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Los muchachos del voli

Ligados a sus raíces

ALFONSO NACIANCENO

DESDE DIAS atrás, deseaba dejar en blanco y negro algunas notas que traje de la final de la Liga Mundial de Voli, donde Cuba concluyó en el primer lugar.

Y no son apuntes sobre resultados de los partidos, de medallas o trofeos. Allí, durante la fuerte competencia, cuando vi al propio público italiano -acostumbrado a vencer- apoyar a los cubanos, sentí un profundo orgullo.

Algunos amigos de la prensa local me comentaron sobre la afabilidad de los jugadores nuestros. Figuras entrañables de la afición bambina, como el estelarísimo Andrea Zorzi, u otro gigante a la manera de Andrea Giani, entrevistados en medio de las jornadas vespertinas del evento, aludían a la sencillez y familiaridad de los cubanos.

Yo soy un gran amigo de Despaigne, me dijo Zorzi, y en el tono de su voz descubrí cuánta emoción encerraba aquella corta frase.

Cuba ha escrito, con sus selecciones femenina y masculina de voli, inolvidables páginas en el ámbito internacional. Pero muy por encima de esos méritos, trabajados y sufridos desde los entrenamientos, aparece siempre como la mejor medalla el reconocimiento del pueblo, ese mismo que desde el pasado 21 de julio, cuando sonó el último silbatazo de la Liga Mundial, aplaudió y se siente orgulloso de sus campeones.

Vendrán nuevas lides, compromisos más difíciles. Y nuestros voleibolistas, llevarán siempre consigo una máxima: más allá de las medallas y las cumbres deportivas están el amor a la obra amasada cada día, la humildad y la sencillez con que afronten el futuro.

He conversado con la totalidad de los jugadores en mis 25 años de labor junto a ellos. Los embarga el compromiso, la modestia, aquellas mismas virtudes vistas en Javier Sotomayor, Ana Fidelia Quirot, Omar Linares, o en cualquiera de nuestros deportistas, que, aun cuando tienen entre sus manos toda la gloria del mundo, no olvidan sus raíces.

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