ROLANDO PEREZ BETANCOURT
En menos de lo que canta un gallo, el Oscar está de vuelta trayendo sus ruidos y
conmociones, entre ellas el desquite que este año se toman las grandes casas productoras,
amenazadas en el 97 por una feroz arremetida de los llamados independientes, ganadores
entonces por primera vez de casi todos los premios importantes.
La historia en esta ocasión será otra: de los cinco filmes que acaban de ser nominados
como mejor película, solo una, la inglesa The Bull Monty es considerada una modesta
producción. Todas las otras vinieron al mundo en los quirófanos de los grandes estudios
de Hollywood, entre ellas la que es considerada la realización más cara de la historia
del cine, Titanic, que costó 200 millones de dólares y que en tan solo ocho semanas de
exhibición se ha echado 340 millones en los bolsillos, la cuarta más grande recaudación
para ese tiempo de que tengan noticias los anales taquilleros.
Como quiera que la industria del cine en los Estados Unidos mueve anualmente alrededor de
20 mil millones de dólares y el 42 por ciento de las recaudaciones provienen de otros
países, el experimento de cierta legitimidad artística que en el pasado Oscar coronó a
filmes de pocos presupuestos no rindió globalmente lo que se esperaba. Porque si bien es
cierto que El paciente inglés (que no era tan independiente como se aseguraba) y en
especial otras premiadas como Sling Blader, Shine y Fargo son excelentes filmes, ellos
carecían del halo propagandístico con que Hollywood suele impregnar a sus títulos en
competencia, luego enviados a recorrer el mundo entre bombos y platillos.
No, las cuentas del pasado año no aportaron las cifras millonarias establecidas para las
películas envueltas en el codiciado premio. Y aunque de ninguna manera pudiera hablarse
ahora de conciliábulos y conspiraciones tras bambalinas, no deja de llamar la atención
esta vuelta de tuerca de los 5 000 académicos empeñados en volver al clásico redil
hollywoodense que premia, por sobre todas las cosas, al gran espectáculo bien realizado.
Titanic, la monumental epopeya romántica de James Cameron con tanta propaganda como en su
tiempo la tuviera el infortunado barco, acaba de recibir 14 nominaciones, empatando así
un récord impuesto en 1950 por Eva al desnudo. Por supuesto, nadie duda que será la gran
ganadora en la noche de los premios, que tendrá lugar el próximo 23 de marzo.
Entre algunas notas a destacar en este preámbulo de laureles se encuentra la nominación
número once de Jack Nicholson como mejor actor, lo que deja atrás la marca de diez
impuesta por Laurence Olivier. LLama también la atención la nominación para esa
categoría de un actor bastante mediocre como Peter Fonda, que tendrá que vérselas,
entre otros, con Robert Duvall y Dustin Hoffman. También alguien que ya parecía fuera de
cualquier lid, Burt Reynolds, el gran bon vivant de los años 70, logró colarse en el
equipo seleccionado para optar por la actuación secundaria. En cuanto a mejor película
de habla no inglesa, ni Cenizas del paraíso, de Piñeyro, ni Profundo carmesí, de
Ripstein, ni Amor vertical, del cubano Soto lograron clasificar para la final. Allí
estarán la brasileña Cuatro días de septiembre, de Bruno Barreto, casi toda hablada en
inglés, ya que trata del secuestro de un embajador norteamericano en Brasil, la española
Secretos del corazón y otras tres más (alemana, rusa y holandesa).
Aunque la Academia ha vuelto a recordar que sus miembros no deben ser acosados de ningún
modo por propagandas ni invitaciones provenientes de los productores de los filmes
nominados, eso no lo cumple nadie. No importa que las direcciones de los académicos sean
negadas al más pinto de la paloma. Al final todas aparecen y los buzones de los
ilustrísimos, como ocurrió el año pasado, se llenan de discos, copias de guiones y de
filmes en competencia, invitaciones a comer y vaya usted a saber que otras cosas.
Es conocido que el filme que gane un Oscar puede ver incrementados sus ingresos en varios
millones de dólares. Por lo tanto, como sucede en la guerra y en el amor, desde ahora,
para cazar al hombrecito desnudo y bañado en dorado, hasta los cañonazos valen.