  
Caos para la hecatombe

JOAQUIN RIVERY
LA ECONOMIA mundial parece un caos y las sombras de una crisis de
magnitudes impredecibles se oscurecen cada vez más como presagiando la tormenta que se ha
de desatar en algún momento. Nadie sabe cuándo, pero los síntomas de la grave
enfermedad son cada vez más manifiestos y el nerviosismo hace tambalear incluso al
sacrosanto dólar.
Los estremecimientos de la semana que acaba de transcurrir ya
alcanzaron a la connotada bolsa de Wall Street y a la moneda norteamericana, que cayó su
valor frente a las europeas y al yen japonés. Ante una Europa sólida, en los umbrales
del euro como divisa continental y mundial, la baja del dólar podría parecer una
coyuntura normal, pero ante el yen -padeciendo el país del Sol Naciente una fuerte
recesión-, el comportamiento es como para arrugar el entrecejo.
Lo que se está dando a nivel planetario es algo así como un
verdadero torbellino de actuación financiera, sin que pitonisa alguna se atreva a
adivinar la salida efectiva. Los grandes grupos financieros se mueven sin control, casi
siempre retirando capital de las economías subdesarrolladas, mientras los gobiernos se
ven desbordados por la potenciación de una globalidad sin freno merecedora de todas las
preocupaciones del universo, que ellos palpan como algo sin manejo visible.
Posiblemente no haya ningún problema más grave para la humanidad
que la situación de la economía mundial. La crisis asiática desatada a mediados del
año pasado no se trató de un fenómeno local, fácilmente recuperable en uno o dos
años, como trataron de presentar algunos.
Hace ya más de un año que comenzó el estallido por Tailandia y
las réplicas del sismo son cada vez más fuertes, anunciando que el verdadero terremoto
no ha ocurrido aún y ya nadie pronostica en qué tiempo se producirá la recuperación.
La semana fue un aviso de este aserto. La caída de la bolsa de
Nueva York se presentó como un problema ocurrido por la influencia de la incertidumbre
provocada por la situación particular del presidente William Clinton, mas las
advertencias de que el fenómeno es mayor que eso no cesan de sonar.
A las fuertes sacudidas también de Asia se le sumó la crisis de la
economía rusa, una nación demasiado grande como para que sus problemas se limiten a lo
interno. Y lo que es peor, ligada a una crisis política.
No se trata solamente de que el rublo se desplomara en su
cotización de seis unidades a veinte por dólar en menos de un mes, pues a esta
expresión de la debacle se suma la falta de pago de salarios en algunos sectores, precios
que parecen haberse vuelto locos -hasta tal punto que en Moscú se autorizó a fijarlos en
moneda norteamericana para evitar el torbellino de cambios- y reportes de mayores
evasiones de capital hacia bancos occidentales.
¿Cuáles serán los países que se sumarán de forma trágica a
estas vicisitudes de Asia y Rusia? Está por verse.
La globalización es un proceso inevitable, incrementado hoy por los
enormes avances de las comunicaciones y el transporte. En medio de ella, las crisis
tienden a ser planetarias y se complican sobremanera por el componente financiero. Las
transnacionales de este sector poseen demasiado afán (por puro lucro) de acelerar esa
misma globalización que podría transcurrir sin extremos tan dolorosos de ser guiada por
cauces menos salvajes.
Pero la implantación del neoliberalismo a ultranza, con su
tendencia a reducir el papel del Estado, ha traído sus consecuencias. José Angel
Gurría, secretario de Hacienda de México, declaraba el pasado 8 de septiembre al diario
The Washington Post, que América Latina es víctima de fuerzas financieras que están
fuera del control de las autoridades de la región.
Según el diario, Gurría declaró que aunque "aprietes las
tuercas a la política monetaria, a la fiscal o a recortar el presupuesto... estás ante
la presencia de fuerzas que no puedes controlar." Y, ante ello, otro periódico, el
Washington Times, añadía: "América Latina está en peligro de caer en una
recesión económica que podría tener consecuencias para su población y para otras
economías emergentes."
A pesar de las grandes concesiones hechas por América Latina a las
demandas de la globalización neoliberal, canalizadas por el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial, y de presentar crecimiento económico en algunos casos, amenazado
ahora también por la crisis financiera, la fuerte inestabilidad de los mercados
bursátiles les hace daño y los amenaza y están siempre bajo el peligro de una retirada
masiva de divisas por parte de los especuladores financieros.
Estados Unidos, que ha tenido una economía con alza sostenida en
los últimos años, no escapa tampoco a la ola de síntomas de la enfermedad de la
economía y su crecimiento se verá frenado por la caída de las exportaciones, un
elemento que se refleja en la baja de su moneda en días anteriores.
El resumen de la situación es que la globalización neoliberal ha
globalizado la crisis, y parece que todo el mundo olvida que el célebre John Maynard
Keynes afirmaba ya en 1936 que cuando el desarrollo del capital en un país se convierte
en el subproducto de un juego de ruleta, es probable que la economía haya enfermado. Se
refería Keynes a la presencia de exceso de dinero que circula fuera de la esfera de la
producción y los servicios.
Precisamente, en el remolino actual, uno de los factores agravantes
es la tremenda independencia del movimiento del capital financiero respecto de la
producción y los servicios (la llamada economía real), ya que actúa muchas veces al
margen de ella sin producir valores de ningún tipo, en mera especulación.
Y lo peor es que un grupo de naciones poderosas está estudiando,
sin el concurso de los países subdesarrollados, el proyecto del Acuerdo Multilateral de
Inversiones para continuar eliminando las barreras nacionales al libre flujo del capital,
sobre todo financiero, lo que llevaría únicamente a una dictadura de las transnacionales
sobre el mundo entero.
Si el neoliberalismo ha conducido a esta crisis, el
superneoliberalismo solamente puede agravarla y ninguno de los que conciben las nuevas
ideas del capitalismo salvaje parece darse cuenta de los precios a pagar en este mundo
sobrepoblado, lleno de pobres, de enfermos y de analfabetos. |