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Un nuevo diccionario al día
Salvador Bueno
Desde que los criollos en Cuba comienzan a tener conciencia de su personalidad como pueblo a fines del siglo XVIII, advertimos su preocupación por el idioma que emplean en la Isla. Fue en 1795 cuando los frailes habaneros Pedro Espinosa y José M. Peñalver presentaron sus Memorias en la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que eran cofundadores, sobre "los defectos de pronunciación y escritura de nuestro idioma y medios de corregirlos" y "lo útil que sería formar un diccionario provincial". Dicho quehacer se afianza en el siglo XIX. Esteban Pichardo edita en 1836 su Diccionario provincial de voces cubanas, el primero realizado en un país hispanoamericano, del que aparecen cuatro ediciones en vida de su autor.
Dicha labor continúa durante nuestra centuria. Constantino Suárez publica su Vocabulario cubano en 1921, mientras Fernando Ortiz edita su Catauro de cubanismos en 1923, ampliado más tarde en su Nuevo catauro. Habían sido precedidos por la Lexicografía antillana (1914) de Alfredo Zayas. Después surgen el Léxico cubano de Juan Miguel Dihigo, Cervantes, diccionario manual de la lengua española de Francisco Alvero Francés y el Léxico Mayor de Cuba (1958-1959) por Esteban Rodríguez Herrera.
A principios de la década de los ochenta apareció la edición cubana de Aristos. Ahora, en la reciente Feria Internacional del Libro fue presentado Diccionario de español de Fermín Romero Alfau publicado por la Editorial Pablo de la Torriente. Es un volumen breve que contiene unos 6 000 vocablos y más de 300 voces cubanas. Por lo tanto es un libro de bolsillo destinado al uso de los estudiantes y lectores que requieren conocer la ortografía o el significado de determinados términos. Por eso no ofrece las varias acepciones que puede tener una palabra sino aquella que de inmediato entrega la significación más empleada entre nosotros. Resulta, por lo tanto, un excelente instrumento de trabajo.
El autor aclara, en su nota preliminar, que "De acuerdo con la adopción en 1994 del X Congreso de Academias de la Lengua Española, se suprimen como letras independientes la ch y la ll, por lo que el primer fonema aparecerá en el orden que le corresponde en el grupo de la c, en tanto la ll lo hará igualmente dentro de la l". Hace dos años, por la confusión que entre algunas personas existía sobre esta decisión, escribí a Don Fernando Lázaro Carreter, director de la Real Academia Española, quien en su respuesta esclarece el asunto en unas breves líneas:
Los diccionarios académicos hasta 1802 ordenaron las grafías ch y ll dentro de la c y la l, respectivamente. Una errada decisión de aquel tiempo, que confundió las grafías con los fonemas, hizo que se reservara lugar aparte en la ordenación alfabética a las grafías ch y ll. Esto nos apartaba de la antigua tradición académica y, a la vez, del orden alfabético latino internacional, de lo que surgían graves inconvenientes, sobre todo, cuando las relaciones alfabéticas se hacían en países de habla distinta, con el consiguiente perjuicio. Teniendo todo esto en cuenta, y recuperado la tradición de que (le) he hablado, el Congreso de Academias del año 1994, acordó que el Diccionario de la Academia vuelva al orden alfabético antiguo y al internacional moderno, que enumera las palabras que empiezan con ch y ll, o que las tienen en su interior, en los lugares que les corresponden dentro de las letras c y l, respectivamente.
Conviene aclarar que los Congresos de las Academias, de la Española y las correspondientes que existen en los países hispanohablantes, vienen celebrándose regularmente desde 1951, que se efectuó en México. En un plano absoluto de colaboración, todas contribuyen al estudio y progreso de nuestro idioma común. Es admirable cómo se mantiene la unidad de una lengua que hablan más de cuatrocientos millones de personas.