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El actor Max Linder. Foto: www.20minutos.es

Para que Charles Chaplin haya escrito al dorso de una fotografía, la única que se conserva en la que aparecen juntos, «al único Max, el maestro, de su alumno», es porque el genial comediante vio en su par francés un parentesco artístico inocultable entre el francés con estampa de dandy, dueño y señor de la pantalla del país europeo en los primeros compases del siglo XX, y un Charlot en vertiginoso ascenso.

La extensa filmografía de Chaplin, desde aquellas de un solo rollo, con alrededor de un cuarto de hora de duración, registradas en 1914, a los largometrajes de los años 50, forma parte de lo mejor del patrimonio vivo del cine de todos los tiempos. No corrió igual suerte la obra del girondés Gabriel Maximilien Leuvielle, más conocido por Max Linder. Valga la tenacidad de su hija Maud (1924-2017) por rescatar lo rescatable y tratar de reflotar, ante la vista de sus contemporáneos y de generaciones sucesivas, un legado imprescindible.

Copias restauradas de los dos grandes proyectos emprendidos por Maud para honrar a su progenitor, En compañía de Max Linder (1963) y El hombre del sombrero de seda (1983), llegan a la pantalla del 44 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, cuando se cumplen 140 años del nacimiento del comediante francés de huella indeleble en los albores del séptimo arte.

La primera de esas entregas tuvo su estreno en la Mostra di Venezia de 1963, y fue distinguida en Francia, un año después, con el Gran Premio la Estrella de Cristal. La producción reunió pasajes de tres obras de Linder: Siete años de mala suerte (1921), Peor que una suegra (1921) y la parodia de Los tres mosqueteros (1922), dirigidas y protagonizadas durante su estancia en Estados Unidos. El hombre del sombrero de seda, presentada en el festival de Cannes, documenta la trayectoria del comediante mediante ejemplos de lo que se pudo salvar de su extenso catálogo. 

Uno y otro filme revelan el amor de una hija hacia el padre que no conoció. Maud apenas contaba con un año, cuando Linder y su esposa pusieron fin a sus vidas. El actor sufría de una depresión originada por su participación en la Primera Guerra Mundial; el hombre que fue a las trincheras no fue el mismo que regresó, intoxicado por los efectos del gas mostaza y atribulado por las muertes de sus compañeros de armas.

Mucho trabajo costó hacerse de un nombre y de una extendida fama. Si en un principio aceptó las órdenes de directores que repetían escenas poco imaginativas, a partir de 1910, perfilado ya en ese personaje de frac, sombrero de copa, guantes blancos y atildadas maneras que contrastaban con situaciones insólitas, arrasó en el cine mudo de su entorno actor y director en una sola pieza. Antes de que muchos imitaran a Charlot, proliferaban las copias de Linder en Europa.

El dramaturgo y guionista francés Marcel Achard lo definió: «Max Linder fue el Molière de los primeros tiempos del cinematógrafo…».

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