La última noche de Amore (Andrea Di Stefano, 2023) abre, a través de primoroso barrido aéreo, a la Milán nocturna, elocuente tanto del esplendor de esa ciudad industrial italiana, tan distinta hoy a aquella en la cual hacían milagros para Vittorio De Sica, como de la vastedad de un lugar donde pueden transcurrir innumerables dramas humanos.
Es la última noche de labor del teniente de policía Amore, incorporado por el ubicuo Pierfrancesco Favino (El traidor, Nostalgia, El colibrí), quien culmina 35 años de servicio sin haber disparado nunca a alguien, dato a tener en cuenta por los que intentan prepararle una encerrona. A él lo esperan en casa para la fiesta sorpresa de despedida, pero, a raíz del referido plan en contra suya, y de su compañero Dino, se modificarán los acontecimientos.
A partir de este prólogo, comienza un flash-back, abarcador de la semana previa, el cual el director y guionista Di Stefano extiende en demasía, para lastrar su relato. Pareciera que la película adoptaría esos males comunes de cierto cine italiano de la última década (frialdad narrativa, dispersión y falta de foco); sin embargo, logra superar tal zona de laxitud, para convertirse, más tarde, en un tronante y bien filmado thriller nocturno, que es puro nervio, testosterona, fisicidad y simetría narrativa.
Esta segunda hora, de conexiones de estilo/tono/ambiente con el filme coreano El túnel y la serie estadounidense The Night Of, es cine negro de manual, con vasos comunicantes (en diseño de producción, fotografía y música) con el trabajo del género de los años 70 y 80. La realzan la precisión, la economía de medios, la limpieza expositiva, el ejercicio de tensión mantenido y la que resulta otra sobresaliente interpretación en la carrera de Favino, dando vida a un sujeto choqueado, quien debe sortear circunstancias en las que intervienen el crimen organizado, la corrupción, la familia y sus dilemas morales.
Vista en el Festival de Berlín, y ahora en el panorama internacional del encuentro fílmico de La Habana, La última noche de Amore es un ejemplo de cómo pueden conjugarse el entretenimiento y el buen cine.
La Suprema (Felipe Holguín, 2023), antes presentada en el Festival de Toronto, se abraza a una virtud raigal del cine latinoamericano: su riqueza antropológica, etnográfica y social. El filme colombiano, Coral de Postproducción en la anterior cita de La Habana, y Premio del Público en Huelva este año, sigue a Laureana, adolescente negra que habita en el pueblo del título, y aspira a convertirse en boxeadora.
La ópera prima de Holguín habla de sueños, resiliencia, del poder de la fe; por supuesto, muy valiosos, aunque en la vida real no siempre decisivos en realidades superadas por un lancinante orden de cosas.



 
                        
                        
                        
                    




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