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El cineasta español-mexicano Luis Buñuel. Foto: Tomada de Capital21

Como haber tenido allí al mismísimo director y guionista Luis Buñuel (1900-1993), fue asistir al homenaje que tuviera lugar en su honor, en la Casa del Festival. La magia fue posible gracias a la fuerza comunicativa del director y guionista español Javier Espada, la investigadora y ensayista Astrid Santana, el escritor y académico Jorge Fornet, y el crítico de cine y director de la Cinemateca de Cuba, Luciano Castillo, integrantes de un panel que animo con creces a un público ávido de interés por el tema, a juzgar por las inquietudes suscitadas tras las intervenciones de los oradores. 

Sacudido desde muy joven por la música, las letras, la poesía y el arte en general, Luis Buñuel Portolés –amigo de Lorca, Juan Ramón y Alberti– sería, sin despojarse jamás de sus otras pasiones, cineasta. Y no un cineasta más, sino uno de los más distinguidos en la historia del cine. Promotor desde muy joven del cine de vanguardia y del surrealismo, obras suyas constituyen verdaderos paradigmas de la gran pantalla. En una de ellas, Los olvidados, un filme que recrea la miseria y el desamparo de una parte de la sociedad mexicana de mediados del siglo XX, se apoyó Espada –exhaustivo conocedor de la vida y obra del creador y director del documental Buñuel, un cineasta surrealista–, para impartir una conferencia en la que trascendieron puntuales observaciones.

Citas del descollante autor, criterios sobre su creación, e intencionalidad de las escenas fueron elementos ofrecidos por Espada para abordar esta película, reconocida por la Unesco como Memoria del Mundo. Se trata de una cinta «con ramalazos surrealistas», que le valió a Buñuel el premio al mejor director en el Festival de Cannes, de 1951, y que ha sido excelentemente restaurada.    

El cine de conciencia se inicia con Los olvidados, explicó el especialista, y recordó unas palabras de Buñuel, quien, consciente de que no vivía en el mejor de los mundos posibles, aseguró que le «gustaría seguir haciendo películas que, en lugar de entretener, convencieran al público de la absoluta certeza de esta idea».

Destacó que el cineasta siempre fue un pionero. Si bien no se quieren ver desgracias, él las pone ante nuestros ojos. La cinta, filmada en 21 días, fluye –dijo– ente la fatalidad y el azar. Con un muy duro final, muestra la desesperanza, que cierra con un cielo negro, que la sugiere.

Los olvidados, explicó Espada, es una denuncia que cuestiona a la sociedad. Creará una escuela y deja de ser un entretenimiento.

Para la profesora Santana, resultó oportuno referirse a los personajes protagónicos de Bella de día y Tristana (inspirada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós), dos filmes dirigidos por Buñuel, ambos protagonizados por Catherine Deneuve, en los respectivos papeles de Séverine Serizy y Tristana. «La fascinación se produce en el cine de Buñuel muchas veces a través de lo grotesco, como una imagen que imanta», comentó, y acotó: «estas mujeres, cuyos comportamientos apuntan a lo ambiguo y lo desconocido, son amenazantes, pues la razón no puede reducirlas».

Fornet, por su parte, hilvanó ciertas relaciones de Buñuel con la literatura, que pudieron haberle servido de pretexto para hacer cine, y aludió al interés del creador por filmar proyectos asociados a narradores del boom latinoamericano, y los cuales finalmente se frustraron. 

Quiso hacer El lugar sin límites, de Jorge Donoso; La ciudad y los perros, de Vargas Llosa; Agua quemada, de Carlos Fuentes, explicó, y contó anécdotas en torno a Julio Cortázar, admirador profundo de Buñuel, y autor de varias reseñas de sus películas. Del autor de Rayuela pensó en filmar Las Ménades.

El especial miramiento cerró con Sinfonía para dos acosados: Luis Buñuel y Alejo Carpentier, palabras en las que Castillo evocó momentos importantes de ambos creadores, recíprocos admiradores de sus respectivas obras. Trascendió aquí la ilusión de Buñuel por hacer, sin conseguirlo, la película de El acoso.

Llamó a Buñuel, «maestro de la poesía y de los sueños», y de su obra dijo que «evidencia a un profesional que, como el escritor, inconfesado guionista, está irremisiblemente enamorado de la imagen en movimiento».

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