del asalto al
Cuartel Moncada, he hurgado en archivos, conversado con
personas que vivieron aquellos tiempos, contemplado
fotos. Así, el Santiago de Cuba convulso de la década
del 50 se revela como un triste recuerdo sobre un pasado
que no podrá jamás volver.
Julio de 1953. La prensa local
ofrece datos sobre una epidemia de gastroenteritis en la
capital oriental. Un promedio de dos niños fallecidos
diariamente y centenares sufren la enfermedad y sus
secuelas. Se implora que vengan médicos de otras
regiones del país. Junto a la tristeza y el desamparo,
la burla politiquera: Martha Fernández Miranda de
Batista -la esposa del tirano- viaja hasta Santiago de
Cuba en un tren "con ayuda contra la epidemia".
De los millones robados al pueblo, la
"generosidad" de la Primera Dama devolvió
algo: 24 camas, diez cajas de vacunas y cuatro de
medicinas. Los niños siguieron muriendo.
La noticia, sin embargo, era
opacada y su tragedia se diluía ante otros titulares que
anunciaban fiestas de sociedad, con distinguidas
personalidades, cenas, carnaval...
Huelga de maestros ante amenazas de
rebaja de sus salarios. Petición de más plazas para la
Escuela Normal de Maestros, donde más de mil aspirantes
se disputaban las 75 existentes. Maestros sin escuelas,
alumnos o aspirantes a serlo, sin maestros.
Fotos de jóvenes asesinados o con
macabras huellas de torturas. Caras inocentes de niños
que parecen no comprender por qué marchaban junto a sus
padres y hermanos, pertenencias a cuestas, sin un destino
fijo, por el cual seguramente nadie indagó al momento
del desalojo.
Una encuesta realizada por la
Agrupación Católica Universitaria en 1957, revela el
dramatismo de nuestras zonas rurales y suburbanas. Solo
el 11,2 por ciento de esa población tomaba leche, un 4
comía carne, un 2,1 consumía huevos, un 1,3 utilizaba
el pescado en su alimentación y el pan era consumido
únicamente por un 3,4 por ciento de esa masa irredenta.
Los esbirros uniformados posando
ante las cámaras o recorriendo amenazadoramente las
calles, armados no para defender a la nación, sino para
oprimirla. Las madres santiagueras pidiendo el cese del
asesinato de sus hijos. Un niño descalzo, de pie frente
a una vidriera repleta de juguetes que él no podía
nunca comprar. Un anciano, bastón en mano, junto a un
viejo jarro, pidiendo limosnas que solo servirían para
mitigar en algo el hambre y en nada cambiarían su
injusto destino.
Algunos artículos hablan de paz y
concordia como premisa para que la nación cambie. Otros
ya no creen en nada ni en nadie.
En esos días de julio de 1953,
otra noticia comenzó a cambiar el curso de la historia:
"Asaltado el Cuartel Moncada". Después, hasta
1958, las calles de Santiago de Cuba fueron testigos
-como en todo el país- de una lucha cruenta. Las puertas
y ventanas, como la muralla de la poesía de Guillén, se
abrían o cerraban según quién tocara a ellas. La
ciudad bravía no tuvo un día de reposo, hasta que los
titulares de la prensa tuvieron razón para hablar sobre
la nueva historia del pueblo en el poder.
Ahora, a 45 años del asalto al
Moncada, los enemigos añoran aquel pasado de gloria para
ellos y de infierno para el pueblo. Es ese el mismo
pueblo definido por Fidel en La Historia me Absolverá,
con razones suficientes para odiar aquel episodio, con un
odio convertido en fuerza para preservar hoy sus
conquistas y engrandecerlas.
Y así, como sabemos de dónde
venimos, sabemos bien hacia dónde vamos, sin leyes en
inglés, ni carriles que puedan desviarnos. Así es
Santiago de Cuba, eternamente en 26.
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