La Habana prometía hacer historia y lo cumplió. En la capital
cubana se reunieron la inmensa mayoría de los jefes de Estado de
América Latina y el Caribe para encontrar soluciones conjuntas a los
grandes problemas de la región.

Se debatió aquí bajo el principio de que no somos iguales, pero
solo unidos podremos hacer frente a los retos comunes de naciones
bendecidas por sus recursos naturales, pero históricamente
expoliadas por los mismos que crean y promueven la división.
No podría haber mejor homenaje al Apóstol José Martí en su
aniversario 161 que ver marchar unidos, en cuadro apretado, a los
representantes de Nuestra América, a los indios del altiplano, los
negros desterrados del África y los descendientes de europeos que
han hecho patria en estas tierras.
Reunidos precisamente en la Cuba revolucionaria de Fidel y Raúl.
Un país castigado durante más de medio siglo por el pecado original
de aspirar a una sociedad distinta al capitalismo.
El camino hasta aquí no ha sido fácil. Tras 200 años de
independencia pospuesta, injerencias extranjeras y enfrentamientos
intestinos, una nueva generación de líderes latinoamericanos y
caribeños ha comenzado a andar el camino de la integración de los
pueblos al sur del Río Bravo.
Fueron ellos quienes debatieron en privado durante el retiro y
luego pública y abiertamente sobre los problemas del desarrollo, el
hambre, las desigualdades, el cambio climático e infinidad de otros
temas que marcan la agenda de una humanidad, cuyos grandes avances
productivos, tecnológicos y científicos no acaban de llegar a la
mayor parte de los 7 mil millones de personas en el planeta.
La declaración de América Latina y el Caribe como Zona de Paz,
debatida primero por los Coordinadores Nacionales, luego por los
cancilleres y finalmente por los mandatarios, constituye sin duda
uno de los hitos de la cita.
Compromete a las 33 naciones independientes de la región a
resolver de forma pacífica las controversias y desterrar para
siempre el uso y la amenaza de la fuerza.
El diálogo, ese que se vio franco y abierto entre los presidentes
y primeros ministros, queda envestido como la única vía para
resolver las diferencias que existen en la actualidad y las que
puedan surgir en el futuro.
Queda también para la historia la Declaración de La Habana, el
documento que recoge los principios políticos establecidos en la
Cumbre y un Plan de Acción para dar continuidad al trabajo de Cuba
al frente de la CELAC. Una tarea que corresponde ahora a Costa Rica
y que luego recaerá sobre Ecuador.
El camino está trazado. Todo depende ahora de la conciencia
histórica de los pueblos y sus gobiernos, porque América Latina y el
Caribe no pueden darse el lujo de esperar otro siglo para lograr la
unidad que nos abre el futuro.