  
Tribunal Penal
Internacional
Peligros sin definición

JOAQUIN RIVERY
DESDE CASI mediados de junio
sesiona en Roma la Conferencia Diplomática de
Plenipotenciarios de las Naciones Unidas sobre el
Establecimiento de un Tribunal Penal Internacional, que
deberá finalizar sus labores el 17 de julio próximo.
El Tribunal Penal Internacional
(TPI) se concibe como una corte de justicia destinada a
tener competencia sobre individuos acusados de cometer
determinados delitos cuya trascendencia sobrepase los
límites nacionales.
El TPI tiene una historia que
comenzó en 1948 cuando la Asamblea General de Naciones
Unidas pidió a la Comisión Internacional de Justicia
(CIJ) que estudiara la posibilidad de crear una
institución de esas características, pero el
desencadenamiento de la guerra fría frenó la idea.
Después de varios intentos, en 1995 se resolvió
constituir un comité preparatorio que, al año siguiente
propuso efectuar la Conferencia de Plenipotenciarios que
se está desarrollando.
En las cuatro semanas de discusión
han surgido numerosos inconvenientes.
De los crímenes o figuras
delictivas propuestas, hay algunas con cierto consenso,
como genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad,
pero no sucede lo mismo con otros, como agresión,
terrorismo y narcotráfico, en que la discusión ha sido
candente.
Incluso, ha habido nuevas
proposiciones. Cuba solicitó incluir la figura del
bloqueo y los intentos de destruir a un pueblo por hambre
y enfermedades como uno de los crímenes de posible
competencia del tribunal. Otra proposición señala los
actos contra las mujeres y los niños, especialmente
cuando hay abuso sexual.
Hay dos puntos que polarizan las
posiciones fundamentales. Uno de ellos es la
independencia del TPI. Numerosas delegaciones insisten en
que deberá ser totalmente autónomo, igual que el
fiscal, para evitar presiones e interpretaciones
políticas y de intereses.
Otros, encabezados por Estados
Unidos y algunos miembros permanentes del Consejo de
Seguridad, reclaman que el TPI dependa de alguna forma de
ese organismo de la ONU, lo que restaría poder de
decisión al tribunal y al fiscal a la hora de encarar
cada caso y daría la posibilidad de su manipulación por
un ente que en general ha perdido mucho crédito y donde
hay un excesivo peso de EE.UU. que, como los demás
miembros permanentes, disfruta del poder de veto.
Hay mucho temor generalizado a la
forma en que el Consejo de Seguridad de la ONU maneja los
asuntos críticos del planeta. Al rechazar la competencia
de ese órgano en la definición del delito de agresión,
Sergio González Gálvez, re-presentante de México en la
conferencia, expresaba: "...les sugiero que analicen
las veces que el Consejo de Seguridad ha declarado la
exis-tencia de un acto de agresión y las ocasiones en
que entre los agresores se menciona a un miembro
permanente".
Estados Unidos tiene un largo
historial de agresiones armadas a otras naciones y, si el
Consejo de Seguridad tiene poder de decidir quién es
agresor, el veto del representante norteamericano
anularía cualquier posibilidad de acción del TPI sobre
los individuos que en Washington deciden las atrocidades
que ya han cometido más de una vez.
La reunión del Buró de
Coordinación del Movimiento de Países No Alineados ya
había aprobado en mayo un documento en el que señala
que "la corte debe ser imparcial e independiente,
especialmente de influencias políticas de cualquier
clase, incluyendo la de los órganos de las Naciones
Unidas, en particular del Consejo de Seguridad, las que
no deben influir u obstruir el funcionamiento de la
corte."
El segundo problema mayor es la
delimitación de la competencia del TPI y de los estados
nacionales. Esta es una preocupación muy acentuada sobre
todo en los países del Tercer Mundo, dada la
inclinación de los países industrializados a querer
determinar ellos la calificación de los hechos que
puedan tener repercusión internacional y las medidas que
se tomen.
Los temores son bien fundados, si
se recuerda, por ejemplo, la reciente operación
Casablanca, mediante la cual Estados Unidos, pretextando
la búsqueda de casos de lavado de dinero del
narcotráfico, mantuvo sus agentes operando
clandestinamente en México sin conocimiento ni
autorización de las autoridades mexicanas.
Cuba, a través de su representante
en la conferencia, José Peraza Chapeau, destacó que el
TPI no se puede convertir en un instrumento para
intervenir en los asuntos internos de los estados
soberanos y que debe abstenerse de actuar cuando los
delitos sean juzgados por tribunales nacionales y estos
demuestren eficacia e interés en su persecusión.
El representante mexicano también
señaló que se deben establecer claramente los casos de
excepción a la jurisdicción nacional y las
salvaguardias que aseguren que no se cometan abusos que
puedan afectar las soberanías de los estados mediante la
aplicación de criterios subjetivos con alcance ambiguo.
Las discusiones son tensas y las
presiones están a la orden del día. Emma Bonino,
responsable europea de Derechos Humanos, declaró a la
agencia ANSA el 6 de julio que "muchos países no se
animarían a sostener en público lo que sostienen en
privado", lo cual evidencia el ambiente de temor de
determinadas naciones a la forma en que podría
reaccionar sobre todo Estados Unidos.
Hay otros puntos de fuerte duda en
torno a la Conferencia de Plenipotenciarios. ¿Qué
sucedería, por ejemplo, a los estados que no estén de
acuerdo con el TPI y no firmen su constitución? También
está la reclamación de muchos gobiernos de que el
tribunal tenga un presupuesto totalmente independiente de
la ONU, para evitar que se utilice este mecanismo de
coerción.
No se sabe hoy todavía cómo será
este Tribunal Penal Internacional; qué se aprobará o si
se aprobará en los pocos días que restan del
funcionamiento lleno de contradicciones de la conferencia
preparatoria. Existe ya una declaración de prepotencia
de lo que pudiera suceder con Estados Unidos, un país
que, como es conocido, no se considera siquiera obligado
por las decisiones de la Corte Internacional de La Haya.
La agencia AFP reportaba el pasado
2 de julio que el senador Jesse Helms afirmó que el TPI
no sería ratificado por la Cámara Alta norteamericana
"salvo si existe la garantía de que ningún
ciudadano de Estados Unidos será juzgado por dicha
jurisdicción".
¿Se imaginan ustedes que quedara
en manos de Washington la determinación de cuándo hay
genocidio, agresión, crímenes de guerra, delitos de
lesa humanidad, de terrorismo o de narcotráfico? ¿Qué
sería del mundo?
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