CULTURALES

El Che y los Pasajes de la Guerra

Una espléndida edición de este libro será presentada hoy a las 4:00 p.m. en la Casa de las Américas


Luis Suardiaz

Cada uno de nuestros diálogos y encuentros con el Comandante Ernesto Che Guevara representó una enseñanza; retengo principalmente los que tuvieron lugar con motivo de los trabajos de la Comisión encargada de constituir el Partido Unido de la Revolución Socialista, en 1962, las urgentes y dinámicas reuniones a raíz del ciclón Flora, en noviembre de 1963, o las efectuadas al siguiente año en el Ministerio de Industrias, que él encabezaba, para viabilizar la impresión de los millones de ejemplares de libros programados por la Editorial Nacional de Cuba, presidida por Alejo Carpentier.

Y, sobre todo, la visita del Che el 10 de octubre de 1961 al que fuera el Liceo de Camagüey donde habíamos instalado la dirección provincial de Cultura y sus dependencias. El Che llegó a nuestra oficina acompañado por los principales dirigentes de la provincia y fraternalmente criticó la tendencia a convertir los locales que habían pertenecido a sociedades exclusivistas en nuevas oficinas, porque si bien antes eran propiedad de un grupo, de una clase social encumbrada o un sector, con la práctica de cederla a las administraciones y organismos casi no quedaría ninguna disponible para el disfrute del pueblo.

También quería saber por qué el centro de la ciudad se hallaba virtualmente en penumbras en un momento en que no era tan aguda la escasez de combustible, y enseguida propuso que buscáramos un sitio apropiado para las oficinas de Cultura y en ese edificio, situado frente al céntrico parque Agramonte, ubicáramos la biblioteca provincial, porque si bien conocía de un ambicioso proyecto: construir una biblioteca moderna y funcional, el país no disponía de recursos para tamaña empresa. Ni qué decir que pusimos manos a la obra y, después de las adaptaciones de rigor, se inauguró la biblioteca que lleva el glorioso nombre de Julio Antonio Mella y desde hace treinta y cinco años está al servicio de la comunidad, como lo quería el Che.

Recuerdo estos encuentros al repasar la nueva edición de sus Pasajes de la guerra revolucionaria que auspicia la Casa de las Américas y fija el número ciento treinta y cuatro de la Colección de Literatura Latinoamericana. La primera edición apareció en 1963, en los mismos días en que se inauguraba la biblioteca de Camagüey; en el eficaz, documentado prólogo de Roberto Fernández Retamar, que es también un itinerario de los Pasajes... y sus ediciones, y testimonios de sus lecturas y encuentros de y con el Comandante Guevara, se narra cómo surgió la idea de juntar estas crónicas sobre la lucha insurreccional en las montañas, que el Che venía publicando en la revista Verde Olivo y de la visita que Nicolás Guillén y él mismo le hicieran para convencerlo, como al fin lo consiguieron, de juntar en un volumen tan valiosos textos.

En vísperas del setenta aniversario del nacimiento del Che, esta edición, impresa en Cuba, constituye un fértil homenaje a quien peleó hasta las últimas consecuencias por que el ser humano alcanzara la plenitud y no escribió una línea que no estuviera animada de ese amor a la humanidad viviente que es la razón de ser de los revolucionarios.

El volumen recoge no solo los testimonios de la guerra sino sus urgentes letras sobre la marcha de la invasión enviadas a Fidel, así como algunas cartas y mensajes a protagonistas de la lucha en el Escambray, y toma en cuenta las correcciones que el propio Comandante le hiciera a la edición Príncipe, de Ediciones Unión; se le incorporan también las fuentes de cada texto. Una pulcra edición de Tania Pérez Cano y el diseño sobrio y convincente de José A. Menéndez contribuyen al esplendor de esta edición.

En su ensayo-prólogo, Fernández Retamar cita más de una vez a la ejemplar argentina María Rosa Oliver, a propósito del Che y del testimonio como un género de nuestra época, avalado por las peripecias históricas y el arte literario, y fue precisamente a María Rosa a quien le confió Ernesto Guevara que tras lo que dijo Marx, sentía la misma palpitación que tras leer a Baudelaire.

Me parece la síntesis admirable de un revolucionario que, como bien dijo Fidel, sabía escribir como un clásico, y no se detenía en el tiempo de ayer, ni se regodeaba en los meandros de la historia, sino que, sin desdeñar las urgencias del presente, actuaba en función del porvenir. Por eso estos Pasajes... serán siempre contemporáneos de los que, como él, no renunciamos a cambiar la vida.


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