Como revolucionarios, no
podremos jamás olvidar a Haití

Palabras pronunciadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, al ser condecorado por René Preval, presidente de la República de Haití, con la Orden Nacional Honor y Mérito, en el grado de Gran Cruz, Placa de Oro, en el Palacio de la Revolución, el día 9 de noviembre de 1998, "Año del aniversario 40 de las batallas decisivas de la guerra de liberación".

(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)

Muy estimado presidente de la República de Haití, René Preval;

Distinguidos miembros de la delegación de alto nivel que lo acompañan;

Compañeras y compañeros cubanos:

Hay hechos realmente admirables y ejemplos que no pueden ser olvidados jamás en la historia de Haití.

Cuando en 1789 tiene lugar la Revolución Francesa, había en Haití, según cálculos, alrededor de 480 000 esclavos bajo el dominio de una minoría esclavista blanca que apenas alcanzaba el número de 20 000 personas.

Al surgir aquella revolución en la nación que era, precisamente, metrópoli -es decir, Francia-, surge un movimiento vigoroso en favor de la abolición de la esclavitud. Fue entonces cuando, bajo la dirección de Toussaint Louverture, los esclavos se sublevan y después de dura lucha le arrancan a la metrópoli la abolición de la esclavitud, en el año 1794, y bajo la dirección de ese mismo líder, el pueblo de Haití, en 1801, convoca a una asamblea para aprobar la primera Constitución de Haití y Toussaint Louverture es elegido gobernador.

Sin embargo, la metrópoli no se resignaba a aquella nueva realidad y llevó a cabo todos los esfuerzos posibles para doblegar al pueblo de Haití; envió una poderosa expedición -se dice que 30 000 hombres-, de los mejores soldados del ejército que había recorrido victoriosamente toda Europa, a las órdenes del general Leclerc, a quien Haití hizo famoso por haber sido capaz de derrotarlo y expulsar de su tierra aquellas fuerzas invasoras.

Pero antes, a lo largo de aquella lucha, en una batalla desfavorable, logran hacer prisionero a Toussaint Louverture, al que enviaron a Francia, donde murió a miles de millas de la tierra que constituía ya su patria liberada.

La victoria se alcanza porque hombres como Dessalines y Pétion fueron capaces de seguir la lucha hasta alcanzar la victoria, que no era una victoria cualquiera. Sí diría que aquello constituyó una de las más grandes victorias de la historia.

Dessalines y Pétion proclaman no solo la abolición, que ya de hecho habían logrado imponer en 1794, sino la independencia de Haití en 1804. Los cubanos por muchas razones no podemos olvidarlo, entre ellas por el hecho de que la independencia de Haití se proclama un Primero de Enero (Aplausos), que es precisamente el día que, 155 años después, nuestro país alcanza su verdadera y definitiva independencia (Aplausos).

De aquel modo -y esto es algo que debemos recordar o hacerlo recordar con toda la frecuencia posible-, tienen lugar tres grandes hechos históricos: Haití se convierte en la primera república independiente del Caribe y del resto de América Latina; Haití se convierte en la primera república negra del mundo; en Haití se produce la primera revolución social en este hemisferio. Antes, se había producido la independencia de Estados Unidos; pero la esclavitud prosiguió hasta casi un siglo después.

La independencia de Haití tenía que producirse, inevitablemente, como una revolución no solo política, no solo independentista, sino también social; una revolución social muy profunda, porque los que llevaron a cabo aquella lucha por la independencia fueron los esclavos, que de esclavos pasaron a ser dueños de su país y sus riquezas.

Después de aquella revolución social, la segunda -a mi juicio- tuvo lugar más de 100 años después, y fue, precisamente, la Revolución Mexicana, que fue la segunda gran revolución social en este hemisferio.

La tercera gran revolución social fue la Revolución Cubana, precisamente 155 años después de la Revolución Haitiana (Aplausos), que, en nuestro caso, no solo fue revolución social, sino también revolución socialista, porque era lo que correspondía a nuestra época; no podían los haitianos en 1804 hacer una revolución de ese carácter, ni podían tampoco hacerla los mexicanos. En el momento en que alcanzamos nuestra definitiva independencia, fue ya posible, en nuestro caso, la revolución social y la revolución socialista. Ustedes fueron nuestros predecesores.

Pero hay algo más que debe ser motivo de gratitud y de reconocimiento por parte de toda la América Latina. Mencioné a Pétion. Pétion tuvo posibilidad de conocer a Bolívar, que en un momento muy difícil de su vida hace contacto con Pétion, quien le ofrece apoyo, le ofrece armas y algo más: le ofrece también importantes criterios políticos y revolucionarios, al plantearle la cuestión de la abolición de la esclavitud en las tierras de América Latina.

Ya se había creado la primera república independiente de Venezuela en 1810, que precisamente perece porque no fue acompañada de una revolución social, o digamos con más precisión, porque no fue acompañada de la abolición de la esclavitud. Bolívar se compromete con Pétion -según cuenta la historia- a la abolición de la esclavitud en los países liberados del dominio español, un servicio más de gran importancia que Haití prestó a todos los pueblos de la América Latina. Son cosas que no pueden ser olvidadas.

Haití también es otro ejemplo de las consecuencias de la herencia de siglos de coloniaje y de esclavitud, que ejercieron una influencia nefasta a lo largo de todo el siglo pasado. Haití es un ejemplo igualmente de la influencia del colonialismo y el neocolonialismo en este siglo, porque dentro de seis años se cumplirán dos siglos de la proclamación de la independencia de Haití y, sin embargo, hoy Haití es el pueblo más pobre del hemisferio y uno de los más pobres del mundo.

¿A quién van a culpar de eso, a los esclavos o a los esclavistas? ¿Cuántas escuelas enseñaron a leer y a escribir a algunos de aquellos 480 000 esclavos? ¿Quién los preparó para aquella tarea difícil? ¿Qué impidió el desarrollo de su país? El sistema colonial imperante en el mundo.

Así transcurrió más de un siglo desde la proclamación de la independencia y de nuevo Haití es invadido por tropas extranjeras, es intervenido por aquella poderosa nación que era ya Estados Unidos, que en el año 1915, ya en este siglo, envía sus tropas. ¿Con qué pretexto? Con el pretexto de cobrar algunas deudas administrando aduanas e impuestos, y permanecen allí casi 20 años, hasta que por fin se retiran en 1934, en los años de Roosevelt.

¿Cómo podía progresar el pueblo haitiano? Siguió soportando durante muchos años el sistema de dominación económico, el sistema de dominación y explotación neocolonial. Es por ello que ahora, al cumplirse casi dos siglos de alcanzar su independencia, Haití sufre las consecuencias de esa larga historia de esclavitud y coloniaje en la que, a pesar de sus sufrimientos, supo brindar inolvidables servicios a nuestros pueblos y al mundo.

Conociendo esa historia, sentimos por Haití, realmente, admiración; como revolucionarios que somos no podemos olvidarla jamás. Tampoco los reaccionarios podrán olvidar que los esclavos se hubiesen sublevado y hubiesen derrotado al mejor ejército de la época, enviado por la potencia europea más poderosa, gobernada por uno de los más brillantes jefes militares de la historia.

Somos vecinos, estamos apenas a 80 kilómetros de distancia; no tenemos la culpa de que nuestras relaciones hayan estado interrumpidas durante tanto tiempo. Sabemos que fuerzas muy poderosas impusieron esa separación, pues nosotros también fuimos intervenidos más de una vez, y existía una Enmienda Platt que le daba derecho a Estados Unidos a intervenir en Cuba. Sí, cuando las grandes plantaciones de caña se fomentaron en nuestro país, trajeron a decenas de miles de haitianos a trabajar en condiciones de semiesclavitud o prácticamente de esclavitud en nuestras tierras. Es una historia también dura, una historia triste.

Recuerdo, incluso, cuando apenas tenía seis o siete años, cómo se produce la expulsión de miles y miles de aquellos haitianos que habían ayudado a desarrollar la agricultura cañera y la producción azucarera en nuestro país. Esa es otra deuda que tenemos con Haití. Pero por muchos miles que expulsaron, un número mayor de haitianos permaneció en esta tierra y, como dijo nuestro Ministro de Salud, formaron parte y se unieron entrañablemente a nuestro pueblo.

No es ni siquiera un gesto de simple solidaridad, sino un deber plantear lo que planteamos cuando llegaron las noticias de las desastrosas consecuencias del huracán Georges.

El Presidente de Haití nos daba las gracias por la ayuda; realmente no ha llegado ninguna ayuda nuestra a Haití todavía. Claro, en los primeros días ni noticias teníamos de lo que había pasado, todas las comunicaciones quedaron cortadas; se podía enviar rápidamente a un grupo de médicos, pero nosotros estábamos pensando en planes más ambiciosos.

Cuando escuchábamos las noticias de que más de 200 haitianos habían muerto como consecuencia del huracán, sacamos los cálculos y vimos que cada año mueren 135 niños de 0 a 4 años por cada 1 000 nacidos vivos; fue por eso que se nos ocurrió pensar en algo más que enviar una brigada de médicos, se nos ocurrió pensar en un programa ambicioso de salud para el pueblo de Haití.

Nosotros no disponíamos de los recursos materiales para un programa de esa naturaleza, pero disponíamos del personal humano para trabajar en cooperación con los médicos de Haití en la aplicación de un programa ambicioso; en una tarea para la cual nuestro país ha acumulado experiencia, mucha experiencia; para la cual disponía del personal humano necesario, no faltaban más que modestos recursos materiales -digo modestos para los que poseen las grandes riquezas.

Recientemente el Grupo de los 7 acordó aportar 90 000 millones de dólares para inyectar liquidez a la economía mundial frente a los riesgos de una grave recesión.

Todos los días leemos cifras de enormes gastos, incluso los gastos en armas, nuevos submarinos que se construyen, nuevos portaaviones, de modo que con una parte de lo que se invierte en armas podían salvarse en el mundo tantas vidas como las que se perdieron en la Primera Guerra Mundial. Todos esos datos se conocen, entre ellos los millones de niños que mueren y podrían salvarse.

Nosotros pensamos que Haití puede convertirse en un ejemplo de cooperación internacional entre distintos países. Realmente, si nosotros tuviéramos esos recursos, no vacilaríamos en proponerlo por nuestra propia cuenta. Es por ello que hicimos una apelación a los países que disponen de importantes recursos financieros y ofrecimos nuestra disposición a enviar a todos los médicos que fuesen necesarios, aunque fuese una graduación completa de médicos, si ellos aportaban los medicamentos. En esa misma disposición estamos con relación a los pueblos centroamericanos que acaban de sufrir un enorme daño como consecuencia de un fenómeno natural, un huracán no solo de extraordinaria fuerza, sino de inusitada trayectoria, que ha costado no menos de 30 000 vidas y miles y miles de millones de pérdidas materiales.

Sin dejar de sostener el compromiso que hicimos con relación a Haití, estamos en igual disposición de movilizar y enviar el número de médicos que sean necesarios para un programa de salud en toda Centroamérica que, si se dispone de los medicamentos y un mínimo de otros recursos materiales necesarios, podría salvar cada año tantas vidas como las que se perdieron con motivo del huracán. Es que disponemos de los recursos humanos, que es uno de los frutos de nuestra Revolución, sin los cuales ningún programa de esa naturaleza sería posible.

Hoy vemos que todos los países se mueven, hablan de cooperar; nos alegramos mucho. Pero, ¿por qué tenemos que acordarnos de Haití o de Centroamérica cuando mueren decenas de miles de personas? ¿Por qué no recordamos que cada año, silenciosamente, muere un número igual o mayor de personas que podrían salvarse, pero cuyos cadáveres no aparecen en la televisión ni en las noticias del mundo flotando en las aguas o envueltos en lodo? Nadie habla de los que mueren en Centroamérica cada año como consecuencia del subdesarrollo, la pobreza, el intercambio desigual y otras muchas formas de explotación de nuestros pueblos, frutos de un orden mundial que se nos ha impuesto, que es además insostenible.

Nosotros conocemos esas realidades, por nuestros contactos con el Tercer Mundo conocemos lo que está ocurriendo. En la reunión de la OMS, en Ginebra, se habló con toda claridad de que alrededor de 12 millones de niños, ¡doce millones de niños!, que podrían salvarse, mueren todos los años en el mundo, como consecuencia del subdesarrollo, la pobreza y la falta de servicios médicos elementales; esos pueblos no tienen la culpa de la esclavitud, del colonialismo, del neocolonialismo, ni del orden que les han impuesto.

La proposición que hicimos con relación a Haití era bien sencilla: con reducir de 135 a solo 35 el número de los que mueren cada año de 0 a 4 años, por cada 1 000 nacidos vivos, se salvaría la vida no de 15 000 -como dijimos nosotros conservadoramente-, sino más, porque realmente se podría salvar la vida, a muy bajo costo, de alrededor de 20 000 niños en Haití; porque sabemos, y todos deben saber, que en Haití nacen más de 200 000 niños cada año. Si se precisan las estadísticas, posiblemente sean 210 000 ó 220 000; si pueden salvarse las vidas de 100 por cada 1 000 nacidos vivos, suman más de 20 000 niños cada año. Claro, en el programa nosotros no nos referíamos solo a los niños, sino al resto de la población; pero fuimos cautelosos al mencionar cifras. Sin embargo, tenemos la absoluta convicción -como les explicaba a la delegación y al presidente Preval esta tarde- de que con pocos recursos materiales y los necesarios recursos humanos, trabajando en estrecha cooperación con los médicos haitianos, podían salvarse no menos de 100 de esos 135 entre 0 y 4 años que mueren por cada 1 000 nacidos vivos cada año.

Pero no nos limitamos a hablar de médicos en ese momento, decíamos que Haití no necesitaba invasiones de soldados, sino invasiones de médicos, de maestros y de millones de dólares para el desarrollo económico y social. Pienso que es un deber de la humanidad con relación a los países del Tercer Mundo, y especialmente con los países más pobres, como es el caso de Haití, donde viven siete millones y medio de personas en 27 000 kilómetros cuadrados aproximadamente.

Tenemos conciencia del gran esfuerzo internacional que hay que hacer para cumplir el deber de cooperar con el pueblo de Haití, y seguiremos efendiendo estas ideas que no tienen que ver solo con Haití, sino con decenas de países del Tercer Mundo. Seguiremos planteando la necesidad de verdaderas soluciones, y lo seguiremos planteando, especialmente, con relación a nuestro vecino Haití, con relación a ese pueblo que tanto sabemos admirar y con el cual nos sentimos tan solidarios.

Es por ello que recibo como un gran honor esta condecoración que tan generosamente ustedes decidieron otorgarme, y me siento orgulloso de ella.

Muchas gracias (Aplausos).

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